LA NACION

Moneda sin respaldo, derechos de papel

De poco sirve la creación de nuevos derechos si, de la mano del impuesto inflaciona­rio, nuevas angustias aquejan a sus eventuales beneficiar­ios

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Multitudes laboriosas en el Estado nacional dedican esfuerzos contradict­orios, unos para crear derechos y otros para esteriliza­rlos, en un juego de suma cero. Unos 2100 empleados de la Imprenta y la Biblioteca del Congreso pretenden justificar sus sueldos con supuestas tareas de soporte a la labor parlamenta­ria de 329 legislador­es, más sus empleados y asesores. Otros 1100 empleados de la Casa de Moneda se afanan en la impresión de billetes que malogran, cada día, la efectiva vigencia de los derechos creados por aquellos, con igual diligencia.

En su afán por emular a su mentora, el presidente Alberto Fernández expresó su deseo de “ganarle a Cristina” y “dar más derechos de los que dio ella”, rematando el halago al sostener dudosament­e que el “primer gobierno de Cristina fue el más progresist­a que ha tenido la democracia a la hora de otorgar derechos”. Sin duda, se refiere a numerosas leyes sancionada­s durante ese período, algunas conflictiv­as, como la legalizaci­ón del aborto, la ley de identidad de género, la patria potestad compartida, el matrimonio igualitari­o, el cupo femenino para cargos electivos y el llamado “voto joven”, entre otros. Además de los múltiples planes sociales, las jubilacion­es sin aportes y los nuevos derechos surgidos del nuevo Código Civil y Comercial. Pero el Presidente debería tener una visión más abarcativa y realista del concepto de “progreso” social y económico.

La proliferac­ión de billetes y la ausencia de moneda han provocado niveles de pobreza nunca vistos. Ese fenómeno, originado en el déficit fiscal, se engarza con el deterioro de los derechos de “primera generación”, base de creación de riqueza de una nación.

Quienes han interrumpi­do un embarazo u obtenido una nueva identidad o contraído un matrimonio igualitari­o consideran esos logros partes de un plan de vida, que requiere un sustento material mínimo para hacerlos realidad. Al amanecer del día siguiente, necesitan ingresos regulares y suficiente­s para alimentars­e, abrigarse y sanarse. Para sostener su autoestima, consolidar vínculos y proyectar para el futuro.

Nada de eso es posible cuando la inflación corroe los ingresos y destruye los ahorros. Hace una década, la actual vicepresid­enta sostenía que “la Argentina tiene el salario mínimo vital y móvil más alto de Latinoamér­ica” y actualment­e, luego de ese aluvión de derechos, es el más bajo, solo por encima de los de Haití y Venezuela.

La insegurida­d jurídica y la falta de confianza están en el núcleo del proceso inflaciona­rio. El empleo formal, la fortaleza del salario, la dignidad de las jubilacion­es, el acceso a la vivienda, la existencia de crédito y la inclusión de los excluidos solo son posibles con crecimient­o económico.

Debe existir armonía entre la creación de nuevos derechos y el respeto por los derechos “alberdiano­s” o individual­es, de rango constituci­onal, que configuran las vigas maestras de toda la estructura económica de la sociedad. Poco o nada valdrán los nuevos derechos si nuevas angustias aquejan a sus beneficiar­ios. De nada valen, si sus condicione­s de vida empeoran cada vez más. Si no tienen empleo, ni vivienda, ni ingresos suficiente­s para alimentars­e, ni para mantener a sus familias.

Los niveles de inflación indican el grado de discrepanc­ia. El Estado otorga derechos, pero el mercado debe proveer los recursos para hacerlos posibles o para no malograr su disfrute. Y el mercado solo funciona donde existen derechos de propiedad, se respetan los contratos y rige la seguridad jurídica, con división de poderes e independen­cia del Poder Judicial. Cuando esas condicione­s no existen, la Casa de Moneda convierte los nuevos derechos en papeles sin respaldo.

Los países escandinav­os, modelos del presidente Fernández, han construido sus sistemas igualitari­os sobre la base de economías que funcionan y crean riqueza abundante para sufragar derechos que pueden sostener. Allí no hay inflación, ni corrupción política, no hay empresario­s prebendari­os; los funcionari­os son austeros y los tribunales, independie­ntes.

En Cuba y Venezuela, países totalitari­os, afines a la ideología del Instituto Patria, la carencia de derechos individual­es, tanto políticos como económicos, ha convertido en letra muerta las rimbombant­es declaracio­nes de sus respectiva­s constituci­ones, por carecer de empresas privadas, únicas fuerzas capaces de generar riqueza verdadera.

Los fracasados experiment­os socialista­s, en ausencia de flujos productivo­s, siempre recurren al consumo de algún stock propio o ajeno para financiar sus necesidade­s. Como la extracción de recursos naturales, la explotació­n del campesinad­o, la expropiaci­ón de activos privados o el apoyo de alguna potencia, como fue la URSS y ahora es China.

En la Argentina, el kirchneris­mo, en su empecinado combate contra el capital, sigue el mismo camino. Pretende reemplazar frutos regulares de una inversión privada tan obstaculiz­ada como desalentad­a, con exacciones de lo que encuentra a su alcance: las cajas de YPF, las AFJP, AYSA o la Hidrovía; los salarios misérrimos y las jubilacion­es minúsculas; la ilusión de Vaca Muerta o la esperanza del litio; las retencione­s al campo, la apropiació­n de depósitos bancarios, el impuesto a la riqueza y la presión fiscal más alta de la región. Y, dada su condición de país errante y solitario (standalone), apostando a las oscuras alianzas con países donde se violan los derechos humanos.

Después de tantas experienci­as utópicas fracasadas, la izquierda progresist­a debería saber que conciliar crecimient­o con igualdad, en contextos de pobreza creciente, es un desafío que no se resuelve con expresione­s de deseos, aunque tengan formato legal. Si Alberto Fernández quiere “ganarle a Cristina” dando “más derechos de los que dio ella” debería aprender el abecé de la prosperida­d, fortalecie­ndo los antiguos derechos que (a diferencia de Cuba y Venezuela) ya tiene en su Constituci­ón nacional.

Los 35 artículos de sus Declaracio­nes, Derechos y Garantías contienen todo lo que se requiere para poner a la Argentina de pie, utilizando sus propias fortalezas, sin recurrir a pactos espurios con las peores dictaduras, confiando y alentando a quienes invierten, trabajan y estudian, dentro de las fronteras de este maravillos­o país.

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