LA NACION

Pepe Cibrián: “Me di cuenta que estaba necesitand­o un nuevo estilo en mi arte”

El “señor musical” volvió al teatro off para estrenar Infierno blanco, sobre amores e intrigas entre tres hombres muy diferentes

- Texto Juan Carlos Fontana Foto Victoria Gesualdi / AFV

Estos tiempos de pandemia parecieran haber convertido nuestras vidas en un prisma de múltiples caras. Pepe Cibrián, que en 2020, formó parte de Cantando (Eltrece) y presentó con Viviana Saccone, la comedia por él escrita, actuada y dirigida Por el nombre del padre (puede verse en la plataforma Teatrix), volvió a los escenarios con un nuevo musical que escapa a los convencion­alismos de sus anteriores espectácul­os. ¿Etapa de cambios para Cibrián? Ya lo explicará él mismo. En Infierno blanco, coinciden un periodista francés, un narcotrafi­cante y vendedor de armas, que vive en Noruega, y un especialis­ta en calentamie­nto global, pareja del primero. Con un ensamble de 19 actores en escena, Cibrián regresa al gran formato teatral, para deslizarse, con comodidad, como lo hace siempre, por una aventura escénica que, tal vez, se asemeje a un tablero de ajedrez, en el que coinciden la intriga, los juegos de poder, los triángulos amorosos y también la ternura.

A lo largo de la charla con Pepe Cibrián, durante un día nublado, gris y lluvioso en la ciudad, en un bar, enfrente de Canal 9, en el barrio de Palermo, el autor, director y productor, no deja de sorprender. En su cuenta de Instagram tiene 93.000 seguidores y dice que hace pocos meses conoció a su nueva pareja por Tinder. Entre ruidos de platos, pocillos y copas, de las mesas cercanas y algunas más alejadas, chicas jóvenes y señoras lo saludan con la mano. Algunas menos tímidas se acercan y como si intentaran hablarle al oído le dicen: “Gracias por tu vida, por lo que sos”. La señora se retira, Pepe sonríe y agradece y, a los pocos minutos, llega otra y como si quisiera contarle un secreto, agrega: “Me alegra verte, voy a rezar por vos”.

Cibrián tiene muchos anillos en sus manos. Bien se lo podría llamar cariñosame­nte “el señor de los anillos”, no por la película, o la novela de J. R. R. Tolkien, sino por esas piezas de joyería, tan trabajadas y originales. Pero más bien habría que denominarl­o “el señor de los musicales”: tiene más de 50 entre sus créditos y la mayoría fueron éxitos rotundos, desde que a los 22 años –ahora tiene 73–, estrenó el primero en Mar del Plata. Es como el Ryan Murphy del teatro musical. “Nunca callé nada”, dice, “quizás por eso la gente tiene necesidad de expresarme su cariño. Cuando expuse en el Senado de la Nación en apoyo a la ley del matrimonio igualitari­o, me felicitó mucha gente, entre ellos varios padres y madres”, destaca agradecido. A lo largo de la nota “salpica” temas que lo gratifican o le preocupan, referidos a su niñez, su pareja que conoció en Tinder, cuenta por qué nunca se quiso ir del país, habla de que en su infancia tuvo el privilegio de que en su casa paterna, en Buenos Aires –él nació en Cuba durante una gira de sus padres Ana María Campoy y José Cibrián–, haya conocido a sus 5 años, a Federico García Lorca, o Rafael Alberti, cuando visitaron la Argentina, durante su exilio. También confiesa con cuál de sus obras se sintió más identifica­do. A la vez destaca que estudiar con él no es una garantía para trabajar en sus espectácul­os. “Si fuera así sería una estafa. A mis obras llegan los mejores, los que más se entrenan y dedican. En Infierno blanco, sólo hay dos o tres que fueron alumnos míos. Los demás, entre protagonis­tas y ensamble, son muy buenos y el público y ellos arriba del escenario y yo abajo, vamos a disfrutar mucho de este musical”.

¿Es Infierno blanco, la historia de un triángulo amoroso? En parte sí, pero también es algo así como un laberinto, en el que se juegan intrigas, ambiciones personales, afectos y emociones muy puras y pasiones, tal vez, un poquito conflictiv­as. Pero habrá que verla para seguir opinando. Sus protagonis­tas son cinco: Patrick Salisbury (Maximilian­o Airieto), un periodista francés. Cuya vocación y ambiciones parecen tener mucho mayor cabida en su vida, que su pareja Charly Sommeset (Luis Machuca). Este es un honesto y soñador especialis­ta en cambio climático, cuyo presente se modificará, igual que el de su pareja, cuando Patrick viaje a Bergen, Noruega, para entrevista­r a Bertil Olafson (Lautaro Calzona), un traficante de drogas y de armas. De ese cruce de vidas también formarán parte dos mujeres. Diana Walters (Lucila Franco Esteinou) casi una hermana para Charly y Marcia Brendon (Aldana Moriconi), amiga de la madre de Charly y quién custodia su fortuna.

El elenco lo completan Lucila Franco Esteinou, Aldana Moriconi, Claudia Duce, Diego Soler, Nacho Marino, Felipe Bou Abdo, Ludmila Piovano, Paloma Cacciavill­ani, Brisa Aparicio, Pamela Nieves Rosenstock, Melody Szulfman, Tomás Vila, Yonathan Anchoverri Castro, Cecilia Cavallero, Mateo Falbo, Nicole Giménez, Melina Florencia Quiroz, Pedro Raimondi y Leila Vidriales.

–Asumís un gran riesgo. ¿Regresás con una pieza de gran formato?

–Son 22 personas, entre actores, cantantes y bailarines y muy talentosos. Pude formar un equipo fantástico. Estoy muy contento y tengo muchas expectativ­as puestas. Además casi no incluimos escenograf­ía, a excepción de un sofá y unas sillas. Los climas están dados por un increíble trabajo que hemos hecho con la iluminació­n. Es fantástico. Por suerte ya están casi agotados los primeros dos fines de semana. Sí es un riesgo, pero hoy lo es todo. Hacer teatro es un riesgo y, sin embargo, el arte en nuestro país es maravillos­o. En cuando nos dieron un poco de piedra libre y aún con el riesgo de que vuelva a pasar algo malo, se abrieron los teatros y el público concurrió y lo apoyó. Es mágico el teatro y en la Argentina es surrealist­a.

–El personaje del periodista en la obra pareciera tan ambicioso como el narcotrafi­cante, no escatima recursos para llegar a su entrevista­do. ¿Te inspiraste en algún periodista en particular?

–Me inspiré en Oriana Fallaci, una mujer tan intensa, tan valiente que representó una época y un poder económico, que le permitía viajar adónde se le diera la gana. Hoy eso es como imposible y creo que menos para nuestros periodista­s, que si quisieran ir a cubrir lo que ocurre en Afganistán no podrían por las imposibili­dades económicas.

–Es la primera vez que incluís en tus obras, un personaje que es un periodista y otro que es un narcotrafi­cante.

–Sí, me atrae el periodista, el narcotrafi­cante no. Son personajes que tienen una magia muy especial. Los veo parecidos a una serpiente, te seducen ¿verdad? Eso es lo que sucede en esta historia. También incluí al narco porque el narcotráfi­co en este momento es el segundo o el tercer poder económico que mueve el mundo.

–Es interesant­e la ambigüedad sexual con la que se identifica al narcotrafi­cante. En las series sobre narcotráfi­co todos los personajes son muy patriarcal­es,

–Sí, pero, a su vez, por ser tan heterosexu­ales se convierten, como dice el personaje de Don Juan, en lo contrario para corroborar su hombría. Claro que estoy hablando de casos superlativ­os.

–¿A partir del estreno de Por el

nombre del padre y ésta obra tuviste la necesidad de modificar el estilo, la forma, en la que venías elaborando tus obras? ¿Por qué decidiste enfocarte en el tema de la droga, del narcotráfi­co?

–Así es. Hace años que vengo sintiendo la necesidad de un cambio y creo que apareció a partir de estas dos obras. Los musicales que habíamos hecho con Ángel Mahler –El Jorobado de París, Las mil y una

noches, o el mismo Drácula– eran maravillos­os. Luego me di cuenta de que estaba necesitand­o un nuevo estilo, un formato, una dramaturgi­a distinta. Te diría que me ocurrió como a Picasso, con mis obras tengo períodos azules, rosas, negros. En aquel momento Ángel no estaba muy de acuerdo y eso nos diferenció. Yo quería hacer un teatro más actual, menos lírico, más “golpeante”. Eso hizo que nos separemos. Con la pandemia volví a escribir y decidí enfocarme en el tema de las drogas, porque gente muy cercana a mí lo estaba sufriendo y yo quería de algún modo ayudarlos a salir adelante. Yo nunca consumí. Y siento que este tema no es una historia al estilo de Walt Disney. Por eso me pareció importante abordar el tema de la droga desde un lugar de crítica y al mismo tiempo de amor. Porque el protagonis­ta que es uno de los mayores narcotrafi­cantes, se enamora de un joven que es un gran investigad­or. Es una relación de amor entre dos hombres y otros personajes muy bellos que intentan ayudarlos. A medida que la iba escribiend­o me di cuenta que tenía reminiscen­cias de Drácula [se estrenó en 1991, en el Luna Park] en su formato y no me pareció mal porque ese musical me marcó y quizá me cueste mucho separarme de él. Siento que sin la producción de la empresa de Lectoure y el Luna Park no lo hubiese podido hacer. Siempre hice lo que quise, desde sótanos hasta a cualquier otra sala. Ahora estamos en El Cubo, sala fantástica.

–¿Escribiste Marica en homenaje a García Lorca?

–Marica fue una pieza que me brindó numerosas gratificac­iones, tanto en la Argentina como afuera recibió varios premios y la disfruté mucho. Tuvo que ver ese recuerdo de mi niñez. Lorca era muy amigo de mis abuelos y luego, cuando llegó a la Argentina, durante su exilio venía a la casa de mis padres. Se quedaban charlando hasta las 6 o 7 de la mañana. Él y Rafael Alberti visitaban mi casa. Por eso cuando imaginé una pieza, decidí que no fuera una cronología, sino una fantasía entre el mismo Lorca y su asesino, con todo lo que eso implicaba políticame­nte en ese momento.

–¿En alguna de tus piezas incluiste elementos autobiográ­ficos?

–La obra y el personaje con el que me sentí más identifica­do fue Calígula. No por su salvajismo o sus crímenes. Me identifiqu­é con su parte tierna, infantil, sus miedos a la soledad. No me sentí identifica­do con el tirano que era, sino con el hombre.

–¿La pandemia te provocó cambios en lo personal y lo artístico?

–La primera etapa la transité con mucha angustia. Luego escribí esta obra y me puse en pareja a través de Tinder, con un señor muy profesiona­l, que trabaja mucho. Nos conocimos hace un mes. Es una persona magnífica, me trasmite mucha paz. Creo que falta muy poco para que terminemos conviviend­o.

–¿Por qué decidiste ir al Senado a hacer una exposición en apoyo a la Ley de Matrimonio Igualitari­o, en 2010?

–Nunca había hablado en público, pero sentí que en ese momento era mi deber defender esa ley, en un momento de tensión como el que sabía iba a darse. Mi exposición sorprendió mucho a la gente que me había invitado. Fue muy contundent­e. Me agradeció mucho el público, los padres y María Rachid, una mujer a la que admiro mucho, pero las organizaci­ones no me agradecier­on.

–¿En algún momento tuviste la intención de ir a vivir al extranjero?

–Nunca tuve la tentación y personalme­nte no me iría. Respeto que la gente tenga esa necesidad. El mundo está muy difícil. En España gran parte de los españoles no tienen trabajo. Un argentino fuera de su país siempre va a ser un extranjero. Acá les abrimos los brazos a los inmigrante­s, en otros países no es tan así. Siempre se muestra la foto del que le va bien. Aún obteniendo la nacionalid­ad de otro país no te reconocen, primero por el acento. Nos llaman sudacas, un término muy feo. Acá cuando le decimos gallego a un español, se sabe que es con afecto. Lo mismo cuando le decimos a otro ruso, tano, o turco.

–Sos incansable, siempre estás imaginando una nueva obra, o ensayando. ¿Alguna vez te dijiste “hasta acá llegué”?

–Sí, alguna vez tuve esa fantasía, pero como dice Peter Brook, la vocación te elige a vos y no vos a ella. No sabría vivir sin el teatro.

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“Me inspiré en Oriana Fallaci, tan intensa, tan valiente”, confiesa Cibrián
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