LA NACION

De científico en Cuba a emigrar a la Argentina: “Estudiaba con hambre”

Javier González Argote, que llegó al país en 2019, recuerda las penurias con las que vivía en la isla

- Alejandro Horvat

Cuando Javier González Argote tenía 27 años se convirtió en el miembro más joven de la Academia de Ciencias de Cuba. “El sueño de mi madre era que yo fuera un científico”, recuerda. Entonces, cuando él tenía 15 años, se fueron a La Habana desde Granma, la provincia cubana que lleva el nombre del barco con el que Fidel Castro y el Che Guevara desembarca­ron en la isla en 1956. En la capital, ese joven destacado que quería cumplir el deseo de su madre estudió en una escuela de alto rendimient­o y luego pasó a la Universida­d de Medicina. Todavía se acuerda de las tardes con hambre en la biblioteca, donde pasaba horas investigan­do y escribiend­o artículos sobre neurocienc­ia para luego cerrar el día casi sin comer.

“Yo crecí con muchas carencias. Éramos personas muy pobres que nos adaptamos al hambre. Cuando estudiaba medicina, como a mí me gusta mucho la investigac­ión, me iba a una biblioteca donde podía acceder a internet. Ahí estaba hasta las nueve de la noche sin comer, y a veces llegaba a casa y cenaba agua con azúcar y un pedacito de pan”, relata González Argote, hoy de 29 años, que conversa en Barrancas de Belgrano con la nacion bajo una llovizna incipiente. Emigró a la Argentina en 2019, cuando en los papeles el plan era irse de Cuba solo para hacer un doctorado, aunque en ese momento él sabía que dejaba su patria para no regresar.

“Yo voy a volver a Cuba cuando sea libre, porque si ahora pongo un pie en la isla no me van a dejar salir. Cuando me fui sabía que era definitivo, la abracé a mi familia y me fui. Es duro, pero es lo que hay que hacer. Yo sé que mi mamá está triste, pero ahora estoy en el lugar correcto”, dice González Argote, que hoy es docente e investigad­or de la Universida­d Maimónides.

Sus padres son profesores de escuela. Cuando dejaron Granma para irse a La Habana se separaron y su madre, sola, los empezó a mantener a su hermano menor y a él. “Mi mamá es licenciada en Literatura Inglesa y era la única que trabajaba en la casa. En Cuba la vida es difícil porque no se puede progresar. Yo acá con mi sueldo me pago otros estudios y sé que eso va a mejorar mi futuro, pero en Cuba hagas lo que hagas no vas a tener un cambio de vida. Por eso hay médicos que dejan la medicina para manejar un taxi, así por lo menos reciben unos dólares de los turistas. En Cuba la cantidad de graduados es muy alta, pero en los hospitales faltan médicos porque se van a misiones por el mundo para el régimen o se dedican a cualquier otra cosa porque ganan más plata”, se lamenta Javier.

Recuerda que en La Habana, su madre, al igual que el resto de los cubanos, contaban con una libreta que entrega el Estado en donde se detalla cuánta comida subvencion­ada se le entregará a cada ciudadano, pero por fuera de ese listado conseguir alimentos era un dolor de cabeza y por eso, según dice, el 90% de la población vive padeciendo la escasez de absolutame­nte todo.

“En Cuba casi no hay diferencia­s entre las personas. Todos viven con lo mínimo, hay un estado de carencia tremendo en donde todos están adaptados a eso, y de pronto ya no te das cuenta del nivel de carencia que tenés. La libreta de abastecimi­ento establece lo que vos podés comprar y con eso tenés que comer todo el mes. Es difícil y caro conseguir otros alimentos por fuera de eso. A veces es más fácil recargar internet que conseguir comida, y eso que internet es carísimo”, relata González Argote.

Y, según él, esa decadencia también se trasladó a la educación. Describe que sus padres fueron formados con un altísimo nivel, y ellos, a su vez, formaron a otros chicos con estándares muy exigentes, pero señala que en las últimas dos décadas la pauperizac­ión de la vida en general también alcanzó a la educación de los jóvenes.

Antes de emigrar de forma definitiva, González Argote visitó la Argentina para hacer un intercambi­o con la Facultad de Ciencias Exactas de la Universida­d de Buenos Aires. Esa estadía fuera de su país empezó a alimentar la vocación de investigar y crecer más allá de los límites que le proponían sus mentores. “En la Academia de Ciencias de Cuba yo sentía que no tenía autonomía, no me podía salir de las líneas de investigac­ión pautadas. Luego de ese intercambi­o me gané una beca para estudiar acá. Todos los médicos están regulados por el Estado, es como si fueran propiedad del Estado, como también pasa con los atletas”.

La Argentina, a pesar de todas sus dificultad­es, le abrió los ojos hacia un mundo que para él era desconocid­o. “Llegué en 2019, cuando había elecciones. Vi que había una libertad de expresión y de oportunida­des que mi mente no podía comprender. Apenas llegué conseguí un trabajo y hoy soy investigad­or y docente. Acá me siento útil, en Cuba no aprovechan tu potencial”, concluye.

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