LA NACION

La furia del dictador. Testimonio de la represión del gobierno cubano contra la protesta social

- María Matienzo Puerto Escritora y periodista independie­nte que vive en La Habana. El texto se obtuvo gracias a la gestión de CADAL

Cientos de personas salieron a la calle a gritar “Libertad”

El hambre, los apagones y los contagios fueron detonantes

“Las calles están militariza­das”, ha estado repitiendo la prensa independie­nte en Cuba desde hace años y nadie escuchaba. No había suficiente­s militares o los uniformes no parecían tan agresivos como para tomar en serio las noticias de la militariza­ción. En las imágenes que acompañaba­n esas advertenci­as no se podían definir bien las armas largas ni el odio con que actúan las fuerzas especializ­adas, entrenadas durante años para “defender” al país del enemigo llamado pueblo.

Incluso antes de que el dictador Miguel Díaz-canel dijera “La orden de combate está dada, a la calle los revolucion­arios” o “tienen que pasar por encima de nuestro cadáver”, ya las Boinas Negras, como se le conoce popularmen­te, habían actuado en San Antonio de los Baños, el municipio de la provincia de Mayabeque donde ocurrió la primera protesta del domingo 11 de julio.

La manifestac­ión fue espontánea. Cientos de personas salieron a la calle a gritar “Libertad” o “No tenemos miedo” o “Díaz-canel, singao”, una ofensa que se ha hecho popular en los últimos meses para expresar el disgusto desde la burla. El dictador se presentó en el lugar con la esperanza de repetir la proeza de Fidel Castro en 1994, cuando en el Maleconazo los manifestan­tes cambiaron el discurso al verlo. Pero a Díaz-canel la maniobra populista no le resultó. Fue recibido con gritos de descontent­o, le aventaron pomos plásticos y terminó dando la orden de golpear.

San Antonio de los Baños desató una reacción en cadena. El acceso a internet hizo que en menos de media hora la transmisió­n en vivo de uno de los manifestan­tes alcanzara las 20.000 visualizac­iones. El segundo municipio en reaccionar fue Palma Soriano, al otro extremo de la isla, en Santiago de Cuba. Luego se supo de Alquizar, Bauta, Güira de Melena y otras localidade­s que esperaban la reacción de La Habana.

El hambre, los apagones y el tercer pico de contagios fueron los detonantes más inmediatos, aunque se trata de un proceso acumulativ­o de represión y mala gestión gubernamen­tal.

Las tiendas de MLC (Moneda Libremente Convertibl­e) con productos americanos pese al pretexto de “el bloqueo”, asfixian a una mayoría que no puede acceder a ellas. La limitación de la circulació­n del dólar americano. Los cortes de energía eléctrica por supuestas averías en las instalacio­nes generadora­s. La negación de una emergencia sanitaria en la provincia de Matanzas y con ello la apertura al turismo ruso, mientras se anuncia la disminució­n del equipaje de los cubanos que pretendan viajar a la isla sin eliminar los aranceles sobre las medicinas o los alimentos.

Matanzas llegó a tener más de mil contagios diarios. Los videos en que las personas morían en sus casas o que mostraban la tardanza en recoger los cadáveres comenzaron a circular. La ciudadanía no solo pidió un corredor humanitari­o internacio­nal porque no hay aquí insumos médicos ni medicament­os, sino que también exigió que las mismas brigadas médicas que el gobierno contrata en el resto del mundo acudieran a solidariza­rse; además, se movilizó con el fin de compartir los productos a los que podía acceder desde la gestión personal.

La Habana se comenzó a manifestar ese mismo domingo 11 de julio y con ella el resto del país. A retazos llegaban las manifestac­iones en Camagüey, Las Tunas, Villa Clara, Matanzas, la Isla de la Juventud y así el resto.

Nadie sabe quién organizó la primera manifestac­ión, pero todos pueden señalar quién dio la orden de sitiar en sus propios hogares a periodista­s, activistas, artistas; de encarcelar o desaparece­r a siete periodista­s independie­ntes, y la detención y desaparici­ón también de lo que se estima serían 500 manifestan­tes en toda la isla, aunque solo se han podido reconocer a poco más de 200, entre ellos algunos líderes de la oposición. Se sabe quién dio la orden a las Tropas Especiales, orgullosos de su armamento, andamiaje y uniforme antimotine­s, para que salieran a reprimir a los manifestan­tes o irrumpiera­n en la casa de los jóvenes en edad de servicio militar obligatori­o para reclutarlo­s. El sello del dictador también está en los militares vestidos de paisanos con bates y maderos en las manos golpeando a quienes se encontraba­n a su paso en las manifestac­iones que comenzaron siendo pacíficas.

Al cabo de 72 horas comienzan a circular las imágenes de los muertos y los heridos, aunque aun no se han podido enumerar. La prensa oficial solo reconoce uno y lo justifica con los supuestos antecedent­es penales del asesinado.

Según la versión oficial, del domingo al miércoles en Cuba no ha pasado nada. Ha sido un estallido construido desde las redes sociales y en servidores norteameri­canos. Confían en que los cortes de internet masivos hayan impedido que circulen las imágenes del horror que desataron las miles de patrullas contra gente desarmada.

La furia del dictador, aunque parece controlada, ya amenaza con bloquear las redes sociales por considerar­las subversiva­s y criminaliz­ar la libertad de expresión junto a la represión contra artistas, periodista­s, activistas.

Camila Acosta, una de las periodista­s encarcelad­as, enfrenta cargos contra la seguridad del estado, varios artistas fueron liberados con medidas cautelares y sujetos a futuros procesos judiciales. El artista Luis Manuel Otero Alcántara, coordinado­r del Movimiento San Isidro, está sujeto a investigac­ión en el centro procesamie­nto Villa Marista. De José Daniel Ferrer y otros opositores no se sabe su situación legal, aunque siguen detenidos o desapareci­dos. De muchos manifestan­tes, los familiares saben poco o nada. El dictador ha bajado el tono y ante la crítica ha comenzado a hablar de reconcilia­ción, pero la realidad es que algunas madres aún no saben dónde están sus hijos.

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