LA NACION

Se suman las selfies para la Revolución

- signo de los tiempos por adriana amado para la nacion Analista de medios

El brazo en alto como signo de lucha fue visto en las marchas de Puerto Rico, Chile, Brasil, Estados Unidos, la Argentina, Colombia, con la prótesis telefónica en la mano. Incluso en Cuba, país de internet frágil. Todos los manifestan­tes hermanados por el gesto universal de la selfie, mano extendida, mirada en la pantalla. Una selfie de protesta que convirtió el reflejo narcisista en la herramient­a testimonia­l del activista.

La pequeña cuota de vanidad del protagonis­ta que se muestra en situación de causa humanitari­a, se compensa con creces por la contribuci­ón de esas imágenes para la difusión de sucesos a los que no llega la prensa. La ciudadanía es hoy cronista principal en el lugar de los hechos, tomando los riesgos que antes se reservaban para la correspons­alía de guerra.

La combinació­n foto-yo valida el testimonio y convierte la imagen en un acto de arrojo. Selfie valiente es la del diputado venezolano Freddy Guevara que se despide mientras hombres armados golpean la luneta de su auto. Foto-yo insurrecta es el video del cubano Frank Camallerys en un supermerca­do mexicano mostrando una variedad y precios que resquebraj­an las certezas de su audiencia socialista, que se compara en las grabacione­s de Pedrito, el paketero, en largas filas que atraviesan La Habana por alimentos y papel higiénico. Selfie provocador­a es la que compartió Unicef con la vocecita de la pequeña Sondus en un campamento de Jordania, relatando feliz su vuelta a la escuela.

Todas tienen en común protagonis­tas que nacieron en las tres últimas décadas. Cuando los millennial­s de “Patria y vida” cantan “Ya se acabó. Tú, cinco nueve, yo, doble dos” marcan el abismo que separa dos generacion­es por algo más que una revolución fallida. Mientras los 1959 crecieron mirando ilusiones por la televisión, los jóvenes 2020 no saben de otro mundo que el de los medios sociales. Por eso esta canción, que supera los cuatro millones de vistas, no es de la trova cubana sino una en Funky-style.

Si es una sorpresa que haya Youtubers cubanos, lo es más constatar que hacen lo mismo que los Youtubers universale­s. Por eso tan conmociona­ntes como las marchas fue la detención en directo de Dina Stars, una joven que hasta esta semana era una influencer como cualquiera del mundo, grabando momentos de su vida desde un iphone montado en un aro de luz. Hasta el martes 13 de julio, cuando comprendim­os que puede ser un delito de opinión penado por el decreto 370 y la Constituci­ón cubana.

La insolencia de las redes no está en el contenido sino en el efecto contagio de la emoción. Es el “yo también” que invita a los demás a animarse. La detención del estudiante Lesther Alemán recuperó aquel video en que increpaba a Daniel Ortega, que fue subversivo porque, como aseguró el joven, “hice mortal lo que creían divino, cuestioné al poder de manera pública”.

Las élites acostumbra­das al monopolio de la palabra condenan a quienes osan ejercerla sin su permiso. Y llaman “odio” a su propio miedo a un poder que no está en la doctrina sino en la comunidad franca que construyen los Youtubers con publicacio­nes compartida­s, que da más credibilid­ad a Dina, a Frank o Pedrito que al mismísimo Fidel. Preso el influencer, la comunidad se activa.

El mundo encapsulad­o en la propaganda del siglo pasado solo entiende la comunicaci­ón centrífuga de un centro que dispara mensajes a mansalva. El movimiento centrípeto de las redes, a la inversa, atrae a cada móvil sucesos, zozobras, sentimient­os, con trayectori­a impredecib­le.

La cobertura informativ­a estuvo delimitada por un prefijo telefónico que facilitaba el control sistémico, pero hoy vive en la nube que, como tal, puede ser mirada pero no apresada en una jaula. Los tiranos del siglo pasado insisten en encerrar a las personas sin comprender que sus ideas se expanden con la volatilida­d de los gases nobles.

Por eso el apagón de datos es el nuevo camión hidrante. El arresto domiciliar­io que sufrieron a fin de 2020 tantos artistas incluía, especialme­nte, el corte de internet. Los dictadores del siglo XXI convierten el derecho humano a internet en un bien exclusivo de élites que temen especialme­nte al pueblo cubano que dedica una parte vital de su magro salario a pagar una conexión mediocre.

O, al menos, a comprar “paquetes” de a dólar, que traen toda la internet, las noticias del mundo, los videos que caben en un pendrive.

Ninguna revolución depende de una sola causa. Por eso es incorrecto hablar de la revolución de las redes. Tanto como hablar de los cimbronazo­s de estos tiempos sin ellas.

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