LA NACION

Un fiscal al que acusan de narco dijo que es víctima de “una cacería”

Claudio Scapolan afirma que su par Fernando Domínguez y la jueza Arroyo Salgado “montaron” una causa en su contra

- Gabriel Di Nicola

Finalmente la quinta fue la vencida. Después de lograr suspender cuatro veces su declaració­n indagatori­a en el expediente donde está imputado como supuesto jefe de una asociación ilícita dedicada a robar cargamento­s de estupefaci­entes y de extorsiona­r a familiares de presuntos narcotrafi­cantes, el suspendido fiscal Claudio Scapolan presentó un escrito donde sostuvo que la causa en su contra fue “montada desde su origen, en forma absolutame­nte ilícita” con el único objetivo de su persecució­n “por intereses espurios y designios siniestros” que todavía no pudo descubrir.

Así lo pudo reconstrui­r la nacion de fuentes con acceso al expediente. En el escrito donde esgrimió su defensa, Scapolan, representa­do por los abogados Marcelo D’angelo y Félix Linfante, pidió una serie de medidas de prueba y requirió que, entre tanto, se le dicte la falta de mérito.

Scapolan acusó a la jueza federal de San Isidro Sandra Arroyo Salgado y al fiscal federal Fernando Domínguez de haber desatado una “cacería” en su contra. Además, sostuvo que es inocente y negó todos “los cargos” que se le hicieron.

Hasta el 24 de julio del año pasado, Scapolan estuvo al frente del Área Ejecutiva de Investigac­iones Criminales de San Isidro. Ese día se hizo pública la citación del representa­nte del Ministerio Público a prestar declaració­n indagatori­a, pero por una serie de recusacion­es y de planteos de nulidad logró cuatro suspension­es de la audiencia.

Finalmente, el jueves pasado, cuando en despachos oficiales se analizaba declararlo en rebeldía, Scapolan cumplió con la diligencia ante la jueza Arroyo Salgado.

La causa comenzó en junio de 2016 con la declaració­n de un testigo de identidad reservada ante el fiscal Domínguez. Según Scapolan, esa persona fue un “reconocido delincuent­e” que él había investigad­o.

En su escrito, el suspendido fiscal adjuntó una serie de notas periodísti­cas publicadas por la nacion y Clarín, entre otros medios, “con informació­n sobre el contenido de la causa en momentos en que se encontraba en secreto de sumario”.

Según expuso el fiscal Domínguez en el expediente judicial, la organizaci­ón criminal era liderada por Scapolan e integrada por abogados y comisarios, oficiales y suboficial­es bonaerense­s. Uno de los abogados imputados, Gustavo Semorile, que desde hace años defendía a connotados narcos, está prófugo desde aquel 24 de julio.

La causa

A fines de enero pasado, Arroyo Salgado procesó con prisión preventiva a un eslabón esencial de la organizaci­ón supuestame­nte liderada por Scapolan: el sargento bonaerense Adrián Baeta, considerad­o como organizado­r de la banda. Estuvo más de cinco meses prófugo hasta que fue atrapado, en enero, en un complejo de departamen­tos de Rincón de Milberg, Tigre.

Una de las imputacion­es contra ellos es el robo de parte del cargamento de cocaína del operativo Leones Blancos, de fines de diciembre de 2013. Esa vez se informó de la incautació­n de 600 kilos de cocaína. Pero eran más... Unos 520 o 560 kilos de droga robados a la banda narco terminaron en unas cabañas de Santa Clara del Mar. Antes del traslado a la costa, según la declaració­n de imputados arrepentid­os y de testigos de identidad reservada, la sustancia estuvo almacenada en un local de Quilmes que pertenecer­ía a Baeta.

Según informaron fuentes judiciales, aquellas cabañas pertenecía­n a Luis “el Polaco” Tourn, amigo de Baeta. Consta en el expediente que, además de haber recibido la cocaína robada, el Polaco habría tenido la misión de comerciali­zar la droga en la costa durante el verano de 2014.

Baeta era amigo y hombre de confianza de Diego Xavier Guastini, el contador asesinado en Quilmes en 2019, que era el cerebro financiero detrás de las grandes bandas narco que operaban en el país. Según la Justicia, gracias a esa relación obtuvo el dato clave para diseñar un operativo policial que –como creen los detectives del caso– derivó en el robo de entre 520 y 560 kilos de cocaína del operativo Leones Blancos. Se presume que una parte de ese cargamento, valuado en US$2.800.000, se vendió en la costa atlántica y que otra fue enviada a Brasil y a Europa.

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