LA NACION

La renuncia que me hizo poner recontra serio

- — por Carlos M. Reymundo Roberts

Alberto empieza a disfrutar la presidenci­a justo ahora que dejó de ser presidente

Hace algo más de un mes publiqué acá una primicia mundial: que después de las elecciones de noviembre, el llamado kirchneris­mo duro (¡como si hubiera uno blando!) se proponía forzar la renuncia de Alberto Fernández. En un discurso por cadena nacional desde un patio militante de la Casa Rosada, Cristina iba a explicar que no funcionó la fórmula de tener un gobierno sin presidente; es decir, iba a invocar la acefalía.

Pero Alberto, que se enteró del golpe en ciernes leyendo esta columna, se adelantó. La nueva primicia es que ya renunció. Me cuentan que le temblaba la mano al escribir su dimisión; que lloró, pataleó y pegó algún grito; que sus colaborado­res lo alentaban a que siguiera escribiend­o; que Santiaguit­o Cafierito quería ayudarlo con la redacción y, como desde el primer día, fracasaba en el intento; que Dylan no paraba de ladrar quejidos; que Fabiola, desentendi­da y sonriente, seguía abriendo regalos de cumpleaños. Así, a los tumbos, el profesor garabateó su despedida. “Renuncio –puso con trazo casi ilegible en un papel humedecido por las lágrimas– a tener una opinión propia. Renuncio a mis ideas, a las que me habían quedado. A decir lo que pienso, cuando pienso.

A oponer cualquier tipo de resistenci­a a los deseos/sugerencia­s/indicacion­es/órdenes de CFK. Renuncio a tomar decisiones. A designar funcionari­os. Renuncio formalment­e a la presidenci­a de la República, aunque informalme­nte siga ocupando el cargo. Tengo 100.000 razones para hacerlo; 100.000 críticas de las que soy objeto día tras día. Tengo 100.000 muertos”.

Impresiona­nte. Impresiona­nte el gesto de dignidad del profesor: ahora todos sabemos que está pero se fue. El que aparece ya no es él, es un epifenómen­o, un holograma, realidad virtual. Aquel Alberto coronado en diciembre de 2019, sin ojeras y de estilizado abdomen, no volverá; acaso deambule, perdido, por los jardines de Olivos. Ahora entendemos por qué al hablar sobre las protestas en Cuba –protestas encabezada­s por artistas de izquierda, por mujeres del pueblo, y reprimidas por grupos de tareas– dijo que no sabía lo que estaba pasando. Ahora quedó claro por qué Messi y el resto de los jugadores del selecciona­do se negaron a que los visitara en Ezeiza. También se explica la drástica reducción de sus aparicione­s mediáticas, consignada esta semana por LA NACION, y que del Instituto Patria o Muerte le hayan hecho saber que para la campaña no lo estarían necesitand­o.

Duro trance el del Presidente, o expresiden­te, obligado a ponerse ropa que le baila, a cumplir con protocolos, a firmar lo que le manden y tener que bajar la cabeza cuando Máximo lo critica por postrarse ante los gringos de Pfizer o Berni le dice que es un gobierno de inútiles. El profesor ya tenía suficiente con aquel Alberto, con el original, y ahora tiene que cargar con este. “Beto, mirá qué espectacul­ar lo que me regalaron –le dijo Fabiola al verlo tan deprimido–. ¡Un helicópter­o!”.

Yo también me propongo levantarle el ánimo. Recalculem­os. Si ser o no ser es la cuestión, él ya la tiene resuelta. Si cada furcio o cada error iban en desmedro de la autoridad presidenci­al, llegó el momento de que furcee tranquilo. Puede volver a las filminas, al revoleo de cifras, a pronóstico­s estrellado­s, a la antropolog­ía de saldo, a atribuirle a un premio Nobel el estribillo de un rockero; y a las contradicc­iones, al “sí” que enseguida se convierte en “no”. Por Dios, qué liberación. Quién le va a reclamar una precisión, una definición y, menos que menos, un plan económico. Supongo, incluso, que habrá un desplazami­ento de las marchas: lo que iba a la Casa Rosada, irá al Congreso; los cacerolazo­s en Olivos pasarán a Juncal y Uruguay. En las ceremonias oficiales, si es invitado a hablar, que haga como que no escucha, agarre el celu y se ponga a tuitear; de la prohibició­n de escribirse con desconocid­os a las 3 de la mañana a la posibilida­d de tuitear las 24 horas. ¿Reuniones de gabinete? Al Senado. ¿Le resulta simpática una pintora mendocina? Combo de almuerzo, té, cena y fotos. Profe, qué gran paradoja: empezar a gozar de la presidenci­a cuando ya no es más presidente.

En Alemania, Italia, Israel y otros países hay presidente­s que no presiden; en Suiza ni siquiera existe el cargo: gobierna un Consejo Federal. Es cierto que no correspond­e comparar sistemas parlamenta­rios con nuestra monarquía. Pero quiero decir: no tiene nada de dramático o desdoroso. Se le pueden buscar funciones que lo hagan sentir bien: ir al tedeum del 25 de Mayo, recibir aviones con vacunas, darle la palabra a Cristina en las Asambleas Legislativ­as.

Disfrute, señor, estos dos últimos años y medio. Que nada perturbe su ostracismo, que nadie le quite el lugar de pato rengo. Usted debe sobrevolar inflacione­s, quiebres de empresas, trepadas del dólar, corrupcion­es, atropellos institucio­nales, pobrezas, pandemias.

Señor, dese por hecho. ¿Ella lo quería primero en la fórmula para hacerle ganar las elecciones? Muy bien, lo hizo, le prestó el nombre. Después le puso cara y discurso al desastre. Empiece a irse en silencio por la puerta de atrás.

Si puede, olvídese de los más de 100.000 muertos.

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