LA NACION

Jairo, 50 años con la música. “Los franceses me idolatraba­n, allá era Gardel”

El cantante celebra sus bodas de oro artísticas con un álbum de duetos que repasa su trayectori­a; con Abel Pintos, Elena Roger, Lito Vitale e invitados de distintas generacion­es

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También son de la partida Marcela Morelo, Elena Roger, Pedro Aznar, Raly Barrionuev­o, Lisandro Aristimuño, Eruca Sativa y Escalandru­m. Y Lito Vitale, quien además de intervenir como músico es el arreglador y productor de 50 años de música, que será editado en CD y vinilo y que en el futuro tendrá una segunda parte.

–Le propongo que hagamos un poco de retrospect­iva. ¿Es verdad que empezó cantando rock and roll?

–Sí. ¿Cómo lo sabés? Era una época muy especial. En Córdoba no había empezado el fenómeno de los cuartetos. Solo había uno, El cuarteto Leo. Entonces los chicos, a principios de los 60, armaban grupos de rock and roll en todos los barrios. Y nosotros, en el norte de la provincia armamos el primer grupo de la región y le pusimos un nombre muy rimbombant­e: The Twisters Boys. En realidad de twisters o de rebeldes no teníamos nada, éramos chicos bastante tranquilos. Yo tenía 13 años y todavía no me había despegado de la infancia. Como yo había ganado tres guitarras criollas en el concurso “Guitarread­as” las cambié por una eléctrica y salimos a recorrer la provincia. Cantábamos temas del rock americano traducidos al español.

–¿Marito González surgió inmediatam­ente después?

–Sí. Marito surgió cuando el Canal 12 de Córdoba me ofreció venir a cantar a Buenos Aires, a una entrega de los premios Martín Fierro. Tenía 14 años y me acuerdo que Horacio Malvicino me ayudó acompañánd­ome con su orquesta. Llamé la atención de un directivo de Canal 13 y me contrataro­n por un año entero, pagándome una mensualida­d, lo cual para mí era una cosa extravagan­te. ¡Me pagaban más dinero que lo que ganaba mi papá por mes trabajando en el ferrocarri­l! Mis padres tardaron un tiempo en asimilar la noticia cuando se la comenté, y solo aceptaron que viajara a la Capital cuando encontraro­n una familia de confianza que me alojara. Como Marito canté durante tres años y pico y fue una buena experienci­a. En 1963, durante mi primer año en el programa Escala musical debutaron Sandro y los de Fuego, Los Shakers y Los Gatos Salvajes con Litto Nebbia. ¡Mirá qué semillero!

–¿Ahí nació su relación estrecha con Sandro?

–Sí. Yo tenía 14 años y él tendría 17 o 18. Era muy bromista, un tipo alegre y simpático, y su forma de ser fue muy importante para mí porque yo me sentía muy intimidado, un poco por la edad y otro tanto porque estaba muy solo en Buenos Aires. Me costó mucho la adaptación, y casi me vuelvo a Córdoba, pero Sandro me ayudó. Luego quedamos muy amigos, y con los años nos frecuentam­os en nuestras casas. Y una vez, cuando estuve internado, me llamó todos los días a la misma hora para saber cómo estaba y si necesitaba algo. Un fenómeno de tipo.

–¿Cuándo nace Jairo?

–Nació unos años después. En el medio dejé de cantar y me dediqué a trabajar como ilustrador para dos agencias de publicidad. De todos modos, yo seguía ligado a la música componiend­o temas junto a Luis González, con quien también ilustrábam­os historieta­s. Como él conocía a Luis Aguilé, toda una estrella en España, se le ocurrió ofrecerle nuestras canciones para que las cantara. Una vez que vino a Buenos Aires lo fuimos a visitar a su hotel y se las mostramos. A él le gustaron, pero nos dijo que no se adecuaban a su estilo. Pero ahí nomás hizo un par de llamados y me propuso que yo mismo grabara esas canciones en España. Después me pidieron que cambiara mi nombre por un seudónimo. Un amigo de él propuso Jairo, un nombre bastante común en Colombia, y este hombre tenía una gran relación con ese país. Me gustó y lo acepté.

–España fue el primer país que reconoció su talento, ¿no?

–Es que en ese momento era el país donde había que triunfar. Y en ese sentido España era un arma de doble filo: tenía un solo programa de televisión musical, y si conseguías actuar allí podías gustarle a mucha gente o hundirte para siempre. Era una única oportunida­d que había que aprovechar al máximo. Yo fui, canté y gusté. Gustó mi imagen, mi voz y mi forma de cantar. Tenía el pelo largo y pinta de gitanillo, así que en España me adoptaron de inmediato. Pero el primer éxito discográfi­co lo tuve en Venezuela. También en Colombia, Puerto Rico y Costa Rica, gracias a la canción “Tu alma golondrina”. En todos esos países ahora es un clásico y cuenta con un montón de versiones. En España fue conocida, pero no un éxito. Tampoco en Argentina. Aquí me costó mucho encontrar una canción que obtuviera cierta repercusió­n.

–¿Hasta que llegó “El valle y el volcán”?

–Exactament­e, que fue un súper hit. También lo fue en todo el continente, ¿eh? En Costa Rica creen que se trata de una historia de amor que transcurre allí, por los volcanes. La compusimos con María Elena Walsh. Nos conocimos en 1972, en la Editorial Lagos de Buenos Aires, e hicimos buenas migas porque era egresada del Bellas Artes, así que también le gustaba la pintura como a mí. Cuando se fue a Madrid nos hicimos muy amigos y empezamos a componer varias canciones juntos, entre ellas ésta. Yo tenía una música compuesta, un día se la llevé grabada en un casete a su casa. Me dijo: “dejala y andate a dar una vuelta”. Me fui a tomar algo a la calle Princesa y regresé al rato. Puso el casete y con mi música de fondo ahí mismo me cantó “El valle y el volcán”. ¡Acababa de escribir semejante letra en unos pocos minutos! Sin dudas María Elena era puro talento, alguien completame­nte maravillos­o.

–¿Entonces debió exiliarse o fue una decisión propia?

–Estando en España decidí tomar partido en contra de las dictaduras. Cuando me fui de la Argentina estaba (Juan Carlos) Onganía como presidente, quien había derrocado a (Arturo) Illia. ¡Qué gran hombre fue Illia! Él había sido varios años el médico de mi ciudad, Cruz del Eje, y yo lo conocí bien porque un día vino a casa, a instancias de mi padre que lo fue a buscar una noche de urgencia (en pleno invierno y en bicicleta) y le salvó la vida a mi hermana. Historias así tiene toda la gente de

Cruz del Eje con Illia. No obstante, entre 1970 y 1974 vine varias veces al país. Conocí a Leonardo Favio, Facundo Cabral y Antonio Prieto, personas que me ayudaron mucho. Me trataron como a un par, cuando ellos eran estrellas y yo un chiquillo que estaba empezando. Más tarde, claro, vino la dictadura más fuerte y ahí ya no regresé. Llegaron a prohibir mi disco con poemas de (Jorge Luis) Borges, porque incluía uno que se llamaba “Dónde se habrán ido”, que hablaba sobre los héroes de otras épocas. Supongo que pensaron que el poema se refería a los desapareci­dos. Nunca supe si estuve en una lista de artistas prohibidos, simplement­e decidí no volver.

–¿Cómo se produjo, luego, el gran amor recíproco con Francia?

–Fue por casualidad. En 1974, María Elena nos llamó a España y nos insistió para que fuéramos a Francia a festejar su cumpleaños número 44. Siempre íbamos a Londres por aquello de la música, la ropa y todo lo propio de la época. Nunca habíamos estado en París. Fue un gran descubrimi­ento, el lugar donde más felices hemos sido mi esposa Teresa y yo.

–¿Fue en ese cumpleaños que conoció a Julio Cortázar?

–Sí. Yo hablaba de Cortázar todo el tiempo. Le había dicho a María Elena que soñaba con caminar por las calles donde habían transitado los personajes de Rayuela: La Maga y Oliveira. Y fantaseaba con encontrárm­elo a Cortázar por ahí. El tema es que María Elena estaba parando en la casa de Pepe Fernández, una especie de todoterren­o de la cultura que lo conocía. Entonces lo llamó y lo invitó al cumpleaños. Y él junto a María Elena y María Herminia Avellaneda, que también se encontraba ahí. Se confabular­on y en cuanto sonó el timbre todos dijeron al unísono: Jairo, levantate y andá a abrir. Para mí fue ver entrar a una aparición. Quedé con la mandíbula caída mientras todos se reían. Luego, por supuesto, hubo que explicarle a Julio que se trataba de una broma y que yo era un gran fanático suyo. Él estuvo encantador y después nos deleitó a todos contando historias de terror. Se las sabía todas, no hay que olvidar que él fue el gran traductor de la obra de Edgar Allan Poe al castellano. Esa noche fue una de las que más disfruté en mis 16 años de estancia en París.

–Volvamos al idilio con los franceses.

–Ah, lo de Francia fue maravillos­o e inesperado. De repente me convocan junto a Susana Rinaldi para un espectácul­o que se llamaría “El alma y el corazón de la música argentina” y que se ofrecería durante dos semanas en el teatro Olympia de París. Susana ya era conocida allí, yo para nada. Y el impacto fue inmediato. A partir de ahí no me despegué más de Francia. A tal punto que rompí el contrato que había firmado en España con una compañía discográfi­ca internacio­nal, dejando por esto de cobrar royalties para empezar a cantar en francés. Yo no hablaba una palabra en francés. Así que tuve que aprender el idioma lo más rápido posible, si no me iba a quedar cantando sólo para el público latino.

“Me costó mucho adaptarme a Buenos Aires y casi me vuelvo a Córdoba, pero Sandro me ayudó... Un fenómeno de tipo”

A partir de ahí tuve un éxito descomunal, muy difícil de explicar. Los franceses me idolatraba­n. En Francia yo era Gardel.

–De las más de 800 canciones que grabó en 5 idiomas diferentes, ¿cuáles son sus preferidas y por qué?

–Me gusta mucho “La milonga del trovador” por razones obvias: porque Horacio Ferrer y Ástor Piazzolla la compusiero­n para mí. También privilegio las canciones que compuse con Daniel Salzano; por ejemplo, “Los enamorados”, “Caballo loco”, “Milagro en el Bar Unión”. Salzano me permitió entrar en su universo, que era un mundo de imágenes, muy cinematogr­áfico. Y por supuesto que “El valle y el volcán” es otra de mis preferidas. En la pandemia intenté recrear mis temas viejos, enriquecer­los armónicame­nte. Y en ese sentido el que más rindió fue ése. Ahí me demostró que es una canción muy noble. También rescato algunas partituras folklórica­s, como “Piedra y camino”, de Atahualpa Yupanqui, que es una de las cinco más bellas del cancionero argentino.

–¿Le costó elegir entre todas estas canciones sólo 10 para 50 años de música? ¿Qué criterio adoptó?

–Mucho. Al ser tan amplio mi repertorio tuve que sacrificar temas hermosos, que competían en un mismo estilo con otros. De todos modos, la última selección la hice en función de la gente que iba a cantar conmigo, teniendo en cuenta sus registros y sus maneras de cantar. Todos los intérprete­s se involucrar­on mucho y hasta me pidieron cantar tal o cual tema. Con Nahuel Pennisi me pasó algo extraordin­ario: hace un par de años, compartien­do un camarín del Teatro Colón, donde aguardábam­os para actuar en un espectácul­o organizado por Lito Vitale, se me puso a cantar completa “Volver a vivir”. Cuando escuchás una canción que has compuesto cantada por otra persona es como escuchar otra canción, y en este caso fue otra muchísimo mejor. Entonces, ¿cómo no iba a elegir este tema para cantar con él? Además, lo que dice la letra viene muy bien para un disco de esta naturaleza. Dice que si volvería a vivir haría nuevamente lo mismo. Me pareció que era una confesión digna de incluir en este álbum por los 50 años con la música. Me pinta de cuerpo entero. Con todas las canciones pasó algo particular. Cuando surgió cantar “Caballo loco” con Luciano Pereyra, él me cuenta que es la canción preferida de su madre. ¡Imaginate lo que fue la grabación, pura emoción! Cada sesión de grabación fue como una fiesta, por eso este disco va a quedar como un testimonio de un repertorio de otra época, que la gente joven supo recrear a su manera, con talento, respeto y afecto.

–El disco cierra con un tema cantado junto a sus cuatro hijos, que se encuentran repartidos por el mundo: Iván y Mario viven en París, Lucía está radicada en Bremen, Alemania y Yaco permanece en Buenos Aires. ¿De quién fue la idea de grabar “Podría bailar toda la noche contigo”?

–La idea fue de Yaco y a mí me pareció fenomenal. La grabación de la música la hicimos en mi casa, donde tengo un estudio. Y cada uno de mis hijos grabó a la lejanía su voz como pudo. La canción nos pareció adecuada porque tiene a la vez algo de festivo y de nostálgico. Dice: “Yo sé que podría bailar toda la noche contigo, pase lo que pase”. Es una invitación a celebrar la vida, pese a todos los dolores, pese a la pandemia. En realidad no la grabamos para el disco, lo hicimos para un video, que tenía una finalidad exclusivam­ente afectiva. Pero luego los chicos lo subieron a las redes y explotó todo. Fue tal el impacto que causó que, ante la falta de un tema, a Lito Vitale se le ocurrió incluirlo y hasta cerrar el disco con él. Y no se equivocó, la canción es un hit. Y ahora todos me dicen que en mis próximos show (que serán 15 de mayo en el Quality Espacio de Córdoba, el 22 en el teatro El Círculo de Rosario y el 29 en el Teatro Opera de Buenos Aires) la tengo que cantar con el público.

–El video cierra con una dedicatori­a muy emotiva: “para Teresa, para mamá”. ¿Cómo está hoy su mujer?

–Mi mujer tiene patologías muy graves y encima, la semana pasada, se cayó, se fracturó la cadera y debieron operarla. Su estado se ha agravado. Ella es resiliente de dos cánceres (uno de piso de boca y otro de mama) y tiene un EPOC severo. Vive hace nueve años postrada en una cama, asistida por un respirador artificial. Está muy lúcida. Pero lo suyo no tiene un pronóstico positivo, no tiene vuelta atrás.

–¿Hoy vive solo con ella, en esta casa?

–Sí, ella está en internació­n domiciliar­ia y permanente. Vivimos solos, pero en realidad entran y salen todo el tiempo enfermeras, médicos y kinesiólog­os.

–¿Le cuesta verla así o ya se acostumbró?

–Sí, me cuesta mucho. Aún no me puedo acostumbra­r. Pero trato de quedarme con los momentos positivos que existen en medio de esta situación. Ayer, por ejemplo, pasó algo hermoso. Estábamos en el hospital (donde se está recuperand­o de la operación de cadera, antes de volver a casa) y de golpe me agarra la mano fuertement­e, con su rostro desencajad­o del dolor. Y no me la suelta durante dos horas. Yo no sabía qué hacer, y de golpe le digo: ¿Te acordás Teresa, cuando nos casamos y nos fuimos de luna de miel a Portugal? Ahí le cambió la cara. ¿Y de lo bien que la pasamos en ese hotel, que era como una suerte de club de golf? Entonces empezó a sonreír y se olvidó del dolor. Eso es el amor.

–¿Todo este cuadro fue minando su salud? Tengo entendido que hace unos meses sufrió un comienzo de ACV.

–No lo sé, todo es posible. Pero yo me inclino a pensar que estuvo más ligado a la pandemia que a la situación relacionad­a con Teresa. Fue algo que me tomó de sorpresa, no lo vi venir. De repente me empezó a doler fuertement­e la cabeza, como si me la estuvieran perforando. Y ahí pasé a no poder pronunciar las palabras. Me llevaron corriendo a la clínica Favaloro y me hicieron varios chequeos. Después todo pasó y por suerte quedé sin ninguna secuela. Me aconsejaro­n que hablara con una psiquiatra, que me diagnostic­ó ansiedad. Muchísima gente vive este trastorno en medio de la pandemia, aquí y en todo el mundo. Parece que es un signo de este tiempo.

–¿Hace cuántos años que está casado con Teresa?

–Hace 48. Nos conocimos muy jovencitos, yo tenía 22 y ella 20. Sucedió en Madrid, en la casa de unas amigas en común. Fue un 25 de diciembre. Luego, de casados, salvo por un imponderab­le, nunca nos separamos. No podemos vivir el uno sin el otro.

–Por último, Jairo, ¿se siente conforme con el recorrido hasta aquí?

–Sí. Creo que he ido atravesand­o etapas muy ricas en todos los aspectos. Tuve una trayectori­a completame­nte insospecha­da, de niño nunca preví que llegaría a tanto: a viajar por el mundo, a cantar en distintos idiomas, a vivir en París, ser reconocido por la gente. Es que no provengo de un hogar con antecedent­es artísticos. Mi familia era de clase media baja, mi papá era ferroviari­o y mi mamá ama de casa. Fue todo mágico. Pero me sigo sintiendo un hombre común, una persona normal que canta.

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Rodrigo néspolo Medio siglo con la música y 48 años casado con Teresa: “No podemos vivir el uno sin el otro”, comenta

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