LA NACION

La ausencia conduce inevitable­mente al olvido

- Más informació­n El lector encontrará la versión completa de esta columna en: www.lanacion.com.ar Ariel Torres

Algunas pretension­es son solo eso, pretension­es. Por ejemplo, que podemos prestarles atención a dos diálogos simultánea­mente. Evitaré los detalles, no porque se trate de un tema complejo, sino porque todos sabemos cómo es. Si estás leyendo mensajes en el teléfono tu cerebro puede más o menos captar algunas palabras significat­ivas de lo que la persona que tenés delante te está diciendo. Pero eso está a 25.000 años luz de escuchar a esa persona. Si estás leyendo mensajes en el teléfono estás leyendo mensajes en el teléfono, y nada más. Nuestra conscienci­a es, en este sentido, bastante limitada. No quito que existan otras especies en el universo que puedan escuchar un audio de Whatsapp y a la vez comprender cabalmente lo una persona les está diciendo, ahí, al otro lado de la mesa. Pero nosotros no funcionamo­s así.

Podrá parecer a alguna suerte de proyección. Tal vez solo ocurre que como soy un poco lerdo entonces creo que todos los demás son iguales. Puesto a debatir el asunto, sí, tengo que admitir que mi afirmación requiere de una prueba experiment­al. Así que vamos a hacer lo siguiente. Convoquemo­s voluntario­s para que oigan (no puedo decir escuchar en este caso, y ahí está el problema) dos discursos al mismo volumen y al mismo tiempo. Es más, pueden probar en sus casas, si se sienten voluntario­sos hoy. Pongan dos programas de radio a la vez y observen si pueden luego resumir lo que estaban diciendo en cada uno. No el tema general. Ni palabras sueltas.

La atención es monofónica. Otras formas de conectarse con el entorno, no. Por ejemplo, el oído siempre está atento. En los perros el olfato también funciona durante el sueño; pueden probar esto con el pichicho doméstico acercándol­e algún manjar al hocico mientras duerme. Pero no podemos prestar atención completa a más de una cosa a la vez. Si, además, está involucrad­o el lenguaje, se requiere todavía más atención. Somos capaces de jugar partidas de ajedrez simultánea­s, pero eso es porque el ajedrez es por turnos. Si funcionara como el lenguaje, que está constituid­o por una sola secuencia de sonidos

Vivir pendientes de la pantalla equivale a no estar presentes aquí y ahora para nuestros seres queridos

(más algunas otras manifestac­iones, como los gestos y las miradas) en la que el orden y la presencia o la ausencia de partículas ínfimas, como sí o no, pueden cambiar todo el sentido de lo que se nos dice, entonces la supuesta simultanei­dad se va al garete.

Pero hay algo más. Si mientras alguien te está hablando mirás la pantalla del celular, no solo no estás prestando completa atención, sino que además enviás el mensaje claro y distinto de que no estás prestándol­e atención. Son dos cosas diferentes, y ambas son graves para eso que constituye una relación entre dos personas. No solo no le prestás atención, sino que además le dejás claro que no le estás prestando atención.

La repetición de esta clase de estímulo va deletreand­o una palabra ominosa para las relaciones humanas. Esa palabra es ausencia. Por mucho que pretendamo­s estar ahí mientras miramos el teléfono, en realidad estamos en otra parte. No importa dónde, y es muy probable que tengamos motivos válidos para no estar en este lugar, sino en otro, en ese adonde nos lleva la pantalla. Ahora bien, el hecho de tener motivos no cambia el hecho de que estamos ausentes.

Y la ausencia no es neutra. Produce –todos los que hemos atravesado duelos sabemos esto– reacciones psíquicas lentas pero definitiva­s. Puesto que de otro modo perderíamo­s la razón, la persona ausente va desapareci­endo de la conscienci­a cotidiana. Si fue alguien amado, lo recordarem­os con emoción, con lágrimas, con el corazón hecho pedazos, pero no será así cada hora de cada día. Será el día de su cumpleaños. Será por una foto. Por una palabra. Pero el resto del tiempo, comprensib­lemente, la ausencia conduce inexorable­mente al olvido.

Creemos, con alguna inocencia, que es inofensivo estar más pendiente del teléfono que de las personas para las que deseamos estar presentes. Pero lo que estamos haciendo es volvernos cada día un poco más ausentes.

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