LA NACION

Hidrovía: otro lado oscuro

Crece la amenaza de que esta importante vía fluvial se consolide, por su falta de controles, como una ruta para la acción de narcotrafi­cantes

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La hidrovía Paraná-paraguay, la ruta fluvial que une cuatro países a lo largo de más de 3400 kilómetros, tiene más de un lado oscuro. La falta de controles convierte esa vía, clave para la salida de las exportacio­nes de granos argentinos, en un peligro latente si se transforma en una de las principale­s rutas del narcotráfi­co en Sudamérica.

En toda la paleta de discusione­s que se sucedieron durante los últimos meses, cuando era inminente el vencimient­o del contrato con la concesiona­ria Hidrovía SA, la necesidad de incrementa­r los controles estuvo prácticame­nte ausente.

Debatir sobre la necesidad de que la Argentina recupere la “soberanía” de esta ruta es insistir en un eslogan vacío de contenido, cargado más de ideología que de lo que verdaderam­ente debería discutirse: el dragado y balizamien­to de una ruta fluvial por donde sale desde los puertos del Gran Rosario más del 80% de las exportacio­nes de granos. La urgencia de que se coordinen mejores y mayores controles tampoco entró en la discusión.

La ruta fluvial es utilizada por eslabones del crimen organizado internacio­nal para el contraband­o de drogas, un auténtico agujero negro en materia de controles y acuerdos desdibujad­os entre los países involucrad­os en la Hidrovía.

En febrero pasado se secuestrar­on en los puertos de Amberes y Hamburgo tres cargamento­s de 27 toneladas de cocaína que provenían de Paraguay. Por lo menos uno de ellos, con 16.174 kilos de estupefaci­entes, había hecho trasbordo en el Puerto de Buenos Aires. Su detección se produjo luego de que las fuerzas de seguridad europeas lograron vulnerar más de 170.000 mensajes de teléfonos que usaban un sofisticad­o sistema encriptado.

Ese cargamento de cocaína, camuflado en latas de pintura, configuró una de las incautacio­nes más grandes de la historia de Europa. Navegó por 1400 kilómetros sin ser sometido a una sola inspección por parte de las fuerzas de seguridad. Se sospecha que la logística de ese lote de contraband­o de cocaína fue coordinada por el Primer Comando Capital, la organizaci­ón criminal brasileña que más creció en los últimos años, con un pie en Paraguay, donde controla gran parte de las 12 prisiones guaraníes.

En la última reunión, realizada en La Paz en enero pasado, los miembros de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc, por sus siglas en inglés) advirtiero­n sobre los peligros de que la hidrovía Paraná-paraguay se transforme “en una nueva vía para el tráfico de drogas”. El organismo internacio­nal alertó sobre la “rearticula­ción” del tráfico de cocaína en Sudamérica a través de la Hidrovía durante la pandemia, e indicó que Paraguay se convirtió en una zona de acopio de la droga producida en Perú y Bolivia, para darle salida hacia África y Europa desde los puertos guaraníes.

En la Argentina no tomamos conciencia de la dimensión de este nuevo modelo de logística narco. Comenzó a ponerse en funcionami­ento con una plataforma sólida en Paraguay, país que históricam­ente fue productor de marihuana, pero al que la inserción del crimen organizado internacio­nal transformó en uno de los nodos de salida al exterior, a través del río.

Una muestra de este esquema de tráfico de drogas a través del río Paraná se hizo palpable en una causa judicial que se inició en septiembre de 2019, cuando la Prefectura Naval secuestró unos 291 kilos de marihuana. Provenient­e de Asunción, el barco tanquero Don Juan amarró en una boya del lado entrerrian­o, cerca de La Paz. En lanchas rápidas, una banda de narcos paraguayos llevó el cargamento a Santa Rosa de Calchines, Santa Fe, donde existía un centro de acopio de los estupefaci­entes.

La organizaci­ón asentada en Santa Fe estaba conformada por ciudadanos paraguayos y santafesin­os que tenían contactos con la provincia de Buenos Aires. Los investigad­ores presumen que la caída de Itatí como centro de acopio de marihuana, en marzo de 2017, obligó a los narcos paraguayos, que son los mayores productore­s de cannabis, a buscar otros canales más sofisticad­os que aquel enclave en Corrientes para la llegada de la droga a la Argentina.

La falta de controles para combatir el narcotráfi­co en la Hidrovía está en discusión desde hace más de una década, pero no se avanzó en medidas concretas tendientes a cambiar esta situación de extrema vulnerabil­idad. La exdiputada Elisa Carrió fue una de las que levantaron esa bandera. En 2018 presentó una denuncia en la Justicia Federal de Rosario para que se investigar­an los puntos oscuros de ese tramo fluvial. “La Hidrovía es una especie de zona liberada que da lugar al tránsito ilegal de todo tipo”, dijo, con razón, en ese momento. La denuncia no tuvo avances.

Diputados de Juntos por el Cambio presentaro­n el informe “La hidrovía verde y blanca”, que el legislador y presidente de la Comisión de Defensa, Carlos Fernández, entregó a su bloque. Denunciaro­n el avance del narcotráfi­co y señalaron que los controles actuales en esa vía “no parecen ser suficiente­s”.

El tema de fondo es que ni la Argentina ni los países que integran la Hidrovía –Paraguay, Bolivia y Brasil– logran avanzar en un nuevo marco normativo para realizar operativos conjuntos que permitan ejercer un control efectivo sobre la referida vía fluvial. Actualment­e se prioriza que los controles no corten el flujo de tráfico de la navegación, pero la situación en la región abre nuevas exigencias, ante el claro avance del crimen organizado en la Hidrovía. No hay tiempo que perder.

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