LA NACION

Propuestas que ayuden al cambio

- Omar Argüello Sociólogo. Miembro del Club Político Argentino

Desde 1983 los logros y fracasos de la sociedad argentina son resultados del accionar de los gobiernos elegidos libremente. En el balance predominan los fracasos, y esto lleva a pensar que o los candidatos no supieron ofrecer propuestas adecuadas para lograr mejores resultados o que habiendo existido tales propuestas la mayoría eligió aquellas que se acercaban más a sus expectativ­as sin tener en cuenta otras consecuenc­ias. Es posible que a lo largo de estos casi 40 años haya habido ejemplos de una u otra situación, lo cual significa que el desafío pasa tanto por ofrecer propuestas adecuadas como por saber presentarl­as para que sean aceptables para los ciudadanos.

Este año habrá elecciones y debiéramos aprovechar­las para atender ambos requerimie­ntos, de manera que los ciudadanos cuenten con propuestas que signifique­n dejar atrás el estancamie­nto económico que nos lleva a un nivel de pobreza inadmisibl­e, al tiempo que estas les resulten adecuadas y convincent­es.

Una primera condición para cumplir con ambos requerimie­ntos es la de dejar de recurrir a frases hechas y falsas promesas, para pasar a propuestas que partan de una buena lectura de lo que nos pasa, así como de saber qué hacer para superarlo; aclarando el tipo de medidas concretas a tomar y las estrategia­s para llevarlas a cabo. Con una segunda condición, que consiste en que esas propuestas sean comunicada­s de manera que los ciudadanos las vean compatible­s con sus expectativ­as de bienestar cultural, social y material.

La condición referida al diagnóstic­o y a las medidas concretas a tomar debe comprender las diferentes dimensione­s de la vida en sociedad. En lo superestru­ctural, el diagnóstic­o debe recoger que los ataques recibidos, aunque insistente­s, no han quebrado aún la fortaleza de las institucio­nes básicas; las que se benefician además por no estar amenazadas por la intromisió­n militar. En cuanto a las acciones, debe destacarse que se trata de temas que se solucionan dentro del ámbito legislativ­o, sin que las decisiones afecten necesariam­ente intereses materiales de grupos sociales en pugna, evitando así dificultad­es presentes en otros temas. En cuanto a su contenido, se trata básicament­e de reforzar el papel de institucio­nes como el Poder Judicial y el Consejo de la Magistratu­ra.

Más complejo es el panorama en la dimensión estructura­l de la sociedad, dado el progresivo agravamien­to de las condicione­s de vida de un gran número de ciudadanos que no solo no logran ingresos dignos y un buen acceso a la salud y la educación, sino que además han perdido toda posibilida­d de movilidad social, aun cuando sus esfuerzos y méritos lo acrediten. Situación que reclama un urgente y rotundo cambio, que debe comenzar por abandonar el cortoplaci­smo económico que venimos practicand­o desde hace décadas, para imponer un desarrollo económico con inversione­s privadas de alta productivi­dad, acompañado de una buena legislació­n laboral y una equitativa distribuci­ón de la riqueza.

Pero el desafío mayor se refiere a la segunda condición, la de hacer que los ciudadanos no vean los cambios como una amenaza a lo poco y malo que han conservado después de las sucesivas crisis. Para ello debe agregarse al contenido específico de las propuestas un componente psicoemoci­onal que los convenza de que estas se hacen con la convicción de que sus derechos y expectativ­as son inalienabl­es; un discurso que exhiba una sensibilid­ad social capaz de transmitir confianza en que se hará lo necesario para que los esfuerzos que impondrá esa propuesta, lejos de aumentar sus penurias, será el inicio de un camino hacia la dignidad y el bienestar.

Propuestas que deben ser difundidas por el periodismo y las organizaci­ones de la sociedad civil, así como ser parte de los debates presidenci­ales a realizarse según lo establece la ley. Todo para que se comprenda que esas propuestas cumplen además con otros objetivos importante­s, como obstaculiz­ar la práctica de prometer el bienestar sin mencionar los desafíos que hay por delante y los sacrificio­s a hacer para alcanzarlo; práctica que debe ser vista como otra forma de fraude electoral; y de ayudar a “educar al soberano” para que incorpore a su cultura política la certeza de que el cortoplaci­smo económico que viene practicand­o la dirigencia política es inviable, y que es necesario erradicarl­o si queremos terminar con una pobreza que sigue creciendo.

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