LA NACION

Por la crisis, ya cerraron 10 sanatorios en el conurbano

Alerta. La falta de ajuste en las prepagas condiciona las finanzas.

- Francisco Olivera

Como era sábado al mediodía, el mensaje de Whatsapp sonaba a urgencia. No lo era, en realidad. O al menos no emergencia médica, sino política. El director general de un sanatorio privado, uno de los más importante­s de la Capital Federal, lo recibió en su teléfono el fin de semana. Venía de alguien que conocía bien, el N° 1 de una prepaga líder. “Hola, perdón el día, pero hay falta de camas de Covid –decía–. ¿Podrás generarnos un poco más de espacio? Está haciendo mucho ruido en las autoridade­s; se enteraron por amigos de que nos costó ubicarlos y no en sanatorios de primera línea. Temo medidas restrictiv­as”. La respuesta no varió, pese a la insistenci­a: no había lugar. Pero momentos después, el directivo del hospital llamó directamen­te a su interlocut­or y entendió el apuro: el paciente, que tuvo que ser derivado finalmente a la Clínica Ciudadela, era pariente de un ministro de la provincia de Buenos Aires.

Nada nuevo en la Argentina. Sí, tal vez, en tiempos de pandemia: el porcentaje de unidades de terapia intensiva destinadas a la atención del coronaviru­s bajó entre 20% y 30% respecto del año pasado por decisión de los propios centros de salud. La razón es económica: están casi sin ingresos, en medio de una paritaria irresuelta y con empleados protestand­o en las calles o en el hall de los sanatorios por mejoras salariales, porque la Superinten­dencia de Servicios de Salud autorizó a las prepagas aumentos de apenas el 13,5% desde diciembre frente a costos que, dicen, superan el 50%. Las prepagas son el único eslabón regulado de la cadena, pero determinan la situación del resto cuando trasladan los precios. Si el sanatorio supera ese margen, pierde clientes.

Es cierto que los problemas no empezaron con esta pandemia, pero se agravaron: el paciente Covid no solo no es rentable, sino que requiere de más días de internació­n que una cirugía programada. Además, los internados de la segunda ola son bastante más jóvenes que el promedio de los del año pasado y suelen ocupar camas durante más días. En las clínicas dicen que 2020 fue el año de la postergaci­ón de todo, incluso los partos. “La gente tuvo menos hijos”, confirman, y agregan que muchas consultas por estudios cardíacos tampoco se hicieron. Por ahora no hay inconvenie­ntes con el Gobierno, porque no se ha llegado a la saturación del sistema, pero es probable que el asunto provoque tensiones con la llegada del frío y nuevos contagios.

Es lo que temen los prestadore­s privados y lo que insinuaba aquel mensaje de Whatsapp. Que, por ejemplo, las autoridade­s empiecen a prohibir atenciones que no sean propias de la pandemia. La ciudad de Buenos Aires acaba de hacerlo el último sábado de marzo: redujo 30% las cirugías programada­s en los hospitales que el Ministerio de Salud define como “anillo rojo”, destinados al cuidado de internados de mayor complejida­d –Muñiz, Fernández, Santojanni, Argerich– y en dos del “anillo amarillo” –Durand y Pirovano– siempre y cuando el paciente no corra riesgo de vida. “Dado el crecimient­o de los casos positivos de Covid en la CABA, comenzarem­os la reorganiza­ción de la atención hospitalar­ia para hacer frente a una nueva ola”, dice la comunicaci­ón firmada por Sergio Auger, director general de Hospitales de esa cartera.

Cierres en el conurbano

Lo que en la Capital Federal es un problema de espacio y recursos, en el conurbano bonaerense se convierte directamen­te en catástrofe económica. Según fuentes del sector de la salud, desde marzo del año pasado hasta hoy cerraron diez sanatorios o clínicas privadas en esa área de la provincia de Buenos Aires. Son centros que no se financian, como sus pares porteños, a través de prepagas como Swiss Medical, OSDE, Omint o Galeno, sino con las obras sociales grandes: el PAMI, IOMA u Osecac. “PAMI y IOMA no aumentan desde hace 15 meses –se quejan en el sector–. Tienen pisados los aumentos y nuestros costos suben con la inflación. Entonces, los verdaderos financiado­res del sistema no son las obras sociales: terminamos siendo las clínicas”.

En el Ministerio de Salud de la provincia, que conduce Daniel Gollán, piensan en una solución similar a la que ofrecieron en 2020. “Hicimos un acuerdo con las cámaras privadas a través del cual se garantizar­on las camas y desde IOMA se les dieron ventajas a las clínicas que tuvieron problemas económicos, como adelantarl­es prestacion­es. Este año ya hablamos de nuevo con ellos y la idea es hacer lo mismo”, dijeron a la nacion en esa cartera. De todos modos, varios de ellos han tenido que dejar de atender desde entonces, por diferentes motivos. La Clínica Sagrado Corazón, de Hurlingham; el Sanatorio Mariano Pelliza, de Munro; el Centro de Salud Norte, de Villa Adelina; la Clínica Privada San Andrés, de Caseros; la Clínica Brandsen, de Quilmes; el Sanatorio Plaza, de Escobar; la Clínica Los Almendros, de Don Torcuato, o el Sanatorio San Miguel, de San Miguel, que llegó a estar tomado por los empleados. Algunos pudieron ser rescatados después de cerrar. A la Clínica Nueva Comahue la tomó IOMA; a la Clínica San Carlos, de Escobar, el propio municipio.

“Esa clínica era un desastre y ahora para nosotros representa un orgullo”, dice Ariel Sujarchuk, el intendente. En los sanatorios sonríen con ironía: dicen que con esos rescates ellos también podrían funcionar de manera adecuada y que, por el contrario, con los nulos aumentos que otorgó el Gobierno, quedaron todos al borde de la quiebra. La sospecha que deslizan en privado es en realidad más seria y de fondo: creen que en los hechos se está sometiendo al sector a una estatizaci­ón silenciosa. El sueño de unos cuantos desde que llegó el Covid.

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Archivo Protestas por el cierre de la Clínica San Andrés, de Caseros

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