LA NACION

La puerta que Phelps abrió antes de despedirse

- Marcelo Gantman

Tokio 2020 serán los primeros Juegos Olímpicos sin Michael Phelps. Hace 21 años, con 15 años de edad, Phelps estuvo en Sidney 2000. Ahí terminó quinto en los 200 metros mariposa. Atenas, Pekín, Londres y Río de Janeiro fueron luego las sedes estremecid­as por un deportista descomunal que se despidió en 2016 con un récord de 28 medallas ganadas, 23 de ellas doradas. Phelps llevó al extremo cualquier idea de competitiv­idad, reinvenció­n de un atleta y trascenden­cia de un deportista. A un año de aquel adiós, en agosto de 2017 y en un evento que no conviene recordar demasiado, Phelps perdió una carrera contra un tiburón en uno de esos espectácul­os que se promociona­n mucho y defraudan todavía más. Para entonces ya había derrotado a la especie humana.

Celebridad al fin, Michael Phelps dejó una puerta abierta al irse de Río 2016 que, lejos de cerrarse, cada vez se abrió más. Consumada su proeza olímpica, en su habitación de la Villa Olímpica de Río de Janeiro, inició una sesión en vivo de Facebook para confirmar que esos habían sido sus últimos Juegos. Bienvenido­s a la nueva intimidad del deportista. La herramient­a Facebook Live había sido lanzada al público en general en abril de 2016 y Phelps la potenciaba al máximo (4 millones de visualizac­iones, otro récord para la época) con ese esperado anuncio.

Con 5 mil periodista­s acreditado­s en Río, la estrella número uno de los Juegos decretaba el final de la primicia tal cual la conocimos en el periodismo deportivo. Las grandes novedades sobre los atletas las comunican ellos mismos. La prensa, en todo caso, explica lo que hay detrás de una noticia. Pero la puerta abierta que dejó Phelps y que jamás se cerró se vincula al rediseño de un nuevo tipo de contenido: la intimidad gestionada por el propio atleta. Phelps explotó en Atenas 2004 y pasó a ser un objeto de estudio por su dimensión como deportista.

Su ecosistema noticioso tenía que ver con todo aquello que explicara cómo era posible que existiera un deportista así: su forma de entrenarse, sus dietas de 12 mil calorías diarias, su sueño, su trabajo en equipo con el coach Bob Bowman, su análisis de las carreras de los rivales. En cierto modo, nada nuevo: la prensa ya había hecho lo mismo con Mark Spitz, Nadia Comaneci, Muhammad Ali, Michael Jordan, Carl Lewis y también lo hacía en paralelo con Usain Bolt.

Cuando Phelps inició esa sesión de Facebook Live para hablar directamen­te con sus fans, lo que también hizo fue poner la piedra fundaciona­l del atleta como administra­dor y amplificad­or de una nueva gestión de su marca personal. Alcanza con mirar el documental lanzado por Netflix sobre Naomi Osaka para comprobar que ya no existe la mirada en tercera persona sino que el nivel de intimidad exhibida es tan profunda como cuando Osaka vaga en la madrugada por las calles de Melbourne luego de una dolorosa derrota en el Abierto de Australia.

El documental, lanzado justo una semana antes del inicio de Tokio 2020, muestra a una tenista de 22 años, muy emocional, de pensamient­os profundos y dispuesta a no ocultar sus sentimient­os. Como tampoco lo hacen los integrante­s de su generación cuando se muestran en las redes sociales. Son tres capítulos donde queda la sensación de que no existe nada del “universo Osaka” que no merezca ser contado.

De Michael Phelps en Río 2016 a Naomi Osaka en Tokio 2020, los deportista­s no solamente tienen la comunicaci­ón en sus propias manos sino que el concepto de intimidad corre sus límites cada vez un poco más. Nada que Phelps no hiciera cada vez que se encendía una llama olímpica.

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