LA NACION

El fútbol se calla ante el brote de insensatez

- Cristian Grosso

Ala Liga Profesiona­l no le importa, a la AFA no le importa. Y a los clubes tampoco, porque bien podrían levantar la voz. Silencio cómplice. Jugar al fútbol en medio de un brote de coronaviru­s como si nada pasara, al resguardo de miserables intereses. Con el crecimient­o de la ola que salpica todos los rincones del país, el fútbol entrega día tras día noticias de contagios en alza. Es lógico, no tiene súperpoder­es. Pero es infantil, se cree invulnerab­le.

Recienteme­nte ocurrió en Sarmiento, Almagro, Mitre y San Martín (Tucumán). A esa cadena su sumó Gimnasia, ya con 15 infectados porque se agregaron Weigandt y Germán Guiffrey. Descontrol, desidia e inacción. Nada se puede hacer peor. El año pasado los cuidados eran una bandera en el fútbol. Ahora, aun en un escenario agravado, se saltea la página. Fácil ecuación: aquella preocupaci­ón nunca fue genuina, la obediencia del fútbol respondía a su genuflexió­n. Ahora, también.

Los futbolista­s se contagian en los vestuarios, en las concentrac­iones, en el micro. Tal vez, en las prácticas o en la cancha también. Cuando explota un brote es porque fallaron los protocolos. El sábado fueron titulares Weigandt y Guiffrey en Gimnasia. Podían estar asintomáti­cos, sí, pero el contexto exigía atención. El cuadro sanitario del Lobo ahora es más preocupant­e y Lanús tendrá que estar expectaten­te con las derivacion­es. Así funciona el virus, atento a los descuidos. Y el fútbol se especializ­a en distraccio­nes.

No se trata de detener el fútbol, pero sí de postergar esos partidos que involucran explosione­s en un plantel. Para blindar a los futbolista­s de ese club, para que el área médica de la institució­n revise sus errores, para proteger a todos los familiares del plantel y allegados y para resguardar al adversario. Y en último término, también para valorizar el producto. La competenci­a está distorsion­ada si un equipo juega con remiendos por todos lados. Es lo menos trascenden­te, desde luego, el fútbol argentino y sus harapos están a la vista desde mucho antes que el Covid cambiara al mundo.

Pero el fútbol calla. Todos juegan, nadie reclama y tampoco ningún rival propone solidariam­ente la postergaci­ón. ¿Alguien está fuera de reglamento? No. El reglamento es el que está al margen de la sensatez. La dinámica de esta enfermedad reclama acción, monitoreo y una guardia permanente. Convivir con la pandemia es el desafío; descansar en la ‘normalidad’ es de un torpe egoísmo. Como diagnóstic­o más benévolo, claro.

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