Familia Cedrón. Tres muertes y un legado eterno de solidaridad
Para los chicos de San Cayetano, un barrio al oeste de Comodoro Rivadavia, Papá Noel no vive en el Polo Norte, sino en el número 2471 de la calle 557.
Allí aparece cada diciembre con su traje rojo y su barba larguísima, cruza la polvorienta calle de tierra hasta el playón deportivo y abre su bolsa para repartir regalos y golosinas. Es un ritual que empezó mucho antes de que el playón tuviera césped sintético, gradas de cemento y torres de iluminación.
Durante más de dos décadas, la inspectora de tránsito Luisa Cedrón –la verdadera propietaria de la vivienda número 2471– hizo todo lo posible para que los chicos de su barrio sintieran menos las carencias, desde armar cada Navidad un pesebre viviente hasta conseguir, tras años de lucha, que el municipio construyera un playón donde pudieran jugar y hacer deporte.
“Una mujer muy fuerte –dice con orgullo Daniela Ritossa, su hija mayor–. Siempre le salió eso de ayudar sin pedir nada: nosotros nos criamos con mucha gente porque para ella todos eran como sus hijos. Ella nos llevaba y nosotros íbamos atrás, como los pollitos”.
Luisa padecía diabetes e hipertensión, pero no paraba un minuto. En mayo de 2020, consiguió donaciones y organizó una olla solidaria para que a los vecinos que se habían quedado sin trabajo por la pandemia no les faltara un plato de comida. Había heredado esa vocación solidaria de su padre, don Nicolás Cedrón.
Fue a fines de agosto, en alguna de esas ollas populares, cuando Luisa se contagió de Covid-19: “Se empezó a sentir mal y pensamos que era un pico de diabetes, pero al tercer día ya no podía respirar”. También se contagiaron Graciela y Juan, sus dos hermanos que colaboraban con el proyecto, y luego don Nicolás
Los cuatro terminaron en terapia intensiva mientras el resto de la familia estaba aislada. El coronavirus fue implacable. Don Nicolás murió el 12 de septiembre; Graciela, el 16, y Luisa, el 22. Ninguno de los tres supo qué había sido de los demás. Solo Juan sobrevivió.