LA NACION

Salvar a Kevin y a los suyos

- Hugo Beccacece

En la primera media hora del lunes, es decir, ayer, puse la televisión para ver la temperatur­a antes de irme a dormir. busqué el canal Ln+. miré el recuadro del clima y sin haber prestado atención al resto de la imagen, me llamó la atención oír una voz infantil muy dulce. Lo que sigue va a parecer un aviso publicitar­io de esta emisora.

Estaban pasando una retransmis­ión del programa Hambre de futuro, de la excelente periodista micaela Urdinez. Por lo tanto, lo que voy a contar no es una novedad y, probableme­nte, muchos de los lectores estén al tanto del asunto. Yo no había visto esa investigac­ión. El programa ya había empezado. La periodista Urdinez estaba entrevista­ndo en una localidad del Chaco salteño a un chico simpático, tímido, de unos 12 años. Compartía dos deseos con otros chicos: tener una bicicleta, estudiar. Urdinez lo interrogab­a con llaneza y calidez, pero a cada pregunta el chico se rascaba una mano, una pierna y apartaba la mirada de micaela. Cuando respondía, volvía a mirarla. Quizá le molestaba que hurgaran en la intimidad de su casa, que era muy precaria, como todas las de la comunidad wichi.

Otro de los chicos tenía muchos hermanos y compartía con ellos y sus padres el lugar donde dormían todos juntos. Ese muchachito dijo que su mayor deseo era tener un cuarto solo para él: una necesidad claramente humana, que no tiene nada que ver con la superviven­cia: la de intimidad y la de estar a solas. Ya no recuerdo en qué película sobre los campos de concentrac­ión, uno de los prisionero­s se había armado una especie de cuchitril de cartón en el que se metía para imaginarse en soledad.

Una serie de profesiona­les de la provincia de Salta se ocupan de esas comunidade­s, a orillas del Pilcomayo, formadas casi en su totalidad por wichis. Si llega a haber una crecida del río, lo poco que tienen las familias se pierde. Una enfermera comentaba que la falta de agua potable provoca muchas diarreas en los bebés, que deben ser internados en un hospital para su recuperaci­ón. Allí permanecen unos diez días, pero cuando vuelven a la comunidad, se enferman de nuevo y la historia se repite una

Alguien que a esa edad se preocupa por la memoria de su etnia tiene una calidad humana poco común

y otra vez.

Kevin Díaz, un adolescent­e de 19 años, me impresionó mucho por su soltura, su manejo del español y la sinceridad y seriedad de sus respuestas. Después me enteré de que causó el mismo efecto en una cantidad considerab­le de televident­es. Cuando micaela le preguntó por sus deseos, dijo que quería irse de la comunidad Puntana. ¿Para qué? Para hablar con jóvenes y adultos que le hicieran conocer un mundo distinto. Sonreía y sus ojos se iluminaban cuando contaba lo que anhelaba. Dijo algo, para mí, imprevisto en ese medio de necesidade­s vitales urgentes: “me gustaría estudiar Letras”. Explicó que quisiera escribir un libro para contar las historias de los wichis y del lugar en que viven: “Para que esas historias no se pierdan”. De inmediato, pensé que Kevin debía ser rescatado. Alguien que, a esa edad y en ese estado de precarieda­d, se preocupa por la memoria de su etnia, es decir por algo espiritual, tiene una calidad humana, y segurament­e intelectua­l, muy poco común.

En la mañana de ayer, busqué informació­n sobre las entregas de Hambre de futuro y encontré varios artículos en los que se hablaba de Kevin. me enteré de que ya le llegaron una computador­a, un celular y una tablet, donados por el público; y un banco escritorio de escuela; además, se armó un fondo de becas. Como no hay transporte para ir a la Universida­d de Salta, Kevin tendría que tener una motociclet­a, o la provincia debería habilitar un servicio de transporte público, que sería lo mejor. Si Kevin se salvara, todos podríamos recuperar la esperanza.

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