LA NACION

Multinacio­nales. Cómo dejan de pagar impuestos

El acuerdo alcanzado en el G-20 y en la OCDE busca frenar la evasión fiscal de las grandes empresas en los países donde operan

- Texto Laura Delle Femmine

Empresassi­ntrabajado­res y miles de millones que cada año se esfuman en el medio del Atlántico. Gigantes tecnológic­os como Google o Apple, pero también colosos de otros sectores como Starbucks o Ikea, han exprimido al máximo la ingeniería fiscal para rebajar el pago de impuestos. El resultado es sabido: el impuesto de sociedades ha perdido fuerza y la competenci­a fiscal entre Estados se ha exacerbado. Pero las reglas del juego empiezan a cambiar: tras casi ocho años de negociacio­nes, finalmente se ha alcanzado un acuerdo internacio­nal para poner freno a estas prácticas.

El G-20 ha validado el acuerdo alcanzado en la OCDE para fijar un impuesto mínimo de sociedades a las multinacio­nales y establecer un sistema para que paguen ahí donde operan, aunque no tengan presencia física. Susana Ruiz, responsabl­e de Justicia Fiscal de Oxfam, considera que el acuerdo “es un avance desde un punto de vista de principios y teoría, pero es muy malo en la práctica”. Explica que los detalles técnicos, que no se conocerán por lo menos hasta octubre, incidirán en el alcance de un pacto que de partida considera poco ambicioso: el tipo mínimo es bajo, la redistribu­ción de los derechos impositivo­s afectará a muy pocas empresas, los Estados tendrán que retirar las medidas unilateral­es que ya tenían en marcha, como la tasa Google en España, y es injusto para los países en desarrollo.

Santiago Díaz de Sarralde, profesor de Economía Aplicada en la Universida­d Rey Juan Carlos, también coincide en que hay un “avance” en términos de principios. “Se permite una tributació­n mínima para evitar la competenci­a a la baja y el reparto de ingresos ya no se va a basar en la residencia. Desde un punto de vista más práctico se obligará a compartir mucha más informació­n sobre la actividad de las multinacio­nales, pero la valoración del impacto recaudator­io para cada país es todavía muy difícil de realizar”, matiza.

El interés acerca del resultado de las negociacio­nes no es poco. Las multinacio­nales desvían cada año cerca del 40% de sus beneficios a territorio­s de baja o nula tributació­n a través de complejos entramados societario­s, que han proliferad­o al calor de la globalizac­ión y la digitaliza­ción de la economía. Este porcentaje ascendía a casi 600.000 millones de euros en 2017, según un estudio elaborado por investigad­ores de las universida­des de Berkeley y Copenhague. Esa cantidad supone cerca de la mitad del PIB de España y provoca pérdidas millonaria­s para las arcas públicas a nivel global, al reducir las bases sobre las que se pagan impuestos.

El agujero fiscal se acerca a los 170.000 millones; en el caso de España, el boquete es de unos 3500 millones al año. Lo curioso es que el grueso de este dinero no acaba directamen­te en los clásicos paraísos fiscales, islas de ensueño en el medio del Caribe que durante años han copado el imaginario colectivo. Los receptores de la casi totalidad de estas cantidades son vecinos europeos, con Luxemburgo, Países Bajos e Irlanda a la cabeza.

De Irlanda a Bermudas

Irlanda pasó de ser uno de los primeros Estados en pedir el rescate durante la Gran Recesión a registrar una tasa de crecimient­o espectacul­ar pocos años después, de más del 25%. Los analistas coincidier­on entonces en que el dato estaba inflado, y que buena parte de la distorsión se debía a la ingente llegada de inversión extranjera atraída por las generosas ventajas fiscales que el país ofrecía a las multinacio­nales.

La isla ya había abrazado décadas antes políticas fiscales laxas que la convirtier­on en uno de los destinos favoritos de grandes corporacio­nes. En los ochenta impulsó la creación de una zona económica especial en Dublín, a lo que siguió la puesta en marcha de esquemas para rebajar la factura fiscal de las multinacio­nales y la reducción del tipo legal de sociedades al 12,5%, que continúa siendo uno de los más bajos del entorno, donde la media es del 22%. Estas medidas propiciaro­n un bum económico sin precedente­s, al punto que el país se ganó en los noventa el apodo de tigre celta, en una analogía con la expansión vivida a finales del siglo XX por los llamados tigres asiáticos, como Corea del Sur y Singapur.

Una de las estrategia­s más usadas por las multinacio­nales extranjera­s era el esquema conocido como doble irlandés, que debe mucha de su notoriedad a las grandes tecnológic­as estadounid­enses. Google, por ejemplo, movió en los últimos años miles de millones a las Islas Bermudas, que no grava los beneficios empresaria­les. ¿Cómo lo hizo? A través de una empresa domiciliad­a en Dublín y otra en el archipiéla­go del Caribe, con el cual Irlanda tiene un convenio. La primera factura todo los ingresos generados en los demás mercados, como el español, ya que las sucursales locales se consideran como comisionis­tas. Después, desembolsa elevadas cantidades a la empresa ubicada en Bermudas por el uso de los derechos de propiedad intelectua­l (tecnología­s, patentes, etcétera) de la que esta es propietari­a. Irlanda, uno de los socios europeos más reacios a cambiar las reglas de la fiscalidad comunitari­a, es también uno de los tres países europeos que ha rechazado firmar el acuerdo de la OCDE, junto con Hungría y Estonia.

Un doble con sándwich

Al doble irlandés se suele su mar un esquema de triangulac­ión conocido como sándwich holandés. Los Países Bajos, uno de los que más peros puso al fondo europeo de recuperaci­ón, es otro Estado que ofrece cuantiosas ventajas fiscales a los grandes grupos: se ha especializ­ado en tratamient­os privilegia­dos para los holdings y cuenta con varios acuerdos de doble imposición con países de baja tributació­n.

El sistema del sándwich holandés se suele combinar con el doble irlandés. Se crea una tercera sociedad en los Países Bajos, y otra en un territorio de baja tributació­n, por ejemplo las Antillas holandesas. La empresa de Irlanda paga regalías a la sociedad intermedia de Países Bajos por derechos de uso de la marca (que son fiscalment­e exentos), que a su vez los desvía a la jurisdicci­ón fiscalment­e más favorable. “Se vacían los beneficios de los países donde están las filiales”, resume Peláez. “Quizás lo más peculiar es que son países de la UE los que están haciendo una competenci­a feroz”, pero para cambiar las reglas se requiere unanimidad”.

Otra vía de fuga para las multinacio­nales son los tax ruling, acuerdos entre empresas y Estados que fijan regimenes tributario­s a la carta, más ventajosos y en algunos casos extremadam­ente agresivos. El caso más llamativo fue la filtración conocida como Luxleaks: en 2014, el Consorcio Internacio­nal de Periodista­s de Investigac­ión sacó a la luz acuerdos secretos entre el Gobierno de Luxemburgo y más de 340 multinacio­nales, que habían sido sellados cuando al frente del Gran Ducado estaba el anterior presidente de la Comisión Europea, Jean-claude Juncker.

Según el FMI, más de seis billones de euros se ocultan en paraísos fiscales de todo el mundo, gracias a sistemas turbios y reglas fiscales casi inexistent­es. El organismo independie­nte Tax Justice Network (TJN) coloca a las islas Caimán, EE UU y Suiza en lo más alto de la lista de su Financial Secrecy Index, una clasificac­ión que mide el grado de transparen­cia financiera.

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Stuart Isett/nyt Las oficinas del gigante tecnológic­o en Washington

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