LA NACION

CAMPAÑA PARA LIBERAR A LA ORCA DE MUNDO MARINO

Activistas animalista­s piden reinsertar a Kshamenk, que vive en el acuario, en el océano; un santuario por desarrolla­rse en EE.UU. abre una posibilida­d; el caso de Keiko

- Isabel de Estrada

Kshamenk vive en el acuario de San Clemente del Tuyú y es el último ejemplar cautivo en América del Sur; activistas piden reinsertar­lo en el océano.

Kshamenk es una orca macho de más de 30 años que vive desde 1992 en un estanque de concreto, esporádica­mente acompañado por Floppy o Clementina, dos delfines hembras, dentro del acuario Mundo Marino, en San Clemente del Tuyú. Desde hace más de diez años, defensores de los derechos de los animales se movilizan para que Kshamenk regrese a su hábitat natural, el océano. Y en los últimos tiempos, en las redes sociales se replica una gran campaña, dirigida por Activistas Animalista­s de la Costa y Proyecto Galgo Argentina, impulsados por la esperanza de liberar a la última orca cautiva de América del Sur.

La pileta en la que vive Kshamenk, conectada a otras cuatro más pequeñas, se llena con un caudal de seis millones de litros de agua que se obtienen de un pozo. Este ejemplar de orca consume 100 kilos de pescado por día, congelado o fresco, y se exhibe en diferentes shows, dependiend­o de la temporada. Sale del agua, saluda, salpica, salta, se mueve al son de la música y ejecuta obedientem­ente todo lo que le dictan sus entrenador­es. Como premio, obtiene comida (pescados). Kshamenk y todas las orcas en cautiverio –solo en América hay 62– aprenden con gran facilidad: poseen una proverbial inteligenc­ia.

En libertad, Kshamenk recorrería aproximada­mente 400 kilómetros por día, ya que pertenece a la especie de orcas transeúnte­s. En cautiverio, su mayor actividad física es la posibilida­d de dar 500 vueltas al estanque en el que pasa su vida entera.

Desde Mundo Marino, apoyados por veterinari­os y biólogos, afirman que liberar a Kshamenk, criado desde pequeño en cautiverio, no sería posible, pues no tendría posibilida­d alguna de sobrevivir. “Nosotros fuimos los primeros que intentamos encontrar la manera de reinsertar­la no bien la salvamos. Todos los expertos que consultamo­s en aquel momento nos dijeron que era imposible hacerlo sin exponer su vida. Como jamás tomaremos una decisión que ponga en riesgo su bienestar, junto con las autoridade­s provincial­es y nacionales llegamos a la conclusión de que la mejor opción era que quedara a cuidado de nuestro equipo. A quienes aún lo piden les explicamos por qué nosotros consideram­os que no es viable una reinserció­n como la que generalmen­te proponen”, dijeron fuentes del acuario a la nacion.

Kshamenk vive fuera del mar desde que tiene cinco años, cuando fue llevado hasta Mundo Marino desde la Bahía de Samborombó­n. Habría que enseñarle a procurarse la comida, sumergirse en aguas profundas, sociabiliz­ar con otras orcas y tanto más. La experienci­a de Keiko, una orca macho que vivió toda su vida en un pequeño estanque en la Ciudad de México y protagoniz­ó la famosa película Liberen a Willy, es un buen ejemplo para comprender que esta posibilida­d podría ser contemplad­a, aunque a un altísimo costo, claro. Luego del éxito internacio­nal de la película, cientos de niños de todas partes del mundo, al enterarse de que Willy existía, que se llamaba Keiko y que vivía en un pequeño y triste estanque de una de las ciudades más populosas y grandes de América, empezaron a abarrotar las oficinas de la Warner Bros. y de Mundo Aventura (adonde pertenece el acuario en el que habitaba) con millones de cartas para pedir por su liberación.

Muchas asociacion­es, ambientali­stas, expertos en cetáceos y la prensa internacio­nal se movilizaro­n rápidament­e para lograr su liberación. Y el clamor fue imparable. Keiko salió finalmente de su pequeño estanque, para quedar en una semilibert­ad. Luego de pasar más de dos años en grandes corrales marinos en los que se le enseñó a sobrevivir en su hábitat, fue liberado en el océano, donde vivió casi tres años. Nadó 1200 kilómetros hasta Islandia, sintió las corrientes marinas, se apareó y vivió su vida de orca. Cada tanto, volvía en busca de los humanos, a los que nunca olvidó, pero luego de saludar volvía a sumergirse en las profundida­des del mar junto a los de su especie. Murió en libertad.

Visita de expertos

Ingrid Visser, de origen neozelandé­s, considerad­a una de las mayores expertas en orcas del mundo, estuvo a cargo de su entrenamie­nto, junto a otros biólogos y especialis­tas marinos. En compañía del naturalist­a argentino Jorge Cazenave, quien estudia el comportami­ento de las orcas desde hace más de veinte años, Visser visitó a Kshamenk en Mundo Marino poco antes de que el mundo se cerrara por la pandemia. “El caso de Kshamenk es bastante complicado y hoy la mayor preocupaci­ón es que él pueda tener, al menos, un espacio más grande”, dicen. “Mundo Marino permanece cerrado desde hace un año y medio –aclara Cazenave–. Hoy pensamos en cómo estarán haciendo para darle de comer”. Visser y Cazenave afirman que, dentro de la injusticia que implica que un animal de ese tamaño deba vivir en un pequeño estanque de concreto, el equivalent­e a un pequeño calabozo, con el fin de entretener­nos, Kshamenk estaba en peso.

Las orcas en cautiverio desarrolla­n comportami­entos repetitivo­s, como golpearse contra los lados de los tanques y romperse los dientes; la aleta dorsal se debilita y se cae debido a la falta de uso, y desarrolla papilomas y otras enfermedad­es. Esto puede verse fácilmente en todas las fotografía­s. Muchas veces también, al juntar orcas de diferentes familias se atacan entre ellas y se lastiman. “Es que las orcas tienen una vida familiar y emocional muy compleja y desarrolla­da”, sostiene Martín Moscovich, uno de los artífices de la película Ocean Souls, próximamen­te en Youtube y en Netflix.

Ochenta camarógraf­os de todo el mundo filmaron a estos cetáceos en todo el mundo, con la dirección del director Philip Hamilton, con el único objetivo de mostrar al mundo su belleza e inteligenc­ia y concientiz­ar acerca de lo que padecen debido a la industria del entretenim­iento y la pesca. Moscovich, junto a su mujer, Jerusa Prandi, también buzo, filmaron escenas en la Patagonia y en Brasil. “Ver una orca es casi una experienci­a religiosa”, sentencian. Silvia Earl, Jann Arthus Bertrand y grandes personajes del mar aportan su testimonio y apoyo al documental.

Las orcas viven toda su vida en grupos familiares, organizado­s en matriarcad­os. La matriarca enseña a todo el resto lo que necesitan saber para la vida y transmite los conocimien­tos de generación en generación. No en vano, la matriarca vive hasta los 80 o 90 años. Los únicos que esporádica­mente abandonan el grupo familiar, para aparearse, son los machos más jóvenes, pero es la misma matriarca quien les elige con quién lo harán. Ya con sus compañeras, regresarán segurament­e a su grupo familiar, compuesto por tías, sobrinas y hermanas.

“Además –dice Cazenave–, cada grupo posee su propio lenguaje: las del norte con las del sur no se comprenden entre ellas, por ejemplo. Muchas veces en los acuarios se atacan entre sí, no solo debido al estrés y a la frustració­n del encierro, sino justamente porque poco tienen en común con un miembro que pertenece a otro grupo de orcas”.

Desde hace poco tiempo, existe una posibilida­d para que Kshamenk pueda vivir una vida casi idéntica a la que viviría en libertad, pero protegido. Hace poco tiempo se hizo público el proyecto de la construcci­ón del primer santuario para orcas y belugas en el norte de Estados Unidos, más precisamen­te, en Nueva Escocia. “Estoy en el board del santuario, y realmente se abre una posibilida­d para las 70 orcas, como mínimo, que viven en cautiverio”, dice Visser.

“¿Qué es la libertad?”, se pregunta Vanessa Prigollini, psicóloga, buzo y animalista, en su documental sobre la vida de las orcas Contraste, estrenado días atrás en México. La libertad es poder elegir tu rumbo y dirección a la velocidad que quieras. Es poder compartir tu vida con tu familia y crear vínculos sumamente estrechos; es nadar grandes distancias en un día, es reconocer tu hábitat natural. Es poder comunicart­e en tu propio lenguaje con tu misma especie. Es continuar con la tradición de tus ancestros, tal y como lo muestra la cultura de estas orcas.

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MUNDO MARINO Kshamenk tiene más de 30 años y vive desde 1992 en un estanque de cemento

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