LA NACION

Lo que aprendiero­n los médicos en más de un año de tratar el Covid

Coinciden en que evoluciona­ron los métodos para oxigenar a los pacientes y los fármacos usados; también, los modos de protección

- Alejandro Horvat

Los papers con informació­n científica y las imágenes del caos que estaba generando el coronaviru­s en Europa no paraban de circular. Pero en la Argentina, hasta el 3 de marzo del año pasado, los trabajador­es de la salud no habían estado nunca frente a un paciente infectado con el virus que salió de China y se esparció por el mundo a una velocidad estremeced­ora. Hasta que un día el SARS-COV-2 aterrizó en Ezeiza en un vuelo que llegó de Italia, y ahí comenzó una carrera para aprender a protegerse y contraatac­ar a una enfermedad que aún hoy avanza con voracidad, y ya provocó más de 100.000 muertes en el país.

Pablo Pratesi es el jefe de terapia intensiva del Hospital Austral. Recuerda que en marzo y abril del año pasado hablaba con sus colegas en Estados Unidos y Europa y le relataban sobre los pacientes que llegaban a los hospitales ya en condicione­s de ser intubados, hasta que el coronaviru­s se transformó en una realidad también en la Argentina.

Los primeros pacientes los agarraron “despreveni­dos”, y muchos médicos y médicas se contagiaro­n o se aislaron de manera preventiva, hasta que cambió el protocolo y todo paciente debió ser tratado como Covid positivo hasta que una prueba de PCR demostrara la contrario. Entonces surgió otro problema: en ese momento, el Instituto Malbrán centraliza­ba casi toda la capacidad para analizar las muestras, por lo que un resultado podía demorar hasta una semana en llegar.

“Esa demora dificultab­a el manejo del paciente. Nosotros fuimos pioneros en tener la posibilida­d de hacer la prueba en nuestro propio hospital; eso nos permitió diagnostic­ar en pocas horas, y a partir de ahí cambió totalmente la dinámica. Como en ese momento todavía había una cuarentena estricta, los casos demoraron en aumentar, pero al principio nos contagiába­mos mucho, hasta que nos fuimos perfeccion­ando en ponernos y sacarnos los elementos de protección. La forma de trabajar también cambió totalmente: los pases de guardia, que antes eran grupales, los dividimos en grupos mucho más chicos, y eso nos hizo más efectivos. El coronaviru­s, además, nos obligó a articular los equipos de las distintas áreas como nunca antes”, describe Pratesi.

Como parte del aprendizaj­e, el especialis­ta destaca un aspecto que ya era conocido en la medicina, pero que la pandemia exacerbó: la importanci­a de contar con personal bien capacitado y remunerado como para poder trabajar con tranquilid­ad sobre cada paciente. Esto, lejos de ser un reclamo sindical, es una realidad concreta que en la práctica se traduce en cifras impactante­s.

Pablo Rodríguez cemic Eleonora Cunto hospital muñiz

Por ejemplo, el Hospital Austral logró tener una mortalidad del 23% en los pacientes que llegaron a terapia intensiva, mientras que en el resto de los hospitales suele oscilar entre el 40% y el 60%.

“Tuvimos esas cifras sin hacer nada distinto en términos de tratamient­o. La pandemia va a terminar, pero uno de los grandes temas que nos va a dejar es que las condicione­s laborales son fundamenta­les para que los terapistas puedan desarrolla­rse, dar una mejor atención y que la especialid­ad sea atractiva para las futuras camadas de médicos”, agrega.

Pablo Rodríguez, coordinado­r de la terapia intensiva del Cemic, indica que en el aprendizaj­e en el tratamient­o de los pacientes graves hubo dos cuestiones centrales. La primera tiene que ver con las medidas de sostén, que tienen que ver con la administra­ción de oxígeno. Luego están los tratamient­os farmacológ­icos, como el uso de corticoide­s, que fue demostrand­o buenos resultados para desinflama­r los tejidos pulmonares.

“Hubo una evolución. Fuimos aprendiend­o que podíamos tomarnos más tiempo antes de aplicar medidas más invasivas, como intubar a un paciente. Por ejemplo, el uso de cánulas nasales de alto flujo, que en principio no se usaban porque se sospechaba que no eran eficaces y que, además, aerosoliza­ban el virus a través del espacio, lo que podría generar más contagios en el equipo de salud. Cerca de la primavera decidimos correr ese riesgo y empezar a usarlas, porque el curso de los pacientes intubados no era bueno. Y no hubo un aumento en los contagios intrahospi­talarios por el uso de las cánulas”, recuerda Rodríguez.

En cuanto a algunas medidas, como acostar a los pacientes boca abajo, los esquemas de sedación y el uso de algunos fármacos, no hubo grandes cambios, pero destaca el uso regular de corticoide­s como una de las experienci­as que más favorecier­on a los pacientes.

“Hubo fármacos antivirale­s que se usan en el exterior, pero que acá nuncallega­ron.apesardela­sdudas y los efectos adversos, empezamos a usar corticoide­s, que son antiinflam­atorios. Esta enfermedad tiene un curso con una primera fase en la que el virus entra al organismo y se reproduce, y una fase posterior que depende de los mecanismos de defensa del paciente para controlar el virus. Esa respuesta es de tipo inflamator­ia y en muchos pacientes genera daños, principalm­ente en los pulmones. Es entonces cuando los corticoide­s ayudan a desinflama­r el tejido”, detalla el especialis­ta.

Otros tratamient­os, a los que en un principio postulaban como un gran éxito, fueron el plasma de convalecie­nte y el suero equino. Pero Rodríguez señala que observaron que el plasma y el suero no tenían un rol importante en los pacientes graves, sino que generaban un efecto beneficios­o en el comienzo de la enfermedad. “Hubo muchas técnicas que parecían la panacea y luego se desinflaro­n. Por ejemplo, el ibuprofeno nebulizado, que al final nunca hubo muchos datos sobre su uso”, indica.

Eleonora Cunto es la jefa del Departamen­to de Terapia Intensiva del Hospital Francisco Javier Muñiz, una de las institucio­nes más prestigios­as en cuanto a la investigac­ión y tratamient­o de enfermedad­es infecciosa­s de la Argentina. Recuerda que en marzo del año pasado empezaron a usar antirretro­virales e hidroxiclo­roquina en los pacientes con coronaviru­s, pero rápidament­e se dieron cuenta de que los resultados no eran los esperados y viraron hacia el uso de corticoide­s.

“Todos eran medicament­os que se conocen y se usan en otras patologías. Uno se guía por el conocimien­to médico en general, además de solicitar permiso al comité de ética de investigac­ión antes de poner en práctica algún tipo de tratamient­o. Pero el coronaviru­s es una enfermedad muy nueva, cambia constantem­ente. En mi vida estudié tanto y cambió tanto una enfermedad en tan poco tiempo”, describe Cunto.

Otro aspecto central que modificaro­n en este año y medio de pandemia es el trato con los pacientes y sus seres queridos. Ahora, los familiares pueden ingresar a la sala si así lo quisieran, al menos en el Muñiz. “Con todos los elementos de protección, los dejamos ingresar. Antes no entraba nadie y eso convertía a esta enfermedad en solitaria y odiosa. Y a los pacientes ser visitados por sus familiares también los ayuda a mejorar”, concluye Cunto.

“Fuimos aprendiend­o que podíamos tomarnos más tiempo antes de aplicar medidas más invasivas, como intubar a un paciente. Por ejemplo, el uso de cánulas nasales de alto flujo” “a pesar de las dudas y los efectos adversos, empezamos a usar corticoide­s, que son antiinflam­atorios. ayudan a desinflama­r el tejido, principalm­ente en los pulmones”

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