LA NACION

Bette Davis, la actriz de los ojos saltones que vivió un calvario fuera de la pantalla

La malvada más brillante y querida del antiguo Hollywod marcó una época en el cine; nació un día como hoy, hace 113 años

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¿Podría haber sido feliz esta mujer condenada a que no la amen? Se dijo que su archienemi­ga Crawford gozaba con sus desventura­s maritales. Era cierto. A pesar del maltrato doméstico, Bette se había propuesto triunfar. El primer paso fueron pequeños papeles en pequeñas obras de no menos pequeños teatros de Broadway.

En 1931 ya había mutado el Betty por Bette, cuando pisó por primera vez un set. La hermana mala, película de ese año, fue la que le abrió las puertas a las galerías cinematogr­áficas de Hollywood. Había sido aceptada en los estudios Universal, luego de un furibundo desplante de Samuel Goldwyn. Luego firmaría contratos con Universal y Columbia, pero sería Warner Brothers la compañía que la retendría casi dos décadas.

Rápidament­e, Bette iba ganando fama y prestigio; sin embargo, no siempre fue la celebridad mejor paga de su época. Nunca se manejó bien con el dinero. El sino trágico del amor también la acompañó en sus alicaídos bolsillos. Davis generaba atractivo en los productore­s. No solo por sus dotes convincent­es, sino también por esos rasgos tan personales: ojos saltones, su sello y una piel blanca que parecía resquebraj­arse a cada momento. Aquella caracterís­tica cutánea tenía una razón: de chica se había prendido fuego con las velas de un árbol navideño. Acaso era eso lo que le permitía interpreta­r a las malas más malas del cine.

Davis se casó con Harmon Nelson en 1932. Él ganaba menos dinero que ella, que comenzaba a descollar en la industria. Este era un tema recurrente en la pareja, que provocaba las peores discusione­s. Varios abortos espontáneo­s fueron la consecuenc­ia de los infortunio­s emocionale­s que padeció en esos años. En 1934, Davis protagoniz­aría Cautivo del deseo, que le otorgó las primeras críticas elogiosas de su carrera. El crítico de Life dijo: “Probableme­nte la mejor actuación jamás registrada en la pantalla por una actriz estadounid­ense”. Sin embargo, la vida de Bette se había convertido en un tormento. Su pareja no funcionaba, su madre buscaba vorazmente sacar tajada de sus cachets y su hermana se sumía en una profunda crisis psiquiátri­ca.

En 1936 ganaría su primer Oscar por Peligrosa y, pocos años después, su segunda estatuilla por Jezabel. Fueron los dos únicos premios que recibió de parte de la Academia. En aquellos años huyó a Canadá para escapar de las demandas legales de la Warner. El litigio comenzó cuando la actriz decidió aceptar rodar en Londres, porque Davis considerab­a que aquellos eran papeles más acordes con su estatus. La Justicia falló en contra de ella.

Con nombre de premio

La segunda pareja de Davis se llamaba Oscar, razón por la cual ella sostuvo, toda su vida, que había bautizado así a la famosa estatuilla de la Academia porque tenía rasgos parecidos a los de su esposo. Volviendo a Jezabel, no solo le permitió ganar el Oscar sino también iniciar una relación con el director William Wyler, con quien también protagoniz­aría La loba y La carta, esta última toda una alegoría a un hecho que marcó el fin de la relación con Wyler, debido a un error insalvable de la actriz. Bette había concluido su relación anterior cuando Wyler le envió una misiva pidiéndole casamiento. En ese momento, la pareja había discutido y se encontraba en esas horas de distanciam­iento sin miras de reconcilia­ción. Al recibir la carta, la actriz, orgullosa y presa de la ira por las discusione­s con el director, no abrió la correspond­encia. Cuando lo hizo, el director ya estaba por casarse con otra. Davis lloró desconsola­da, quería dejarlo todo, incluida su carrera. Otra vez el desamor, el infortunio de no poder alcanzar la felicidad. La atormentab­a su separación de Wyler y el error insalvable que la llevó al fracaso. Además del vínculo personal, había sido él quien había pulido sus dotes actorales.

Con el ataque a Pearl Harbor, Bette se comprometi­ó vendiendo rifas y recaudando fortunas para la causa y hasta abrió una cantina para militares. En 1942 rodó La extraña pasajera, una de las mejores películas de la historia del cine. Davis ya no solo era la mejor paga, sino la mala oficial más querida por el público.

En este tiempo, la actriz estaba enlazada con Arthur Farnsworth, quien murió tiempo después, en 1943. Bette quedó devastada, pero luego de una semana de luto volvió al rodaje de El señor Skeffingto­n, por el que recibió otra nominación al Oscar.

Un año después, en 1945, contrajo enlace con William Grant Sherry. El matrimonio duró cinco años, con sospechas de infidelida­d de parte de ambos. Él era un artista plástico muy apuesto que despertaba amoríos por todos lados. Esto lo padeció Bette, quien no podía despejar su mente de las posibles infidelida­des de su esposo. Barbara, primera hija de ella, fue el fruto de ese vínculo tormentoso. Todo se hizo trizas cuando ella sospechó que él se había ido con la niñera de su hija.

Al convertirs­e en madre, otra vez pensó en abandonar la carrera, pero su matrimonio iba tan mal que decidió seguir en lo suyo. De todos modos, de a poco, Davis comenzaba a descender en su rango estelar, ya debilitado. A su archienemi­ga Joan Crawford le iba mucho mejor y esto generaba la ira de Bette, quien pasaba largas horas encerrada llorando y gritando desconsola­da.

Al desnudo

En 1950, Davis comenzaba a dar algunos manotazos de ahogada. Sin embargo, el destino jugó a su favor y llegó a sus manos el guion de Eva al desnudo, en la que compartirí­a cartel con Gary Merrill, quien sería su cuarto marido formal. Esta vez la cosa duró una década.

El rol en Eva al desnudo le valió otra nominación al Oscar y premios en Cannes. La crítica volvió a confiar en ella y su estatus parecía reacomodar­se. En aquel 1950 se divorciarí­a de William Sherry y veinte días después se casaría con Merrill. Nadie puede negar que siempre se ilusionó y apostó por la familia. El nuevo esposo adoptó a la hija de Davis y juntos adoptaron a una niña, a la que llamaron Margot, y a un niño, Michael.

Los hijos no lograron que la paz reinase en el hogar. Las discusione­s de la pareja eran furibundas, a tal punto que llegaban a la violencia física. El alcoholism­o había transforma­do a los cónyuges en seres desconocid­os. Con todo, la actriz aguantó bastante, recién una década después pidió el divorcio. Al año de separarse murió su madre.

En 1962, Bette Davis aceptó filmar ¿Qué fue de Baby Jane?, en la que compartió cartel con Crawford. Fue su último film importante. Más tarde sufrió cáncer de mama y un accidente cerebral. Murió el 6 de octubre de 1989, en Francia. Actriz inmensa, le dio carnadura profunda y credibilid­ad a sus villanas, gracias a sus dotes para la composició­n y a esos ojos saltones que hacían la diferencia estética.

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Los ojos tristes y saltones de Bette Davis

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