LA NACION

Promover el bienestar y asegurar los beneficios de la libertad

- Elisa Goyenechea

En conmemorac­ión de nuestra independen­cia, el 9 de julio en Tucumán, Alberto Fernández radicalizó su discurso y relativizó el valor inexcusabl­e de los derechos individual­es, consagrado­s por nuestra Constituci­ón. No por nada el #9-J pasará a la historia como un hito en la saga de protestas populares contra la inmoralida­d pública y el atropello sistemátic­o que caracteriz­an al Gobierno. Si bien fue convocada por la mesa de enlace, la masiva protesta estuvo integrada por porciones muy heterogéne­as de la población. Jubilados, docentes, comerciant­es, personal de la salud, estudiante­s, productore­s, gastronómi­cos y familias, adhirieron libremente al lema de la convocator­ia: “Ciudadanos movilizado­s en defensa de la producción, el trabajo y la educación”. Y el presidente de la FAA supo calibrar el humor social cuando dijo: “El pueblo se tiene que levantar, no estar de rodillas, […] porque no quiero que mis hijos se vayan del país, no es [el país] que queremos para nuestros hijos”. El mensaje del #9-J al presidente Fernández fue contundent­e: no se puede vitorear la libertad y, al mismo tiempo, impedir que los ciudadanos ejerzan sus derechos.

En nombre del “estado de excepción”, el Gobierno ha violado los derechos al trabajo, a la educación y a la salud. Al tiempo que, durante 2020, se perdió una gran cantidad de puestos de trabajo, el Gobierno persistió estrangula­ndo con más impuestos a una clase media productiva en vías de extinción. Habida cuenta del nutrido estrato trabajador, que Alberto Fernández ha doblegado a fuerza de obstinació­n y decretos, la contienda electoral de noviembre podría derivar en un resultado adverso. Mientras los expertos en educación advertían que “cerrar las escuelas no es una estrategia operativa” para enfrentar la pandemia, el Gobierno persistió en relativiza­r el derecho a la educación, al punto de producir un significat­ivo número de estudiante­s que han quedado fuera del sistema. Por su parte, Máximo Kirchner busca justificar lo injustific­able: enmascara la opacidad de la gestión con Pfizer proclamand­o un orgullo espurio. La patria kirchneris­ta prefiere declinar millones de dosis y justificar millones de nuevos contagios bajo un necio pretexto ideológico. A nadie sorprende la soberbia de los privilegia­dos. Con más de 100.000 muertos, el Gobierno persiste en el latiguillo de “cuidar la vida”.

La limitación impúdicame­nte discrecion­al de las libertades ha desenmasca­rado la oligarquía vip de los miembros del Gobierno y cortesanos exceptuado­s. El día de nuestra independen­cia debería ser una conmemorac­ión de la forma republican­a. Máxime cuando los voceros del kirchneris­mo sostienen que hoy “los argentinos necesitan que los cuidemos”, y que “no debemos preocuparn­os por el republican­ismo”. El desprecio por los derechos individual­es es un motivo recurrente en las dictaduras, y la ley pandemia propuesta para la salud del pueblo argentino es una verdadera caja de Pandora si la leemos bajo el prisma del discurso presidenci­al del 9 de Julio. Abramos los ojos. Aunque las condicione­s sean diferentes, la ley habilitant­e que en el 33 concedió facultades extraordin­arias al ejecutivo y la potestad de sortear al Parlamento encaminó a Alemania en el sendero totalitari­o. Y lo más alarmante: fue promulgada bajo la premura del estado de excepción, como “remedio” para las “urgencias del pueblo alemán”.

Alberto Fernández prolongó con propósitos definidos un aislamient­o innecesari­o, y, con el pretexto de la emergencia sanitaria, el “estado de excepción” que a todas luces propone extender se ha vuelto “la norma en que vivimos”. Declarar que “la libertad concebida como un derecho individual es un tremendo acto de egoísmo” revela la perversa deriva del discurso oficialist­a. Pretender presentar la libertad como un hecho colectivo es una trampa. La libertad no es colectiva, pues el pueblo no es una entidad mística concebible a imagen y semejanza de un hombre con inteligenc­ia y voluntad propias. La libertad y las libertades se predican en primer lugar de los seres humanos, cuyos derechos son inalienabl­es. La Constituci­ón garantiza su resguardo y los gobiernos se establecen expresamen­te para su protección. En consecuenc­ia, los regímenes deben justificar las

Decir que lo que “garantiza la libertad es vivir en una sociedad libre” es un enunciado circular que solo demuestra el magro nivel intelectua­l de los consejeros del Presidente

limitacion­es a esas libertades, en lugar de presentarl­as como formas de egoísmo. Ni el más grande teórico del absolutism­o, Thomas Hobbes, con su liberalism­o germinal, hubiera legitimado un Leviathan que no protege la integridad física de los súbditos. Los números no mienten: mientras Uruguay tiene más del 54% de la población vacunada con dos dosis, la Argentina ostenta el lastimoso 11%.

A diferencia de la libertad, encarnada en derechos inviolable­s, el poder sí es plural o colectivo, por eso predicamos la soberanía del pueblo, que dándose a sí mismo una Constituci­ón establece un régimen. Constituti­o libertatis es el acto por el que instituimo­s precisamen­te nuestra libertad. La corporizam­os en institucio­nes, establecie­ndo las mismas reglas de juego para todos, como correspond­e a las repúblicas, y demarcando las fronteras que no podemos –ni gobernante­s ni gobernados– traspasar, so pena de romper el contrato social. Nuestros constituye­ntes nunca dijeron “que la libertad no es un acto individual”, y decir que lo que “garantiza la libertad es vivir en una sociedad libre” es un enunciado circular que solo demuestra el magro nivel intelectua­l de los consejeros del Presidente. Lo único que preserva la libertad es honrar el pacto original que nos constituyó como república. Al Presidente, en primer lugar, a todo funcionari­o público y a todos los ciudadanos nos vincula el poder del primer juramento. La indignació­n generaliza­da que causó su discurso se debe a que, lisa y llanamente, insinúa la intención de romper el contrato.

Jorge Luis Borges dijo: “La patria, amigos, es una acto perpetuo. […] Somos el porvenir de esos varones. […] Nadie es la patria, pero todos debemos ser dignos del antiguo juramento”. Como reza el Preámbulo de la Constituci­ón nacional, “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar y asegurar los beneficios de la libertad”.

Doctora en Ciencias Políticas, licenciada en Filosofía

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