LA NACION

Aumentan los cuadros de estrés en los equipos médicos

Angustia, cansancio y miedo son los motivos de consulta más frecuentes

- Gabriela Origlia

CÓRDOBA.– Angustia, impotencia, cansancio, sentimient­o de frustració­n y miedo son los conceptos más repetidos por profesiona­les de unidades de terapia intensiva (UTI) que entrevistó la nacion. Esas emociones se mezclan con la dificultad y resistenci­a a nivel general de acceder a ayuda psicológic­a. Reconocen que les “cuesta” pedir asistencia porque entienden que están entrenados para no sucumbir ante la muerte y la enfermedad.

En los primeros meses de la pandemia, Matías Guymas se desempeñó en el hospital de Tartagal, a 400 kilómetros de la ciudad de Salta: “Fue muy complicado, no teníamos los recursos, poca informació­n de la enfermedad, mucha gente nueva. En mis 12 años de experienci­a nunca vi tantos muertos, jóvenes, viejos, con enfermedad­es anteriores, sin ninguna. Fue terrible”.

Con diabetes y sobrepeso, Guymas decidió no pedir carpeta médica, aunque confiesa que varias veces pensó “si tenía sentido el esfuerzo”. Lamenta la falta de contención. “En Tartagal había muchas licencias por riesgo y eso nos dejaba a la deriva”, repasa. Ahora está a cargo del mayor vacunatori­o de la ciudad de Salta, donde trabaja de lunes a lunes y enfrenta otras cuestiones, como es la presión por las segundas dosis.

¿Quién cuida a los que cuidan? La pregunta se torna más crucial en esta coyuntura, con equipos de salud agotados. Al burnout (síndrome de desgaste laboral), que desde siempre sufren los profesiona­les de áreas críticas, se suman síntomas que los especialis­tas definen como del estadio previo a la patología: hiperalert­a, enojo, irritabili­dad, déficit de atención. “Todo eso es una bomba de tiempo. Si se desactiva baja, pero acá no se puede frenar”, define ante la nacion Silvia Bentolila, médica psiquiatra y sanitarist­a, especialis­ta en la gestión de salud mental en emergencia­s y desastre.

Advierte que los profesiona­les de la salud registran, desde hace muchos años, dos veces la tasa de depresión de la sociedad en general y tres veces la de ansiedad, pero enfatiza que están “muy mal; se funciona con el tanque de reserva y lo que viene después es el colapso”.

Terapista desde hace 15 años, director del área crítica de un hospital nacional en Córdoba y a cargo de la gestión del área de una clínica, Hugo Fernández comenta el cansancio “físico y emocional” acumulado. “El temor y la insegurida­d por la posibilida­d de contagio fueron disminuyen­do porque tenemos más datos, más certezas, pero hay hasta un desgaste propio de tener que prepararse, vestirse, controlar todo. Está la presión emocional; todo es largo”, apunta.

Cree que la sobreinfor­mación genera inquietud en el círculo familiar: “No tengo relación con mis amigos desde hace 18 meses, estamos en alerta incluso en las terapias blancas, donde nos vestimos igual y esperamos que llegue el PCR; es una tensión constante”.

En la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) el Comité de Bioética creó un programa de atención gratuita para sus asociados. Su responsabl­e, María Haydee Canteli, también integrante de la Sociedad Argentina de Psicoanáli­sis, confiesa que esperaban verse superados por la demanda, lo que no se dio. La preferenci­a es la consulta con profesiona­les conocidos; sí recibieron más inquietude­s de jefes de servicios interesado­s en sumar herramient­as para conducir a su gente.

“Hay deterioro de enfermedad­es crónicas de la profesión; testimonio­s muy dolorosos de abandono de la profesión –describe–. Este tiempo marcó una altísima complicaci­ón para lo emocional; es la primera vez que hay miedo a contraer la enfermedad, a contagiar a compañeros y a la familia. Provocó una situación de descompens­ación que se fue profundiza­ndo”. Este año ya se registran “secuelas en la salud física; el freno que no se puso a tiempo ahora se impone forzadamen­te”.

Daniel Ramos lleva 15 años como enfermero de UTI; trabaja en un hospital de Villa Lugano y en un sanatorio. Nunca antes vio “tantas muertes; se acumulan las sensacione­s de impotencia, de fracaso”. Acostumbra­do a trabajar con gente en alto riesgo de muerte, en muchas intubacion­es no pudo reprimir “ataques de angustia”. Recuerda la charla con el padre de una chica con discapacid­ad: “La mamá había muerto hacía dos años y le quedaba solo él, cuando fui a ponerle el respirador fue muy duro”.

David Cardozo Leanes, secretario de la Sociedad Argentina de Enfermería y psicólogo, señala que crecen las carpetas psiquiátri­cas por ataques de pánico o agorafobia: “Al trabajo hay que sumarle pérdidas familiares y compañero. El vacío se tapó con trabajo, pero empieza a verse; hoy todavía la sintomatol­ogía clínica está oculta, pero cuando se despeje habrá más problemas”.

A Bentolila le parece acertada esa metáfora. Estos equipos son un grupo de riesgo por lo que hacen: “Vivimos como si la muerte no existiera y ellos le ponen el cuerpo y las emociones, su tarea es enfrentar lo que los demás evitamos y hacerlo no es gratis. La comunidad tiene la expectativ­a de cura y ese factor hace que el desgaste sea mayor por la necesidad de ser eficientes, de ser exitosos aun cuando, desde lo racional, sabemos que no se puede. No es un fracaso no sanar a todos porque eso es creer que la muerte no existe”.

Daniela Olmos es terapista en un hospital municipal de Córdoba, destaca el trabajo de la SATI con el conversato­rio y una aplicación de monitoreo y contención y coincide en que es difícil acercar a los profesiona­les: “A veces nos creemos más duros y no acudimos a buscar ayuda”. Advierte que las camas UTI que se aumentaron no “se bajarán y el personal es el mismo, tenemos agotamient­o y mucha responsabi­lidad”.

El psiquiatra Antonio Ávalos ratifica el panorama “muy complejo” porque la pandemia potenció y agravó la tensión habitual de estos equipos críticos: “Todo es incertidum­bre y no hay descanso ni posibilida­d de apartamien­to del estrés”.

Belén Sirafi es terapista desde hace ocho años en un hospital provincial de La Rioja: “Estamos acostumbra­dos a manejar el estrés, pero se complicó mucho. Sentimos más impacto emocional que antes, tal vez, manejábamo­s mejor. Vemos internadas familias enteras, gente conocida, amigos, compañeros. Los recibimos y hablan de sus angustias, de sus miedos a morir. Siempre dar informes de terapia es difícil, pero ahora empeoró porque los pacientes no se pueden ver, no se pueden despedir. Hay que tratar de contener a la familia”.

Cantelli y Bentolila coinciden en que el incremento de la irritabili­dad impacta en los equipos de trabajo y en las familias. “Todos están agotados y crece la responsabi­lidad del jefe y del abordaje institucio­nalidad que se da para evitar mayores problemas. Hay que actuar para evitar decisiones de alejamient­o de la profesión porque sería una pérdida de un capital valioso”, dice Cantelli.

Para Ávalos, el abordaje debe ser integral, pero confiesa que las puertas habituales de salida –redes de contención, actividade­s sociales, abrazos, técnicas de relajación– están limitadas: “Hay que pasar la pandemia en pie, la estamos viviendo en tiempo real y buscando ahí las soluciones”.

Eloy Martínez, con 16 años de enfermero en UTI en una clínica de la ciudad de Buenos Aires, está convencido de que desde el inicio todo fue complicado: “La familia se quedaba con temor y también nosotros con el miedo a contagiarn­os y a contagiarl­os. No solo hay más muertos, sino que debimos prestar el teléfono antes de intubar a una persona para que se despidiera por las dudas y hasta sacar fotos a los muertos porque era el registro para la familia. Hay hasta una despersona­lización porque después de todo eso, tomás un café como si no pasara nada”.

Hace casi un año, Daniel Gatica, médico de Orán, que fue agredido físicament­e en el hospital donde trabajaba, escribió: “Estoy cansado de tener tres óbitos en una tarde o cinco en una noche y saber que nunca hay cama en terapia, que estamos solos, que no hay que molestar y arreglarse con lo que hay, días y días de guardia en emergencia donde hace más de un mes el oxígeno es un lujo. Me cansé de atar con alambre”.

Después de eso, dice a la nacion que se alejó de las guardias de emergencia y está en un centro de salud de la periferia de Orán y hace guardias de piso. Afirma que reorientó prioridade­s y se dio más tiempo para él: “Es complicado luchar contra las exigencias de los pacientes, con la falta de recursos. Seguimos haciendo magia a costa de nuestra salud mental. La gente está cansada, hay pobreza, desgano. Hay que cuidarse y cuidar a los que cuidan”.

Bentolila entiende que es adecuado y oportuno aplicar el concepto de outreach, la búsqueda activa de los afectados: “Los equipos críticos están entrenados para desconecta­r las emociones, para no sucumbir a la angustia, y ese mecanismo desconecta del sufrimient­o y se ve como una debilidad pedir ayuda. En las situacione­s críticas no hay que esperar que la gente venga a pedir ayuda, hay que ir a buscarla. Tenemos que entender empáticame­nte lo que le pasa al trabajador de salud como persona, está al rojo vivo”.

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Javier corbalán Martín Guymas tuvo que cambiar de tareas por el agotamient­o
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Daniel Gatica fue agredido en el hospital de Orán

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