LA NACION

Empieza a tambalear la dictadura del relato

- Sergio Suppo

El kirchneris­mo acaba de chocar de frente contra una de sus obsesiones. Esa idea fija de relacionar a sus adversario­s con la última dictadura argentina ha recorrido tanto camino que, gastada y percudida, se está desintegra­ndo.

El amparo y la amistad con otras dictaduras (de signo inverso, pero autocracia­s al fin) detonan el pedestal moral en el que pretendía ser vista la fuerza política dominante de las últimas dos décadas. Cuba es apenas la última escala de una serie que incluye en la región a Venezuela y Nicaragua, y a Rusia, Irán y China en el resto del mundo.

Siempre fue un invento construido con partes desiguales el relato de la condena a la dictadura y de la defensa de los derechos humanos. Ese Frankenste­in fue hecho con la reinvenció­n del pasado del propio matrimonio presidenci­al, la distorsión oportunist­a de la historia trágica de los años setenta y la cooptación de las agrupacion­es de familiares y víctimas de los crímenes cometidos desde el Estado entre 1974 y 1983.

Fue un hecho que los gobiernos kirchneris­tas promoviero­n la reanudació­n de los juicios por violacione­s a los derechos humanos. Pero también es un dato concreto que el relato que reconstruy­ó la versión histórica de la década del setenta fue utilizado para equiparar conductas de opositores con las aberracion­es cometidas en el pasado y buscar vínculos de los actores políticos de hoy con aquellos represores.

La radicaliza­ción de Cristina Kirchner es un fenómeno complement­ario y posterior, pero tal vez el más influyente en estos momentos, sobre el gobierno que formalment­e encabeza Alberto Fernández. Es un dato conocido que la vicepresid­enta creyó ver en las muertes de Fidel Castro y Hugo Chávez una oportunida­d para liderar la izquierda latinoamer­icana.

Hay buenas razones para inferir que la buena onda del oficialism­o con Cuba y Venezuela va mucho más allá de la tradiciona­l condescend­encia con el régimen cubano que tuvo la izquierda argentina hasta en su versión más moderada. Razones de protagonis­mo político de Cristina Kirchner y negocios por arriba y por debajo de la mesa.

Es en ese contexto que, a un costo de numerosas vidas humanas, el oficialism­o eligió comprar vacunas a Rusia y despreciar las ofrecidas por los laboratori­os norteameri­canos. Ahora que los incumplimi­entos de Moscú y el fracaso de la asociación con empresario­s amigos agigantan la crisis sanitaria, recién se habilitó a regañadien­tes una negociació­n que había sido abortada cuando debió hacerse el año pasado.

El alineamien­to con otros países que tienen al autoritari­smo como común denominado­r no se construye solo con comunicado­s. La hostilidad con la oposición, la presión a la Justicia y el desprecio al periodismo independie­nte son los datos locales de esa misma secuencia.

Las crisis alimentada­s por la pandemia que detonan conflictos aquí y allá en la región expusieron una coherente desvergüen­za diplomátic­a para juzgar, potenciar o ignorar protestas populares, según el signo político de cada gobierno.

La Cancillerí­a, a cargo de Felipe Solá (si se permite la exageració­n), saludó las protestas callejeras de Chile y Colombia, a la vez que lamentó las acciones represivas de los gobiernos de esos países, en particular de la administra­ción de Iván Duque.

Los ataques de Hamas contra la población civil de Israel fueron comentados por la Argentina como un abuso de fuerza del país agredido, en un nuevo capítulo de la proximidad con los autores o cómplices de los dos atentados del terrorismo integrista islámico en Buenos Aires. Parece no haber alcanzado con firmar un pacto con Irán que en la práctica implicaba liberar de responsabi­lidad a los funcionari­os de ese país puestos bajo sospecha por la Justicia argentina.

La lista es amplia y reciente. Al amparo a la dictadura venezolana, que, según el Presidente, “ya no viola los derechos humanos”, le siguió el rechazo a condenar la detención de centenares de opositores en Nicaragua en plena campaña electoral.

Los desmanes del matrimonio Ortega incluyen el apresamien­to de todos los candidatos presidenci­ales opositores y la persecució­n a empresario­s, periodista­s e intelectua­les, pero la Argentina prefirió no condenar al régimen nicaragüen­se y encubrirlo con los principios de “no injerencia” y de “autodeterm­inación de los pueblos”. Para quedar bien vaya a saberse con qué necesidad, la diplomacia argentina echó mano a un recurso que niega en forma invariable a los habitantes de las Malvinas cuando reclama la soberanía de las islas.

Cuba, el último capítulo de esta serie, incluyó un coro kirchneris­ta de adhesiones al régimen que reprime las manifestac­iones y la voz solista de Alberto Fernández recitando la letra del bloqueo que sirve de argumento al castrismo desde hace casi 60 años.

Otra revolución, la digital, sirve para mostrar y hacer más transparen­te –por si hiciera falta– que aquella revolución romantizad­a es desde casi sus inicios una dictadura que no permite ni una marcha callejera. Esas protestas pueden verse ahora en tiempo real (cuando no cortan internet) en todo el mundo, que de esa manera constata que el reclamo de libertad y mejoras económicas no es dirigido desde los Estados Unidos.

Un círculo parece cerrarse. El kirchneris­mo usó tanto en su propio beneficio la condena a la dictadura que luego de un giro completo y de tanto apañar dictaduras amigas termina añorando construir otra autocracia. La propia.

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