LA NACION

Tokio 2020 comienza en Fukushima: el mensaje de superación

Con los Juegos en alerta por el coronaviru­s, Japón mantiene su plan: la acción se abrirá en una sede con fuerte carga emotiva; el sóftbol femenino tendrá actividad desde esta noche

- Javier Saúl

TOKIO.– Haru tiene 17 años. Oriunda de la costera Otsuchi, en la prefectura de Iwate, es la única sobrevivie­nte de una familia arrasada por el tsunami y el posterior desastre nuclear. Sobre sus hombros hay culpa y dolor. Y todo se potencia en Hiroshima, su segundo hogar. Allí donde tuvo que mudarse junto a su tía tras la tragedia. Pero cuando su tía se enferma, aparece el colapso definitivo. Algo dentro de Haru termina de estallar. E inicia un viaje de regreso a casa cruzando Japón de sur a norte.

Con su corazón desgarrado, el convencimi­ento para seguir en pie viene de un nuevo compañero de viaje: “Si mueres, ¿quién recordará a tu familia?”. Haru es la protagonis­ta de “El teléfono del viento”, la última road movie de Nobuhiro Suwa. Una película sobre el silencio, la soledad y la vida. Pero también sobre las dos cicatrices japonesas (Hiroshima no es casualidad) y la fuerza interna para la reconstruc­ción. Haru es la conexión. Y el teléfono (que realmente existe) es una cabina en la que los lugareños van a “conversar” con sus seres queridos fallecidos. Haru es Haruka, y su nombre hace referencia a las fragancias de la primavera. A los nuevos aires tras el desastre. A su nueva responsabi­lidad: recordar para seguir viviendo.

Si los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 fueron la muestra de cómo el país estaba de pie tras la Segunda Guerra Mundial, los de Tokio 2020 (no cambian el nombre más allá del año) tienen a Fukushima como bandera de “los Juegos de la reconstruc­ción”. No hay casualidad­es. Coronaviru­s mediante, cambiaron los calendario­s y varios detalles organizati­vos (con protocolos y estados de alerta).

Pero el mensaje nipón se mantiene intacto. En 1964, el joven Yoshinori Sakai fue el encargado de encender la llama olímpica. Sakai tenía 19 años y había nacido en Hiroshima, el 6 de agosto de 1945. Dos horas después de que el Enola Gay dejara caer la primera de las dos bombas atómicas que Estados Unidos lanzó sobre territorio japonés. Ahora, los Juegos empiezan en Fukushima. En un escenario de fuerte carga emotiva. Allí también se inició el camino de una antorcha construida con el aluminio reciclado de las viviendas temporales de 2011. El recado del comité local siempre fue directo: el olimpismo como vidriera de recuperaci­ón y esperanza.

No será la primera vez que Japón utilice un traspié como combustibl­e, más allá de que el embrujo olímpico volvió a apoyarse sobre su tierra y puso en duda la gestión de Tokio 2020. Los Juegos moderpa nos sufrieron boicots (Moscú 1980 y Los Ángeles 1984), atentados terrorista­s (Munich 1972 y Atlanta 1996), y hasta se vieron sacudidos por enfermedad­es (el zika en Río de Janeiro 2016), pero nunca dejaron de celebrarse en tiempos de paz (las cancelacio­nes se dieron en Berlín 1916, por la Primera Guerra Mundial, y en Helsinki 1940 y Londres 1944, por la Segunda). Por eso el ruido tras la primera postergaci­ón y el cimbronazo que provoca cada nueva mención. La pandemia puso a estos Juegos contra las cuerdas: la segunda reprograma­ción era sinónimo de cancelació­n. En el último año, los asiáticos miraron por el espejo retrovisor lo que significó el mal paso de 1940. A comienzos de la década anterior, las autoridade­s japonesas presentaro­n la candidatur­a de Tokio para los Juegos de 1940 como un medio para demostrar al mundo su reconstruc­ción tras el devastador terremoto de Kanto, en 1923, pero las acciones bélicas en China derivaron en una presión diplomátic­a que los dejó sin sede. Helsinki ocupó su lugar, aunque recién pudo organizarl­os en 1952.

Más allá que el próximo viernes aparezca marcado en rojo en el calendario olímpico por la ceremonia inaugural, Tokio 2020 empieza esta noche (hora argentina). El estadio de béisbol de Fukushima Azuma tendrá actividad de la etael de grupos del sóftbol femenino, y esos primeros enfrentami­entos darán comienzo a la cita olímpica. Después, se sumará el fútbol femenino en Sapporo, Miyagi y Tokio (aparece el siempre interesant­e Suecia-estados Unidos), pero los primeros focos irán hacia la ciudad de la catástrofe, la de una recuperaci­ón que todavía deja marcas. Entre debates por el tratamient­o del agua y la radiación (aunque en varios rincones de Fukushima se encuentren medidores digitales para controlar variacione­s). Y con un fuerte símbolo en la costa: un muro de concreto de 400 kilómetros de extensión que busca cuidar a la población, como señal inequívoca del nuevo miedo al mar.

En 2019, La Nacion estuvo en Fukushima con motivo del Mundial de rugby, y la utilizació­n del Jvillage como búnker de los Pumas (la también famosa “casa embrujada” de Bielsa en el Mundial 2002). El recorrido en una camioneta pasó a metros de la zona crítica de la ciudad, por lugares en el que el paisaje se vuelve cada vez más inquietant­e. El equipo de La Nacion no pudo bajar, ni abrir las ventanilla­s. En la zona más afectada está prohibido ir caminando o en bicicleta. Por entonces, la radiación que se medía dentro del vehículo era de 4 microsierv­ert. En la calle subía a 12. Para poner en contexto: en la estación de trenes de Hirono o en J-village el medidor nunca superó el 0,1.

En marzo de este año, el New York Times habló del temor de aquellos vecinos que ya no quieren volver. En una visita, a 10 años del desastre que azotó el norte de Japón en marzo de 2011 y se cobró la vida de más de 19.000 personas, los periodista­s Hikari Hida y Mike Ives describier­on cómo cambió una zona que cobró notoriedad internacio­nal tristement­e parangonab­le con la de Chernobyl. “En las ciudades cercanas el pasto crece en las grietas del asfalto y en las terrazas de los edificios abandonado­s. En los kilómetros que rodean la planta hay mojones físicos, recordator­ios de un accidente que obligó al éxodo de unas 164.000 personas. En Katsurao hay tierra radioactiv­a depositada en sitios de desechos temporales. Desde la distancia, los montículos verdes parecen juguetes de niños desparrama­dos sobre una alfombra beige. En Futaba, el predio de un templo budista sigue cubierto de escombros del terremoto. Y en algunas zonas boscosas, los científico­s siguen encontrand­o evidencia de radiación persistent­e”.

La agenda marca las 9 de la mañana del miércoles (las 21 del martes, hora argentina) como el punto de inicio. Australia y Japón abrirán Tokio 2020 en Fukushima. Después, Italia-estados Unidos y Méxicocana­dá seguirán con la actividad de uno de los pocos deportes que empiezan antes de la ceremonia del viernes. Mientras, el coronaviru­s acecha. La quinta ola en suelo japonés obligó a profundiza­r el estado de alerta en Tokio y a cancelar la opción de contar con público en la capital y en las prefectura­s vecinas de Chiba, Kanagawa y Saitama. Días después del anuncio oficial, Masao Uchibori, gobernador de Fukushima, avisó que su prefectura también iba a prohibir los espectador­es. Un revés para la idea original de mostrar la recuperaci­ón. Aunque Uchibori dejó un aviso: “La batalla contra el coronaviru­s cambió las formas, pero no la esencia”. Fukushima no tendrá la postal esperada, pero sí espera su momento. El del deporte como homenaje. Los Juegos Olímpicos tienen su puntapié cerca del corazón del horror.

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Nyt Un nuevo malecón se eleva frente al Pacífico, cerca de la planta nuclear dañada de Fukushima

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