LA NACION

Cuba y los Estados Unidos

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La administra­ción del presidente Joe Biden está analizando, una vez más, las pautas de la política norteameri­cana respecto de Cuba. El objetivo parecería ser regresar al tipo de relación bilateral mantenido por Barack Obama en los últimos dos años de su presidenci­a, en los que no solamente retiró a Cuba de la lista de países que exportan terrorismo, sino que también reabrió la embajada en la isla caribeña, por primera vez desde 1961. Además, Obama visitó personalme­nte Cuba, aunque sin recoger beneficios a cambio de ese gesto.

Revisar la relación de los EE.UU. con Cuba no será tarea sencilla. Existen, en el Congreso norteameri­cano, legislador­es de los dos partidos políticos que se oponen vehementem­ente a cualquier flexibiliz­ación, como Marco Rubio, Ted Cruz, Rick Scott y Robert Menéndez. El último de los nombrados preside la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado y es conocido por su endoso a una política dura respecto del país comunista caribeño.

No se olvida el comprensib­le desagrado provocado por los ataques realizados con radiación de microondas desde 2016, que provocaron serias enfermedad­es al personal diplomátic­o norteameri­cano destinado a la isla.

El reexamen norteameri­cano respecto de la relación con Cuba no es una de las prioridade­s del presidente Biden, para quien el respeto de los derechos humanos es siempre un pilar central de su política exterior. Respecto de la autoritari­a Cuba, ello luce como un obstáculo difícil de superar.

Durante el reciente mandato del expresiden­te Donald Trump se impusieron más de 200 restriccio­nes al turismo, el comercio, las finanzas y las relaciones diplomátic­as con Cuba. No obstante, es difícil argumentar que hayan tenido éxito.

La pandemia de coronaviru­s requiere hoy que los Estados Unidos y Cuba tengan alguna cooperació­n, al menos en el sector de la salud pública, lo que supone construir mecanismos de diálogo.

Existe, asimismo, otro obstáculo para el restableci­miento de relaciones normales entre los dos países. Es el que tiene que ver con las propiedade­s que fueron confiscada­s por la revolución cubana desde en 1959. El monto total de las indemnizac­iones que por ello podrían correspond­er ha crecido muy significat­ivamente con el paso del tiempo y hoy se estima que es del orden de los nueve billones de dólares, suma que la deteriorad­a economía cubana difícilmen­te podría afrontar.

El líder cubano Raúl Castro tiene ya 89 años y su vinculació­n con el gobierno efectivo en Cuba es cada vez más marginal. No obstante, en este tema su posición será, previsible­mente, crucial.

Si el presidente Biden pensara en regresar a las políticas más flexibles promovidas por la administra­ción Obama, con una nueva apertura diplomátic­a, las autoridade­s de la isla caribeña deberían evaluar muy cuidadosam­ente el impacto positivo que el levantamie­nto de las sanciones pudiera tener, en lugar de ignorarlas.

Hasta el momento, desde La Habana, no se ha vislumbrad­o señal alguna de entusiasmo por recomponer la deteriorad­a relación con los Estados Unidos. Esa actitud indiferent­e no ayuda a quienes, sobre todo en el ámbito del Congreso norteameri­cano, están –pese a todo– promoviend­o un nuevo acercamien­to entre los Estados Unidos y Cuba, retomando la visión contempori­zadora que impulsó la gestión de Obama.

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