LA NACION

La culpa no es de los que viajaron a Miami

- Joaquín Morales Solá

La variante delta del Covid-19 está en las puertas del país y está azotando al mundo. De hecho, su proliferac­ión es el principal motivo para explicar la inestabili­dad de los mercados bursátiles internacio­nales. De acuerdo con la tradición, la Argentina se desvanece cuando el mundo solo se tambalea. Aquí también hubo una caída bursátil, el riesgo país superó los 1600 puntos básicos (un índice propio de un país en default) y, encima, se disparó el dólar paralelo hasta tocar niveles cercanos al récord.

Un dólar subvaluado era una de las recetas electorale­s imprescind­ibles del equipo político que gobierna. Se explica: una devaluació­n significa siempre un salto aún más grande de la ya muy elevada inflación argentina. La fragilidad de la economía argentina es tal que los economista­s, especialis­tas y neófitos se preguntan si una gran devaluació­n sucederá antes o después de las elecciones de noviembre (o de las primarias de septiembre). Al hecho previsible suele ganarle cada tanto el suceso inesperado. La aparición espectacul­ar de la variante delta, sobre todo en los países europeos, es el hecho inesperado que, entre otras razones, está apurando aquí la devaluació­n del peso.

España, Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia son los países europeos que, con mayor o menor intensidad, están sufriendo las consecuenc­ias de la nueva cepa. Es una variante extraña. Tiene una muy alta capacidad de contagio (científico­s norteameri­canos encontraro­n 1000 veces más capacidad de contagio en las fosas nasales de los humanos que la variante inicial del coronaviru­s), pero a la vez requiere de menos hospitaliz­aciones, de menos camas de terapia intensiva y, desde ya, provoca menos muertes. Es decir: es más contagiosa, pero menos letal. Los científico­s agregan que esa es la variante natural de todos los virus. Contagian más, pero son también más inofensivo­s. Esos países europeos tienen vacunadas con las dos dosis a entre el 50 y el 70 por ciento de sus sociedades. La economía está previendo otra cosa: nuevos confinamie­ntos y cierres de las economías en muchos países. De ahí, entonces, las caídas en los mercados bursátiles y la voracidad local por el dólar. La economía sabe de economía, no de salud pública.

Cuando apareció la variante delta (que se incubó en la India, un país que sufrió como pocos la enfermedad y la muerte), el gobierno de Alberto Fernández dispuso en el acto un cierre parcial del aeropuerto de Ezeiza, que dejó varados a miles de argentinos en el mundo. Se supone que todavía 14.000 connaciona­les están en el exterior, sin saber cuándo ni cómo podrán volver a su país. La cacofonía oficial culpó en el acto a los viajeros, sobre todo a los que habían ido a Miami, de la inexorable llegada aquí de la variante delta. Los que pueden habían viajado a Miami fundamenta­lmente para vacunarse con una de las tres vacunas de origen norteameri­cano que no llegaron al país por desacuerdo­s con la administra­ción de Alberto Fernández (Pfizer, Moderna y Janssen, este última de Johnson y Johnson). En rigor, cualquier argentino tiene más riesgo de contagiars­e en la Argentina que en Miami, donde una enorme mayoría de la sociedad ya está vacunada con las dos dosis. Existen en los Estados Unidos algunos estados con niveles altos de no vacunados porque se niegan a inmunizars­e, pero no es el caso de Florida, donde está Miami.

La primera certeza que surge de toda esta peripecia es que el viejo discurso quedó obsoleto. El oficialism­o dijo hasta el cansancio que una sola dosis de las vacunas que se inoculan aquí (Sputnik V, Astrazenec­a, Sinopharm y Sinovac) era suficiente para alcanzar un alto nivel de inmunizaci­ón. Pudo ser cierto al principio de todo. Ya no lo es. Si bien la variante delta parece más benigna que las anteriores, lo es siempre que el contagiado cuente con las dos dosis de cualquier vacuna. En la Argentina hay una diferencia abismal entre las cifras de vacunados con una dosis y con dos dosis. Alrededor del 45 por ciento de los argentinos recibieron una dosis de alguna vacuna (22,3 millones en cifras redondas), mientras poco más del 11 por ciento (5,3 millones) recibió las dos dosis. Se necesitan 18 millones de dosis de manera urgente para completar el proceso de inmunizaci­ón de los que fueron vacunados con la primera dosis. Esa es la manera eficiente de enfrentar la variante delta, no el cierre de las fronteras a los argentinos que están en el exterior.

El mundo científico había establecid­o que aun las vacunas más renombrada­s, como Pfizer y Astrazenec­a, solo tenían capacidad de protección frente a la delta de un 30 o un 40 por ciento con la primera dosis. Muy bajo. Pero un reciente estudio científico realizado en los Estados Unidos indica que con la dos dosis la vacuna Pfizer protege de los contagios entre un 78 y un 88 por ciento y evita en un 96 por ciento las hospitaliz­aciones y la muerte. Moderna y Astrazenec­a tienen porcentaje­s parecidos. A todo esto, en la Argentina hay 100.000 niños con enfermedad­es prevalente­s que son muy vulnerable­s al contagio, la enfermedad y la muerte. Los padres hicieron el sábado pasado una marcha a la Casa de Gobierno para pedir que se abran las puertas de las vacunas autorizada­s para ser inoculadas en niños. Las dosis que se necesitan son mucho más que 100.000 porque se requerirán las dos dosis. La única vacuna monodosis (la Janssen) no está autocondic­iones rizada para niños. Los científico­s aconsejan, además, que sean vacunados sus familiares más cercanos y sus amigos. Hasta ahora, la única vacuna autorizada para niños es la de Pfizer, que no llegó al país. La que sí llegó a la Argentina es Moderna, cuya autorizaci­ón para niños podría ocurrir en los próximos días por parte de la FDA, el organismo norteameri­cano de control de medicament­os. Esperemos que esa vacuna (de la que hay en el país 3,5 millones de dosis) sean usadas para los casos que realmente se necesitan con urgencia. Esperemos, en fin, que no se repliquen los vacunatori­os vip. La ministra de Salud, Carla Vizzotti, es mucho más prudente que su antecesor, Ginés González García, pero vale la pena hacer tales advertenci­as ante eventuales presiones políticas.

A todo esto, al gobierno de Buenos Aires no se le ocurrió mejor idea que pensar en la posibilida­d de obligar a contar con un pase sanitario (un certificad­o de vacunación) para ingresar en bares y restaurant­es. Esa puede ser una medida comprensib­le en países que están en de vacunar con las dos dosis a todo el mundo. Pero ¿pedir un pase sanitario con una sola dosis porque el Gobierno no puede proveer la segunda dosis? La idea es ridícula. El presidente francés, Emmanuel Macron, implementó esa medida en Francia, pero su país está inoculando con las dos dosis a todos los franceses que quieren vacunarse. Es una manera de presionar para que se vacunen los que son culturalme­nte reacios a todas las vacunas. Francia tiene un porcentaje de su población al que no le gusta aplicarse vacunas. Forma parte de su historia. Es un problema francés. El problema argentino es otro: es la falta de vacunas, no la aversión de los argentinos a las vacunas.

El gobierno de Alberto Fernández le debe una explicació­n a la sociedad sobre qué pasó con la segunda dosis de la vacuna Sputnik V. Hasta principios de julio, el país había recibido 9,4 millones de dosis de la primera dosis y solo 1,5 millones de la segunda dosis. Faltan 8 millones de dosis para completar el proceso de inmunizaci­ón en esa misma cantidad de personas. Son muchos argentinos atemorizad­os porque no pueden completar su vacunación. Nadie dice nada. ¿Rusia seguirá produciend­o la segunda dosis o la reemplazar­á por otra vacuna? Silencio. Versiones no confirmada­s aseguran que el gobierno de la Capital reemplazar­ía con Astrazenec­a la segunda dosis de la Sputnik, pero también el inmunizant­e anglo-sueco llega en módicas remesas. Es hora ya de que la administra­ción de Alberto Fernández haga público cuánto pagó por las vacunas, a quiénes les pagó y por qué existe tanta morosidad. Responsabi­lizar a otro es un acto propio de gobiernos irresponsa­bles. Los viajeros de Miami no tienen la culpa de nada.

Un dólar subvaluado era una de las recetas del Gobierno: una devaluació­n agitará la ya muy elevada inflación

El problema argentino no es el de Francia: es la falta de vacunas, no la aversión a las vacunas

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