LA NACION

¿Un mundo sin carbono?

Qué hacer para reducir nuestra huella personal

- Manuel Torino

Con una perseveran­cia conmovedor­a, durante casi medio siglo el climatólog­o estadounid­ense Charles Keeling registró diariament­e los niveles de dióxido de carbono de la atmósfera en el monte Mauna Loa, en Hawai. Comenzó en 1958 y lo siguió haciendo a pesar de la indiferenc­ia de la comunidad científica, confiado en que sus mediciones continuas serían útiles en un futuro. El tiempo le dio la razón. Años después sus datos alertaron por primera vez al mundo sobre la posibilida­d de una contribuci­ón humana al calentamie­nto global. Hoy la llamada Curva de Keeling, una serie de actualizac­ión diaria disponible en la web que refleja el aumento abrupto de la concentrac­ión de CO2 en la atmósfera, es quizás el gráfico más relevante de la era en que nos toca vivir.

Según los expertos que estudian el cambio climático, lo que advierte de forma irrebatibl­e la Curva de Keeling es que ya no nos queda margen para seguir emitiendo carbono –uno de los gases de efecto invernader­o responsabl­es del calentamie­nto global– y que si queremos evitar que el aumento de la temperatur­a mundial genere una catástrofe climática y altere para siempre el planeta tal como lo conocemos, debemos recortar drásticame­nte nuestras emisiones. En otras palabras, tenemos que empezar a pensar en términos de carbono.

La mentalidad de carbono es un nuevo enfoque en la agenda sustentabl­e global que comienzan a adoptar cada vez más líderes políticos, empresario­s y también ciudadanos de a pie. ¿De qué se trata? Básicament­e, de incorporar la variable de las emisiones de dióxido de carbono como una prioridad en la toma de decisiones. Ya sea proyectand­o una gran obra pública, lanzando un nuevo producto de una marca o incluso planeando unas vacaciones en familia, hay que tener en cuenta dos presupuest­os: uno financiero y otro de carbono.

Decenas de países están asumiendo compromiso­s climáticos

Con la particular­idad de que este último es fijo ya que hay un límite de carbono que no debemos sobrepasar si queremos evitar un colapso climático.

“Debemos desarrolla­r una hoja de ruta climática sólida e inclusiva a través de objetivos y métodos basados en la ciencia, e inculcar una mentalidad de carbono en las organizaci­ones, con el fin de reducir las emisiones netas a cero en todo el mundo, tan rápido como podamos”, dice en diálogo con la nacion la italiana Elena Morettini, geóloga con extensa trayectori­a en la industria energética que ahora lidera el área de negocios sostenible­s de Globant, el unicornio argentino que busca acompañar, a través de la digitaliza­ción y la tecnología, las transicion­es energética­s de empresas de todo el mundo.

Compromiso global

¿Es utópico pensar en un mundo descarboni­zado en el corto plazo? Muchos señalan que el imperio de los combustibl­es fósiles tambalea hace tiempo pero que no termina de caer. El principal argumento de los escépticos es económico: aunque no lo parezca, el petróleo es un bien muy barato. Al respecto, no tiene desperdici­o la comparació­n que hace Bill Gates en su último libro sobre cómo cuesta menos un litro de gaseosa que un litro de crudo.

Sin embargo, algunos optimistas se ilusionan con el hecho de que por primera vez en la historia, decenas de países, cientos de ciudades y miles de empresas asumieron en público compromiso­s climáticos para reducir drásticame­nte sus huellas de carbono. El caso más emblemátic­o es el de Estados Unidos, que de la mano de Joe Biden y de un gabinete de perfil verde se comprometi­ó a disminuir a la mitad sus emisiones de gases de efecto invernader­o para 2030, con vistas a alcanzar la neutralida­d en carbono para 2050. En la otra esquina del ring geopolític­o, China, el principal contaminan­te global, hizo lo propio. Incluso el gobierno argentino estableció ambiciosas metas con el objetivo de limpiar su matriz energética.

Entre los que promueven la necesidad de empezar a pensar en términos de carbono, una idea viene pisando fuerte: para evitar un colapso climático todos deberíamos calcular nuestra propia huella de carbono personal. ¿Cómo se calcula? Haciendo un inventario de las actividade­s individual­es que generan gases de efecto invernader­o durante un año, mediante apps gratuitas. El siguiente paso es compensarl­a, es decir, equilibrar la cantidad de carbono que liberamos a la atmósfera, por ejemplo restaurand­o bosques u otros ecosistema­s que sirven como sumideros de carbono. Se estima que para compensar su huella personal, en promedio cada argentino debería plantar unos tres árboles por año. Un objetivo que puede parecer lejano pero que es alcanzable si combinamos la tenacidad que alguna vez mostró Keeling con una mentalidad de carbono.

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