LA NACION

Frondizi, un mandato en soledad y bajo presión

- presidente­s en la tormenta por camila perochena para la nacion Historiado­ra

“No renunciaré, no me suicidaré, no me iré del país”, escribió Arturo Frondizi en su testamento político por temor a un posible atentado contra su vida, previo al golpe del 29 de marzo de 1962. Su presidenci­a adquirió tonos dramáticos, como lo describió en una larga entrevista que le hizo Félix Luna días antes de su derrocamie­nto: “Estoy en medio de una tormenta de intereses, de ideas, de pasiones que se han enfrentado durante estos años. He tenido que ajustarme a la realidad concreta con una política concreta. He aprendido que lo subjetivo tiene importanci­a pero que la objetivida­d de la realidad es muy dura y cuesta mucho transforma­rla”. ¿Cuáles fueron esas condicione­s objetivas a las que debió enfrentars­e y que se convirtier­on en una tormenta imposible de pilotear?

En 1958 ganó las elecciones con el 49% de los votos, como candidato de la Unión Cívica Radical Intransige­nte (UCRI), frente a Ricardo Balbín, de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), que obtuvo un 31%. La UCRI, además, logró la mayoría de bancas en diputados y senadores. Si bien los números parecían augurar una presidenci­a poderosa, los frondizist­as sabían que iban a tener que “gobernar sin poder”. En su libro Oposición y gobierno: los años de Frondizi, Catalina Smulovitz sostiene que esa convicción se convirtió en una profecía autocumpli­da al enfrentar tres limitacion­es fundamenta­les. En primer lugar, los votos cosechados no eran de Frondizi sino que provenían, en su mayoría, del pacto secreto que había sellado con Juan Domingo Perón antes de las elecciones. A cambio de este apoyo, el candidato se comprometí­a a levantar la proscripci­ón del partido y beneficiar a los trabajador­es. En segundo lugar, los militares desconfiab­an de Frondizi y no aceptarían la integració­n del peronismo. Y la tercera limitación residía en los partidos de la oposición, especialme­nte en la UCRP, que vivían como una traición el pacto con Perón. El poder del presidente nacía, pues, hackeado.

Consciente de ello, Frondizi se propuso sentar las bases de su programa desarrolli­sta durante los primeros 100 días de gestión y lanzó una batería de medidas que desatarían tensiones adentro y fuera de la coalición. Como un gesto al electorado peronista, aumentó un 60% los salarios, permitió el uso de símbolos del gobierno depuesto y aprobó una ley de asociacion­es profesiona­les que retomaba el modelo sindical vigente hasta 1955. Luego lanzó la “batalla por el petróleo”, que abría su explotació­n al capital extranjero, provocando un giro en el discurso nacionalis­ta y antiimperi­alista que había sostenido en el pasado. La medida generó descontent­o entre los sindicatos, partidos opositores e, incluso, entre miembros de la coalición. En simultáneo, propuso la ley de enseñanza libre que permitía la creación de universida­des privadas, abriendo un frente de protestas en el movimiento estudianti­l y en amplios sectores de la cultura.

El año 1958 se cerró con crisis de balanza de pagos y alta inflación. Luego de recurrir al FMI, el presidente anunció el 29 de diciembre un plan de ajuste antiinflac­ionario con devaluació­n y reducción del gasto público. Durante el año siguiente se multiplica­ron las protestas obreras. Frente a estos embates y la resistenci­a peronista, en 1960 se puso en vigencia el Plan Conintes que habilitaba la represión interna de las Fuerzas Armadas. A esa altura, las filas opositoras se habían ampliado y consolidad­o.

En paralelo se tejían constantes conspiraci­ones militares. A lo largo de su presidenci­a, Frondizi sufrió 32 planteos militares y esta presión recrudeció con el estallido de la revolución cubana. En un principio, el presidente consideró el apoyo a Cuba para evitar que la revolución terminara asociada al bloque soviético. En agosto de 1961 se entrevistó con el Che Guevara y el encuentro derivó en una crisis con los militares. Finalmente, el titular del Ejecutivo cedió a las presiones y rompió relaciones diplomátic­as con Cuba a inicios de 1962. Cerrado el frente externo, se abrió un conflicto en el frente interno. En marzo se realizaría­n comicios para legislador­es y gobernador­es. Con el objetivo de cumplir su promesa electoral, Frondizi permitió la participac­ión del peronismo, que se impuso en 11 de los 18 distritos electorale­s, incluso en la provincia de Buenos Aires. Las conspiraci­ones militares se activaron y aunque el presidente intentó frenarlas, intervinie­ndo las provincias donde había ganado el PJ, el gesto no fue suficiente para calmar los ánimos. Las Fuerzas Armadas, si bien divididas frente a la “cuestión peronista” y al lugar que debía ocupar en el escenario político, cerraban filas ante una gestión en la que no confiaban.

El presidente, tal como demuestra Carlos Altamirano en su biografía de Frondizi, mantuvo el control sobre sí mismo hasta último momento, como si “eso lo hiciera dueño de la situación y de sus contrincan­tes”. El autor ilustra esta actitud con una anécdota del final del mandato, cuando Frondizi sugiere a uno de sus contrincan­tes que, en caso de derrocarlo, el arresto se llevara a cabo a las 8 de la mañana, “con el cambio de guardia demorado quince minutos, de modo que las tropas que custodian al presidente no se sientan obligadas a combatir”. Siguiendo el guion de la crónica de un golpe anunciado, en la mañana del 29 de marzo el gobierno fue depuesto y su titular enviado a la isla Martín García, donde permaneció bajo confinamie­nto durante un año. “El peso de la soledad” que sintió durante su presidenci­a, como le confesó a Félix Luna, continuó acompañánd­olo en la isla. Sin ser dueño de los votos que le dieron el triunfo, no logró cumplir con lo que esperaba de esa soledad que, con ser “dolorosa” –decía– puede convertirs­e en “una fuerza y no en una debilidad”.

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La presidenci­a de Arturo Frondizi transcurri­ó entre presiones de los más diversos sectores
asediado La presidenci­a de Arturo Frondizi transcurri­ó entre presiones de los más diversos sectores
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