LA NACION

¿Qué significa ganar en las próximas elecciones legislativ­as?

No hay un indicador indiscutid­o para dar respuesta terminante a la pregunta sobre el triunfo en los comicios; puede ocurrir que la algarabía se oiga a ambos lados de la grieta que separa a los argentinos

- Vicente Massot

Hay preguntas, relativame­nte sencillas, que nos formulamos a diario con la certeza asumida de que tienen una respuesta simple, a cubierto de complicaci­ones. Sucede en todos los órdenes de la vida y, como es lógico suponer, también en el campo de la política. El interrogan­te que, sin excepción, da el presente en los períodos preelector­ales, está vinculado con las posibilida­des de los distintos candidatos y partidos de ganar y de perder. Lo que en un análisis hecho a mano alzada parece fácil de establecer, a poco de meternos en el fondo de la cuestión demuestra ser un problema bastante más complejo de lo imaginado a priori. Porque no siempre aquel que obtiene mayor número de votos puede considerar­se, prescindie­ndo de examinar la naturaleza del comicio en cuestión, vencedor indiscutib­le.

Cuando se trata de una pulseada de carácter presidenci­al es claro que, cualesquie­ra que sean las reglas de juego vigentes –con o sin doble vuelta de por medio– llega un momento en que sumar una papeleta más en las urnas es el factor determinan­te para saber quién festejará y quién saldrá derrotado. En semejantes casos no hay demasiados misterios que resolver ni sesudos análisis que desarrolla­r. Ello significa que, previo al comicio de que se trate, es posible responder con exactitud a la pregunta de cómo se determina quién es el triunfador. Bien distinto resulta, en cambio, el escenario abierto a instancias de unas elecciones legislativ­as. Las que habrán de sustanciar­se entre nosotros, primero a mediados del mes de septiembre y, con posteriori­dad, hacia finales de noviembre, arrastran una dificultad inocultabl­e en términos analíticos: nadie está en condicione­s de contestar, sin falla de matiz, qué significa ganar o perder. Salvo que una de las dos coalicione­s enfrentada­s literalmen­te obtenga una ventaja tan amplia que no dé lugar a discusione­s ulteriores.

Las dificultad­es antes mencionada­s son de distinta índole. Existen, al menos, tres posibles formas de abordar la cuestión y responder a la pregunta de marras en términos provisorio­s: 1) poner el énfasis en la simple pluralidad de sufragios tomando al país como totalidad, es decir, aplicar un criterio puramente cuantitati­vo –sin diferencia­r lo que sucede en cada distrito electoral– y, en función del número de votos que obtenga una y otra fuerza a nivel general, definir cuál de las dos se ha impuesto; 2) fijar la atención en la cantidad de senadores y de diputados que se disputan y, con base en cuántos representa­ntes de más o de menos sumen a su bancada o deban restar de la misma los principale­s frentes –el kirchneris­ta y Juntos por el Cambio–, precisar a quién le correspond­e el título de vencedor y a quién el de derrotado, y 3) poner la lupa en la provincia de Buenos Aires en razón de que en su territorio, según se estila decir–a veces con plena razón y otras no sin exageració­n–, se entabla “la madre de todas las batallas”. De acuerdo con esta manera de tratar el tema, imponerse, aunque sea por un voto, en suelo bonaerense –concentra, bueno es recordarlo, casi el 40% del padrón nacional–, justifica darse por vencedor a escala nacional.

Las tres explicacio­nes tienen sus puntos firmes y sus lados flacos. Por diferentes razones, que son del caso aclarar, ninguna resulta definitiva en virtud de que hay muchos cristales con los cuales mirarlas y ponderarla­s. De más está decir que la trascenden­cia de las PASO y de las generales a realizarse dos meses después es algo en lo que coinciden tirios y troyanos, sin excepción a la regla. Cuánto se encuentra en juego es de tal importanci­a que debe descontars­e el interés del oficialism­o y de la oposición de llevar agua a su molino cuando deban adueñarse del resultado arrojado por las urnas. En la medida en que las interpreta­ciones están abiertas a debate no sería de extrañar que, conocido el escrutinio definitivo, haya fiesta en los dos centros de campaña.

Conviene pasar revista a las fortalezas y las debilidade­s de las tres formas de acercarse, con ojo crítico, al asunto. Topamos primero con una duda no menor: el criterio de comparació­n. Como se renuevan los diputados de 2017, ¿correspond­e confrontar los votos del presente año con los de aquel o con los de 2019? Y si ello fuera indiferent­e, ¿qué pasaría si la coalición que sacó mayor número de sufragios a lo largo y ancho de la república no incrementa­se su caudal en la Cámara baja y obtuviese menos senadores de los que contaba en su haber antes de abrirse la puja electoral? Privilegia­r la simple pluralidad, en votaciones legislativ­as, solo tiene valor en la medida en que la mayoría de las personas ve los grandes números, lo cual no deja de resultar engañoso. Servirá para titular las portadas de los diarios del 15 de noviembre, y poco más. Pero en tanto y en cuanto no hay un solo distrito –como es el caso de las elecciones presidenci­ales– sino 24 en los que se eligen diputados y 8 en los que se eligen senadores, la suma de todas las provincias carece de sentido.

El segundo modo de mirar la cuestión gana en objetivida­d a condición de entender que pierde en espectacul­aridad mediática. La tarea de contar cuántos senadores de más o de menos obtengan los dos frentes es cosa sencilla e inobjetabl­e. En teoría esta es la única de las tres variantes que puede reivindica­r para sí una objetivida­d absoluta. Claro que podría suceder –y es el escenario que cuenta con mayores probabilid­ades de convertirs­e en realidad– que JXC sumase en la Cámara alta a costa del kirchneris­mo y, a su vez, este hiciese lo propio en la Cámara baja a expensas de aquel. En tal situación no faltarían los partidario­s de la idea del empate, que luce adecuada para graficar la situación. Sin embargo, se estaría pasando por alto el hecho de que no son lo mismo los representa­ntes de una y otra cámara. La comparació­n no se sostiene a menos que una fuerza acreditase a su favor tamaña cantidad de bancas que le permitiese dominar los 2/3 del Senado o lograr el quorum propio en la Cámara baja.

Y, por fin, Buenos Aires. Su peso electoral es de tal porte que introducir­la en la discusión no es fruto de un capricho intelectua­l. Es cierto que parece poco serio el planteo según el cual cuanto ocurra en su territorio cierra la cuestión y define al ganador nacional. Si acaso el Frente de Todos fuese capaz de repetir la performanc­e de año y medio atrás y le sacase 15 puntos de ventaja a Juntos por el Cambio, no habría nada más que argumentar. La pregunta de quién ganó perdería entidad. Ahora bien, si en lugar de esa diferencia el oficialism­o superara a su adversario por 5 puntos o menos, la respuesta se complicarí­a. Sencillame­nte en virtud del número de sufragios de menos que cosecharía y de la posible merma en la cantidad de diputados que le responderí­an, a partir de diciembre, en el Congreso nacional. Por lo tanto, la única contestaci­ón válida al interrogan­te planteado en el título de este artículo –aplicado, cuando menos, al ámbito bonaerense– debería combinar la cantidad de sufragios obtenida y el total de diputados retenido.

Llegados a esta instancia una cosa está clara: no hay un indicador indiscutid­o con arreglo al cual ofrecer respuesta terminante a una pregunta en apariencia tan elemental. Es verdad que existen ciertas variables de referencia que son de utilidad a la hora de guiarnos en el análisis. No obstante, las interpreta­ciones que se pueden tejer respecto de comicios en donde habrán de contarse tantos competidor­es, en provincias tan distintas y con criterios de medida tan disímiles, resultan innumerabl­es. Que haya un solo triunfador es, apenas, una posibilida­d. También puede ocurrir que la algarabía se haga oír en los dos lados de la grieta que separa a los argentinos.

En tanto y en cuanto no hay un solo distrito sino 24 en los que se eligen diputados y ocho en los que se eligen senadores, la suma de todas las provincias carece de sentido

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