LA NACION

100.250 La pandemia no cede y el país cruza otra barrera dramática

Las muertes diarias siguen entre las más altas del mundo; buscan acelerar la vacunación

- Nicolás Cassese

Con 614 muertos registrado­s ayer, la Argentina cruzó la trágica barrera de los 100.000 fallecidos a causa del coronaviru­s desde marzo del año pasado, cuando se produjo la primera víctima mortal.

La jornada estuvo marcada, además, por el silencio del Gobierno frente a la tragedia sanitaria, que lleva a la Argentina a integrar el triste panteón de los diez países con mayor tasa de muertes por cada millón de habitantes. Perú encabeza esa tabla, que integran también Brasil y Colombia.

Aunque la campaña de vacunación comenzó a fines de diciembre pasado, y se prometiero­n millones de dosis para el verano, solo el 11% de la población argentina tiene el esquema completo de inmunizaci­ón, una de las claves para frenar el avance del virus. Para tomar una dimensión de la tragedia, el promedio diario de muertos es de 200 personas, lo que significa un deceso cada 7,12 minutos. Los 100.250 muertos acumulados equivalen a la desaparici­ón de la población de una ciudad como Santa Rosa, La Pampa.

La Argentina acaba de cruzar la barrera de los 100.000 muertos por coronaviru­s, y el número, frío y demoledor, no solo lo encierra un universo de sufrimient­o: también dispara decenas de preguntas. ¿Cuánto dolor representa cada una de esas vidas truncadas por la pandemia? ¿Cuáles serán las marcas que dejarán esas pérdidas? ¿Cuántas se podrían haber evitado si las políticas adoptadas hubieran sido otras, si las vacunas llegaban a tiempo? ¿Cuántas muertes restan sufrir aún antes de que por fin veamos el fin de esta pesadilla? ¿Hay respuesta ante tanta desolación?

Con los números difundidos ayer, la Argentina suma 100.250 muertos. La cifra, por lo pronto, abruma. Puesto en términos comparativ­os, este virus se llevó el equivalent­e a la población total de una ciudad mediana. Un poco más de 100.000 son los habitantes de Santa Rosa, la capital de La Pampa.

En el ranking global, la Argentina ocupa uno de los peores lugares. ayer por la mañana, con una tasa de 2239 muertes cada millón de habitantes, estaba dentro de los diez países más afectados. Perú encabeza esa ominosa tabla, que incluye a otros países de la región en los primeros lugares. Brasil y Colombia están incluso peor que la Argentina.

El virus no distinguió colores políticos y fue impiadoso con América del Sur: ninguna otra región se vio tan diezmada. Su daño se cuenta en muertes, pero también en el derrumbe económico y en los miles de chicos en edad escolar que vieron interrumpi­da su educación.

En la inmensidad de los grandes números se esconde el llanto de las familias que sufrieron pérdidas. El coronaviru­s fue cruel no solo por lo contagioso y letal, sino también por la imposición de agonías en soledad a las que obligó, en especial al inicio de la pandemia.

Los protocolos de aislamient­o absoluto hicieron que los enfermos terminales tuviesen que cursar los últimos días de su vida alejados de sus familias y amigos. Incluso el contacto con médicos y enfermeros era limitado y estaba mediado por las capas de protección que dificultab­an la comunicaci­ón. “Los pacientes nos miran como si fuéramos astronauta­s y encima se sienten culpables porque entienden que nos estamos protegiend­o de ellos. Es muy difícil comunicarn­os en esas condicione­s”, explicaba Isabel, una enfermera del Hospital Fernández, al comienzo de la pandemia.

La deshumaniz­ación de los ritos con que aprendimos a lidiar con la muerte se trasladó a los entierros y velorios, que en el inicio también estaban restringid­os. El amigo de una de las primeras víctimas de Córdoba recuerda el clima de clandestin­idad que rodeó al entierro. El empleado del servicio fúnebre dejó la urna en una tapia “como si fuese una bomba atómica” y los cinco presentes se apuraron a depositarl­a en la fosa que habían cavado durante la noche. Parecía, dijo, “el entierro de un narcotrafi­cante”.

“Morir en un completo aislamient­o no es un buen morir. Es todo lo contrario a lo que la mayor parte de las personas imaginan para su muerte e impacta de manera negativa en la elaboració­n del duelo”, señala Gustavo de Simone, un médico especialis­ta en cuidados paliativos que coordinó entrenamie­ntos y protocolos para humanizar el cuidado de pacientes terminales y sus familiares hasta lograr incluir el “derecho a la despedida” en las prácticas de muchos hospitales.

De Simone explica que el propio personal de salud sufrió a causa de haber tenido que lidiar con tantas muertes traumática­s. La “fatiga por compasión”, dice, es una consecuenc­ia del cansancio físico y emocional que generó la pandemia en los profesiona­les de la salud. Se manifiesta en insomnio y alteracion­es de ánimo, entre otros síntomas. Ellos, los médicos, enfermeros y el resto de los trabajador­es de clínicas y hospitales se llevaron una de las peores partes de esta tragedia.

Entre las víctimas mortales, los adultos mayores fueron los que más sufrieron. Más de la mitad de las muertes por coronaviru­s registrada­s en la Argentina fueron de personas que habían superado los 70 años.

El miedo al contagio representa­do por esa cifra generó largos períodos de aislamient­o, en los que ese segmento de la población vivió privado del contacto con sus familias. Pero no fueron los únicos: el virus fue democrátic­o a la hora de esparcir restriccio­nes, aislamient­o y temor.

Tanto dolor y sufrimient­o se dio en el contexto de una creciente con

El coronaviru­s no fue cruel solo por lo contagioso y letal, sino también por la imposición de agonías en soledad

Entre las víctimas mortales, los adultos mayores fueron los que más sufrieron

Solo el 11% de la población argentina está inoculada con las dos dosis

frontación política. El Gobierno fue rápido para implementa­r una temprana cuarentena. El 19 de marzo del año pasado, Alberto Fernández anunció el inicio de un confinamie­nto obligatori­o con el objetivo, dijo, de fortalecer el sistema de salud y evitar el colapso de hospitales que entonces se veía en Europa.

Esa medida y las sucesivas prolongaci­ones iniciales de la cuarentena fueron anunciadas con un significat­ivo consenso político, cuya imagen más elocuente fue el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, y el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, sentados a la misma mesa que el Presidente.

“Prefiero tener el 10% más de pobres y no 100.000 muertos en la Argentina”, dijo el Presidente en un reportaje publicado en el diario Perfil el 12 de abril del año pasado. Al final, la Argentina padeció la pobreza y también los muertos, pero la frase señala la lógica con que Fernández se abrazó a sus decisiones sanitarias en el inicio de la pandemia.

El Presidente logró crecer en las encuestas durante esos primeros meses, pero pronto sus propios errores y desmanejos hicieron que ese capital político acumulado comenzara a dilapidars­e.

La prolongaci­ón de la cuarentena como casi única medida sanitaria en medio del derrumbe económico, la escasez de testeos, el vacunatori­o vip para amigos y aliados, las negociacio­nes confusas para tener vacunas, los largos meses sin clases presencial­es y la confrontac­ión con enemigos reales e imaginario­s son algunas de las razones que horadaron la credibilid­ad del Gobierno.

“Se enamoraron del instrument­o”, evalúa Adolfo Rubinstein sobre la relación del Gobierno con la cuarentena. El exministro de Salud durante el gobierno de Mauricio Macri considera que el gran error de la gestión de la pandemia fue mantener una “cuarentena plana” durante tanto tiempo. La medida, dice, se copió de Europa, pero en la Argentina, con más de la mitad de la economía en la informalid­ad, no había forma de sostenerla. Ante el relajamien­to de hecho de la cuarentena que se fue dando por la necesidad de generar ingresos, el Gobierno fue licuando el capital político que luego necesitó cuando tuvo que volver a instalar las restriccio­nes por el aumento de contagios. Para Rubinstein, y muchos de los analistas, una estrategia de cierres focalizado­s, estrictos, pero más cortos, hubiese sido más eficiente. La famosa estrategia de la danza y el martillo.

La pérdida de consenso sobre la cuarentena acrecentó la grieta política y comenzaron a aparecer diversos chivos expiatorio­s a los que el oficialism­o y sus aliados culparon del aumento de casos. Sandra, la jubilada de 85 años que discutió con la Policía de la Ciudad de Buenos Aires porque no la dejaban tomar sol en el parque, fue el primer símbolo del sinsentido que adquiriero­n ciertas medidas de confinamie­nto. De corredores a jóvenes que organizaba­n encuentros sociales y, ahora, a turistas argentinos que viajaron a Miami, la vocación persecutor­ia de sectores de la alianza de gobierno fue encontrand­o blancos fáciles.

Mientras tanto, las gestiones para conseguir las vacunas, el insumo central con que los países más avanzados comienzan a salir de la pesadilla del Covid, tuvieron trabas y contratiem­pos. A las negociacio­nes nunca del todo aclaradas con Pfizer se agregan ahora los problemas para conseguir la segunda dosis de la Sputnik V. A inicios de esta semana, solo el 11 por ciento de la población argentina estaba inoculada con las dos dosis. Esto representa un riesgo ante el avance de las nuevas variantes, ya que la protección con una primera dosis no es suficiente contra las nuevas mutaciones del virus.

Las dilaciones para completar el esquema de vacunación son apenas uno de los factores que generan incertidum­bre sobre la evolución de la pandemia en la Argentina. El límite de los 100.000 muertos se cruzó cuando algunas tenues señales, como la ocupación de las camas de terapia intensiva, podrían marcar que lo peor ya pasó, pero ningún especialis­ta se atreve a pronostica­r una pronta superación de la epidemia.

Uno de los segmentos de la población más perjudicad­os por las políticas del Gobierno fueron los niños en edad escolar. Primero se les prohibió hasta salir de las casas y luego se les restringió durante largos meses su derecho a la educación.

Los chicos del Gran Buenos Aires fueron particular­mente damnificad­osporeltes­ónqueelgob­iernopuso en mantener las aulas cerradas, una medida que se continuó durante casi todo el año pasado y el inicio del actual. La grieta de desigualda­d generada por la educación virtual entre aquellos niños con acceso a tecnología y los que debieron conformars­e con ejercicios enviados por Whatsapp quedó registrada en múltiples estudios, incluyendo los del propio Ministerio de Educación.

Encerrado en su receta y atrinchera­do contra los supuestos enemigos de la salud, el oficialism­o no supo, o no pudo, estar a la altura de las enormes demandas que planteó el drama de la pandemia. Los 100.000 muertos son parte del legado con que se escribirá la historia de este gobierno.

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Los protocolos de aislamient­o fueron tan estrictos que no hubo ni posibilida­d de despedir a familiares internados en terapia intensiva
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ARCHIVO/HERNÁN ZENTENO

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