El Día del Amigo, marcado por la pandemia
Con la imposibilidad de los encuentros físicos, la soledad y la necesidad de ayuda por estar infectado, en los últimos meses el coronavirus dio lugar a nuevas formas de relacionarse
Cuando comenzó el aislamiento preventivo y obligatorio por la pandemia de coronavirus en la Argentina, en marzo del año pasado, Magdalena y María Luisa eran poco más que vecinas. Los padres de Eloísa, Felipe y Simón eran apenas conocidos del jardín de infantes. Y no era habitual que las compañeras del secundario de Noelia –hoy de 37 años– se juntaran cada sábado por la noche.
Pero la imposibilidad de los encuentros físicos, la soledad y la necesidad de ayuda, entre otras cuestiones, moldearon esas amistades. La pandemia produjo muchos cambios y, sin dudas, uno de ellos fue la forma de relacionarse con los afectos. O la facilidad para crear nuevos.
Vecina salvadora
Las vecinas del barrio porteño de Palermo Magdalena y María Luisa compartían una amiga en común y vivían en el mismo edificio por pura casualidad. Como cocinera, Maggie, y arquitecta, Malú, habían hecho algunos trabajos juntas. Pero el contacto en serio llegó en marzo de 2020, en aquellos primeros 14 días de aislamiento obligatorio que decretó el gobierno nacional. Más específicamente, en cuanto apareció en el edificio “un médico disfrazado de astronauta” para hisopar a Magdalena, que fue una de las primeras contagiadas de Covid-19 del país.
Magdalena estuvo internada en un hospital y luego tuvo que quedarse aislada en su domicilio por 45 días, porque cuando ella estuvo enferma, y no se sabía prácticamente nada de la enfermedad, el protocolo indicaba el alta solamente después de dos hisopados negativos seguidos, que demoraban mucho más que los actuales.
“Malú me salvó”, define Maggie, más de un año después. A la imposibilidad de salir a la calle a abastecerse, se sumó que su hermana rompió la llave de entrada del edificio, por lo que podía hacerle compras en el supermercado pero no subirlas hasta su hogar. Malú se preocupó de bajar a buscarlas y desinfectarlas para su vecina. También anotó –de balcón a balcón– los datos de fiebre y saturación de oxígeno que el médico le reclamaba a Maggie, y que ella olvidaba registrar.
También la ayudó con su emprendimiento gastronómico, Piani by La Marguerite, un local que siguió funcionando como comercio esencial durante la cuarentena. Como faltaba personal que pudiera trabajar, a Maggie le enviaban los ingredientes, amasaba en su casa y volvía a enviar los productos terminados en moto. Todo con la ayuda de Malú, que también se encargó de cocinarle y preguntarle si necesitaba algo cada vez que salía de su casa. A modo de agradecimiento, este año Maggie la invitó de vacaciones.
De la plaza al asado
Luis Gené apenas conocía de vista a los padres de los compañeritos del jardín de su hijo Felipe, de 5 años. “No mucho más que el saludo de ‘hola, qué tal’”, cuenta el diseñador gráfico. Eso cambió en cuanto se habilitaron las primeras salidas a plazas en la ciudad de Buenos Aires y comenzaron a coincidir las tres familias, cada fin de semana, en el mismo lugar de Villa Urquiza.
“Al principio íbamos a la plaza por un ratito, después empezamos a llevar cosas para almorzar y un día de repente nos dimos cuenta de que era de noche y seguíamos ahí. Aunque hiciera frío, nadie quería estar en su casa”, cuenta.
Con el correr de los fines de semana, los conocidos comenzaron a hacerse amigos. Por fuera de la plaza, las madres salían a caminar –dos cursaron embarazos– y los padres entrenaban básquet o salían a correr.
Los encuentros pasaron a darse también en la semana y comenzaron a hacer juntadas en sus casas. “En un momento eran como nuestra propia burbuja: los veíamos más que a mis viejos por una cuestión obvia. Con los cuidados correspondientes, pero nos veíamos todo el tiempo. Terminamos haciendo asados y contándonos cosas más serias”, explica Luis, que hoy los considera verdaderos amigos. Su medida para definirlo: sus padres saben quiénes son.
Ritual por Zoom
Hasta la pandemia y pese a las buenas intenciones, no era habitual que las compañeras del secundario de Noelia González –una abogada porteña, de 37 años– se reunieran cada sábado por la noche. Pero la prohibición de juntarse en sus casas o en bares junto con la necesidad imperiosa de compartir lo que vivían las hicieron reunirse virtual y religiosamente, cada sábado a las 23, por todo lo que duró el aislamiento más rígido; por la plataforma Zoom y para hablar largo y tendido.
“Somos siete amigas del secundario. Después de la cena dormíamos a los hijos, aunque a veces aparecía alguno que otro en las charlas. Una amiga era la encargada de pasar cada fin de semana el link para conectarse. Una tomaba whisky, la embarazada comía chocolate y el resto tomaba cerveza. Los 40 minutos de la sesión nunca alcanzaban y nos volvíamos a conectar una o dos veces más, entre charlas triviales y profundas”, explica Noelia. Hubo llantos, risas y un ritual de despedida de cada reunión: la “foto” de las presentes. En cuanto se volvieron a habilitar las reuniones en bares desaparecieron los Zoom.
Aislarse juntas
Sabrina Kemeny, una estudiante de ingeniería de 22 años, volvía de Bariloche a Buenos Aires cuando supo que en su grupo de amigas –con las que había compartido departamento en el Sur– había habido un contacto estrecho con un infectado de Covid-19. A su lado, en el auto, su amiga Azul comenzaba a tener tos. El test de hisopado al llegar a Buenos Aires dio positivo y las estudiantes decidieron aislarse juntas.
Ambas viven con sus padres, pero decidieron cursar la enfermedad en simultáneo y en un departamento que les prestaron. “La verdad que fue una situación bastante ideal porque otras amigas con Covid la pasaron solas encerradas en su cuarto. Creo que fue la decisión correcta, porque también ninguna quería contagiar a sus padres”, explica.
Por las noches y cuando estaban cansadas, Sabrina y Azul jugaban al burako o hacían videollamadas. Se alegraban cuando llovía porque al menos sentían que no se estaban perdiendo tantos planes en pleno verano. Cuando ya se sentían bien, pero debían seguir aisladas, practicaron yoga y bailaron juntas. “Me acuerdo que entonces [fue en febrero pasado] nos decíamos que estaba muy bueno poder estar viendo una serie abrazadas, sin miedo de contagiar a la otra”. Sabrina siente que esa experiencia, de alguna forma, las unió más como amigas.
La pandemia produjo muchos cambios; uno de ellos fue la forma de relacionarse