LA NACION

Zulma Faiad: “antes Fui geisha; ahora, una mujer independie­nte”

Fue una de las mejores vedettes argentinas y la pandemia interrumpi­ó su trabajo; habla sobre política, extraterre­stres y el amor

- Texto Gustavo Lladós | Foto Hernán Zenteno

La pandemia truncó su regreso al teatro, pero habló con LA NACION del abuso, la política, el amor, de Floricient­a y de sus épocas de vedette.

Maneja los tiempos, las pausas y los tonos como nadie. Parece una actriz trágica, pero es reconocida como comediante, más allá de su extensa y exitosa carrera como vedette, con la que triunfó aquí y en México a lo largo de varias décadas. Sabe crear climas y saltar de un tema a otro, aunque a veces lo haga caóticamen­te. “Yo no sé hacer reportajes, lo mío es más coloquial, como las charlas entre amigos, ¿me entendés, mi amor?”, se excusará en algún momento del encuentro de tres horas con la naen su casa de La Lucila. cion Entrevista­r a Zulma Faiad es toda una experienci­a, un tsunami de emociones (llantos y risas incluidas) que otorga recompensa en cada tramo de la conversaci­ón. “Yo pienso con el corazón, por eso mi pensamient­o es emocional y soy tan intensa. De ahí que algunos me quieran tanto y otros, bueno… ya sabemos”, explicará con su habitual honestidad. En el medio le dicen La Turca, por sus ancestros árabes libaneses, claro, pero también por su carácter. “Pero la gente en la calle me sigue llamando Lechuguita”, en referencia al aviso de aceite La Malagueña que protagoniz­ó en los años 60, y gracias al cual se hizo popular. “Y mirá que ya tengo 77 años, ¿eh?”, comentará con picardía.

“¿Si ya me tocó la vacuna por mi edad? No aún, tenía entendido que a la provincia estaban llegando más rápido, pero no es el caso del partido de Vicente López. Deben pensar que acá, en zona norte, somos todos gorilas y yo, a los gorilas, los vi solo en el zoológico. Alma de gorila no tengo, nunca en mi vida la he tenido porque creo que hemos nacido para ayudarnos los unos a los otros. Mis principios tienen que ver más con los del socialismo de Alfredo Bravo, que está en el cielo, que con los de los de políticos de hoy”, comentará sin temor a la polémica.

La pandemia la encontró viviendo sola en su casa de dos plantas, de la que se ocupa enterament­e. “Sola y sin espíritus dando vueltas”, agregará. “Pero como soy cristiana tengo a Jesús de mi lado, que me toma de su mano y no me suelta. Así que no tengo miedo. Yo no le pido nada a él, sólo le agradezco”, dirá sentada en un mullido sillón, de cara a un enorme tríptico religioso que domina el living. “Después de estar con ‘arresto domiciliar­io’ durante un año por fin volví a la actividad hace unas semanas, cuando estrené en La Casona (la sala teatral de Corrientes al 1975) la comedia La chica del sombrero rosa, junto con María Rosa Fugazot, Adriana Salgueiro, Alberto Martín, Matías Santoiani y Kitty Locane”. La obra de Federico Jiménez, dirigida por Roberto Antier y producida por Aldo Funes, sólo alcanzó a ofrecer cinco funciones antes del cierre de los teatros.

No obstante, la actriz confía en que pronto estará nuevamente parada sobre ese escenario para cumplir con su rol en la vida: “Hacer reír a la gente”.

–¿Por qué justamente personas de riesgo (por una cuestión etaria) como vos, Moria Casán, Soledad Silveyra, Luis Brandoni y Thelma Biral encabezan mayoritari­amente la cartelera porteña en tiempos de pandemia?

–Yo creo que somos la resistenci­a del teatro. Amamos al teatro con toda nuestra alma. Por eso sostengo que es el momento de estar firme y actuar. Porque si no, el teatro se va a ir muriendo. Sé que el miedo a veces puede más que las ganas de ir al teatro. Por eso este regreso fue un reto para mí y también lo es para el público. En las redes le digo al público: gente, no nos dejen solos, ¿eh? El teatro no puede desaparece­r, tenemos que preservarl­o entre todos. Además, las salas son muy seguras y en todas se cumplen con los protocolos. Yo le aconsejo a la gente que se olvide del miedo, que no se deje llevar por la sobreinfor­mación. Los medios generan un espiral de pánico y confusión. Hay que oponerse a eso y apoyar al teatro. Además nuestros precios son muy populares y la obra es graciosísi­ma, muy terapéutic­a para los tiempos que corren.

–En teatro, en general, siempre te han tocado papeles de mujeres finas; en La chica del sombrero rosa, en cambio, interpretá­s a una cocinera de barrio, un tanto vulgar y chismosa. ¿Lo tomaste como un desafío?

–Lo tomé como algo muy chico, que prácticame­nte no existía, y que junto al director lo íbamos a convertir en algo interesant­e. Yo sabía que no iba a pasar desapercib­ida, de eso estaba segura. Porque yo nunca paso sin pena ni gloria. Desde chiquita siempre fue así. Te cuento: soy la primera hija, la primera nieta, la primera bisnieta y la primera sobrina, en fin, la primera en todo de una familia muy numerosa. Así que estoy acostumbra­da a que nunca me dejen de prestar atención.

–En los últimos años trabajaste en obras protagoniz­adas exclusivam­ente por mujeres (Extrellas, Derechas y Mujeres de ceniza) y en la actual son mayoría. ¿Fue casualidad o preferís compartir el escenario con actrices?

–No, no elegí trabajar sólo con mujeres, se dio así. Me encanta más trabajar con el sexo opuesto, tengo mucho feeling con los compañeros actores, con ellos se crea un clima de mayor complicida­d y hasta surge la seducción. Pero, ojo, soy una defensora de los derechos de la mujer a ultranza. Soy una feminista de la primera hora, pero no una feminista combativa. Para mí pueden más las palabras que las marchas. Yo estoy totalmente a favor del aborto desde siempre. La mujer necesita una protección total al respecto.

–En tu época de vedette, ¿cómo era la relación con tus compañeras? ¿Primaban los celos y las rivalidade­s o la solidarida­d?

–Yo tengo un problema. No sé lo que es la envidia. Soy una mujer muy segura de mí misma. Nunca fui combativa con ninguna mujer. Siempre he trabajado con las más grandes y hemos terminado siendo amigas, porque creo que todo ser tiene un lado dulce y sensible. Eso es lo que me pasó con Nélida Lobato.

–Pero la leyenda dice que eran rivales.

–Yo no lo era. ¡Si yo pedí que me la pusieran en una revista! “Quiero trabajar con ella”, le dije a Alejandro Romay. Y agregué: “si me querés a mí, también tenés que ponerla a ella. Si no, no la hago”. Y así trabajamos juntas. En esa revista (Escándalos) también estaban Norman Briski, un actor que adoro, Ubaldo Martínez, Darío Vittori, Eber Lobato de coreógrafo y una orquesta en vivo. ¡Mirá qué revista! ¡Pero por favor!.. para mí es un placer tener lo mejor al lado.

–¿Cómo fue que la jovencita que estudiaba danzas clásicas en el teatro Colón un día se convirtió en vedette?

–Yo creo en muchas cosas y, entre ellas, en las causalidad­es. Y en que el éxito está en uno. Yo había hecho toda la carrera del Colón, de los 9 a los 17 años, y participé de todas las óperas: como paje del Don Juan y hasta de negrito en Aída. Pero en realidad no quería eso, deseaba ser actriz y estudiar con Hedy Crilla, que era una gran maestra. Como mi mamá no me daba la plata, fui y hablé con Hedy Crilla, y ella me becó. Después me hizo debutar en La princesa y el pastor, en el teatro Smart, que hoy es el Multiteatr­o. Ahí me rebelé y dejé de ser dominada por mi madre, que pretendía que yo cumpliera con su sueño de ser la nueva Alicia Alonso. Luego, empecé a presentarm­e a castings y quedé como una de las tres chicas que cantaban el jingle de Canal 13. Yo era la b… del medio, la del flequillit­o. Como tenía un contrato de exclusivid­ad también me enchufaron en Risas y sonrisas, el programa de Juan Verdaguer. Él, más tarde, me convocó para hacer en teatro el papel de “la bailarina” en Blum, la obra de Enrique Santos Discépolo que protagoniz­aba junto a Silvia Legrand. Ahí me vio un productor del Maipo y me ofreció un contrato para debutar en la revista. Mis padres solo me dieron permiso cuando les prometí que no saldría con poca ropa ni participar­ía en cuadros de índole sexual. Así que empecé participan­do solo en sketches y ocultando el traste en el saludo final.

–¿El siguiente paso fue el aviso de “la lechuguita”?

–Exacto. Cuando estaba en el Maipo la productora Alicia Norton me propuso hacer el aviso de “la lechuguita”, y lo primero que pensé fue: ¿pero qué van a decir en la calle?, ¡que soy una p… con una lechuga colgando! A mí nunca me gustó que me ridiculice­n, aunque reconozco que conmigo se pueden hacer un festín… No lo quería hacer. Hoy tiro besos al cielo para que le lleguen a Alicia Norton. Gracias a su insistenci­a mi vida cambió para siempre. A la semana yo iba por la calle y todo el mundo me gritaba: ¡lechuguita, lechuguita! Cuando me di cuenta de que me había convertido en una persona popular fui a pedirle aumento al productor del Maipo, que era Alberto González, el hermano de Zully Moreno. Yo aún no tenía 18 años y se me rio en la cara. En realidad pretendía que me pagaran un sueldo completo, porque ya hacía un año que estaba trabajando ahí y no me lo pagaban porque Dringue Farías se quejaba de que yo hacía agregados en los sketches y pedía que me castigaran por eso; cuando a mí Hedy Crilla me había enseñado que nunca debía perder la impronta del actor.

–¿Te aumentó o te echó?

–Yo insistía con que era famosa y que por eso me había venido a ver el señor Carlos Petit (el otro gran productor de revistas de la época) para llevarme a El Nacional; que me quería ya en su teatro y por eso me ofrecía el 10 por ciento de toda la recaudació­n. Entre carcajadas, González me dijo: “mirá, nena, la estrella del Maipo es el Maipo. ¿Y sabés qué? Ahora andá a trabajar que vas a entrar tarde”. En fin, me sacó como rata por tirante. Ahí lo llamé a Petit y debuté en su teatro como protagonis­ta de la revista La lechuguita y el Pato volador, junto a Rafael “Pato” Carret. Después Petit me “prestó” para hacer con Ángel

Magaña Mi querida negrita, que fue volver a lo mío, al teatro de texto, maravillos­o. La gente decía: “mirá a esta chica que surgió en un aviso, luego fue vedette y ahora es buena actriz, che”. Y yo quería eso, quería sorprender, que la gente viera que era una actriz, no sólo una bataclana. Luego me fui a México, quería probarme que podía triunfar en otro lado sin ser “La lechuguita”.

–¿Qué recuerdos tenés de tu etapa en México?

–Los mejores. Viajé por 45 días y me quedé en ese país que amo con locura durante siete años. Tuve que viajar sola porque mi mamá, que era muy celosa de mi pareja (Melchor Arana), lo hizo detener por presunto robo de una camioneta. Cuando todo se aclaró nos pudimos reencontra­r en el Distrito Federal. Ahí, salvo una sola, no hice revistas sino music hall y una zarzuela, siempre con un éxito arrollador. En México me pasó de todo; por ejemplo, vi por primera vez un vehículo extraterre­stre dirigido. Fue algo impactante.

–¿Es verdad que en los años de esplendor de la revista los hombres poderosos regalaban alhajas, autos y departamen­tos? ¿Te sucedió?

–A mí no me tocó nada de eso porque ladro. Si me hubieran hecho esos regalos los habría mandado al c…. La única vez que alguien insinuó querer comprarme imaginen lo que le contesté. Fue terrible. Lo único que puedo repetir es: “Qué tristeza, un hombre tan joven y poderoso, que venga a decirme… pero por favor, ¡dejate de joder!” Flores y bombones sí aceptaba. ¡Ay, Dios mío, si nos habremos comido bombones con los utileros en el techo de El Nacional, donde hacían el asadito antes de la trasnoche del sábado!

–¿Los capocómico­s te trataban de igual a igual o hacían diferencia?

–Cuando empecé, sólo tuve problemas con Dringue. Luego nunca tuve otro conflicto, ni con un capo cómico ni con un actor. ¿Relaciones sexuales con actores? Tampoco. No puedo, no me enamoro de un actor. El padre de mis hijas [Daniel Guerrero] era actor, es cierto, pero no me enamoré de él trabajando. Cuando lo conocí era locutor. Nunca tuve que ubicar a un capocómico porque nunca me faltaron el respeto y además yo siempre fui muy cocorita… Para los capocómico­s yo era invisible en el terreno sexual, un poco por mi carácter y otro tanto por mi edad. No me veían como a una hembra-mujer sino como a una niña bella. ¡Y es que era eso! Al punto que muchas veces al bajar la escalinata del final y mirar a los hombres que estaban en la platea, pensaba: ¿qué pasaría si de golpe les cuento que aún soy virgen? Es que yo fui virgen hasta los 22, hasta que conocí a Melchor Arana y me enamoré perdidamen­te de él. Y él de mí.

–El año pasado sorprendis­te al hacer público el abuso sexual que sufriste a los 6 años por parte de un amigo de la familia y la valentía que tuviste a esa edad para denunciarl­o. ¿Ese hecho te marcó en tu relación con los hombres?

–No, para nada. Y eso se lo debo a mis padres, que actuaron maravillos­amente. Cuando se los conté, mi papá salió corriendo a agarrarlo a trompadas, y luego mi mamá me llevó a un doctor para que me revisara. Fue un amigo de mi abuelo, con el que me dejaron un rato mientras ellos salían. No me pudo violar porque yo era muy chiquita, pero fue una situación horrible. Para mí ahí terminó la historia. Nunca sentí algún temor ni dejé de tener sexo por esa experienci­a de la niñez.

–En 2004 te ganaste al público infantil gracias a Floricient­a.

El año pasado Telefé volvió a emitir el programa y se reavivó la polémica sobre tu repentina desaparici­ón de la tira, ocurrida en medio de la primera temporada. ¿Es verdad que te echó Cris Morena?

–Sí, es verdad. La historia es así: un día, en medio de una extensa grabación, me empecé a sentir mal, tenía 40 grados de fiebre pero recién pude visitar un médico a las 9 de la noche, después de la jornada de trabajo. Me diagnostic­ó neumonitis y me indicó 10 días de reposo total. Yo no le hice caso y, a los tres días, me aparecí en el estudio. Sin embargo me castigaron, haciendo desaparece­r mi personaje de la tira. Pero, eso sí, me pagaron el resto del contrato. No te podés imaginar lo que lloré en aquel momento. Porque amaba hacer ese programa y a su público. Pero la vida me dio revancha y cuando repusieron Floricient­a, ya en época de redes, los chicos empezaron a contactars­e conmigo. Al principio, pensaban que yo había decidido irme del programa y que los había abandonado… Ahora me siguen en Twitter y nos amamos.

–El mito asegura que las vedettes suelen tener muchos amores y tumultuoso­s. En tu caso, sólo se te conocen cuatro parejas y muy estables...

–Yo no tuve amores tumultuoso­s, pero sí apasionadí­simos. He sido mujer de pocos pero grandes amores. Tuve cuatro en total a lo largo de toda mi vida: [el ganadero y arquitecto] Melchor Arana, que fue el gran amor de mi vida, y que al fallecer, hace ya 10 años, sentí su muerte como si fuera su viuda; [el locutor y actor] Daniel Guerrero, con el que me casé y tuve dos hijas (Daniela y Eleonora); un médico oncólogo y el último, el abogado Alejandro Marquestó, al que le llevaba 17 años y con el que conviví 16. Con cada uno he estado muchos años. Yo no tengo alma de amante, nunca tuve amoríos. A mí no me enamora cualquier, ¿eh? Cuando me enamoro tengo que ponerme en pareja, sí o sí, nunca tuve un hombre con cama afuera. No sé qué se debe sentir, ni me interesa saberlo, con lo posesiva que soy…

–Y ahora, en este tramo de tu vida, ¿quién ocupa tu corazón?

–Fui, soy y seguiré siendo una enamorada del amor. ¿Pero sabés lo que mata el misterio del amor? La convivenci­a. Hoy tendría mi cuarto, mi baño y mi televisor propios. Y de a ratos me juntaría con mi pareja, por supuesto, porque soy una apasionada. Creo que esa es la inteligenc­ia del amor: respetar los espacios del otro. Si no, la pareja se transforma en la soledad de dos. De todos modos no creo que esté capacitada para volver a enamorarme, porque ahora tengo una vida muy independie­nte. Antes era una geisha, ahora no tengo más ganas de serlo. Dicen que en la vida existen cuatro tiempos: tiempo para lo social, tiempo para la familia, tiempo para el trabajo y tiempo para uno. Bueno, los tres primeros tiempos los cumplí impecablem­ente. Pero me olvidé del último. Así que este es mi momento y no lo quiero dejar pasar.

–¿Qué opinás de la realidad nacional? En 2005 te presentast­e como candidata a diputada por el Partido de La Esperanza Porteña, y en 2015, para concejal por el Frente para la Victoria. En el medio, fuiste directora del Centro Municipal de la Mujer de Vicente López.

–Sí, estuve allí hasta que Carmen Barbieri me llamó para volver a la revista y ser parte de Barbierísi­ma.

La política tiene que ser una vocación de servicio y si no les gusta, si solo quieren la plata de la política, deben dedicarse a otra cosa, a ser empresario­s. El mundo no va a andar con los que anteponen sus intereses a los del pueblo y la patria, que no tienen amor por el prójimo. Quiero que los políticos concientic­en que estamos muy solos en este momento. No necesitamo­s un papá, porque ya fuimos educados, pero sí necesitamo­s gente que realmente ame al pueblo. ¿Es tan difícil eso? Que piensen en las empresas chicas y medianas, que están desesperad­as.

–¿Volverías a presentart­e para algún cargo?

–No. Aprendí que no nací para hacer política. Yo soy una idealista, una soñadora, una romántica, una mujer honesta que piensa que el político está para servir, no para hacerse rico. Además, mi salud no tiene precio. Nunca más me presentarí­a para ningún cargo. Porque los que no pueden te combaten. Es El hombre mediocre, de José Ingenieros. ¿Cómo él está haciendo esto y a mí no se me ocurrió? Te combaten y así te embarran. Pero conmigo no pudieron. Es que yo tengo un don: nací angelada. Sí, soy angelada. No sé cómo suena eso, pero no me importa, porque es lo que siento. Me lo dice la gente por la calle. Aún me llaman Zulmita o Lechuguita y no quiero que por las críticas de un cuatro de copa dejen de hacerlo.

“En México vi por primera vez un vehículo extraterre­stre dirigido”

“Yo tengo un don: nací angelada. No sé cómo suena, pero es lo que siento”

 ??  ?? “No tengo alma de gorila, soy socialista de Alfredo Bravo”, sostiene Faiad
“No tengo alma de gorila, soy socialista de Alfredo Bravo”, sostiene Faiad
 ??  ?? “A mi edad me siguen llamando la Lechuguita”, confiesa Zulma Faiad
“A mi edad me siguen llamando la Lechuguita”, confiesa Zulma Faiad
 ?? Hernán zenteno ??
Hernán zenteno

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina