LA NACION

Cifuentes. El cartel en la calle que cambió su vida y el rol el profesor Chu

A los 11 años empezó a tomar clases con “el Chino” y encontró su gran pasión: tenis de mesa; también es martillero público

- Ezequiel Brahim

A la familia Cifuentes le gusta compartir actividade­s. Viven en La Plata y al lado de la parrilla tienen una mesa de ping pong donde se entretiene­n Gustavo con sus hijos Pablo –el mayor–, Diego, –el del medio– y Horacio, el menor. Cada vez que Gustavo encendió el fuego, el ping pong fue parte del ritual del asado. Hasta que hubo un punto de no retorno y al más chiquito, a Horacio, nadie le quiso jugar más. “La verdad que llegó un momento que ya no les divertía jugar conmigo”, reconoce el “censurado”. Todo empezó por un cartel.

Su papá, su mamá Mónica y Horacio, entonces de 11 años, volvían de un cumpleaños por las calles de las diagonales con el auto. Desde el asiento de atrás, el chico vio en la vereda un cartel: “Enseñanza de Tenis de mesa”. ¡Pará papá, pará!, suplicó Horacio. Cruzaron la puerta del club Gimnastic y los recibió Daniel Chu, el profesor. “A los seis meses era imposible jugarle, había progresado demasiado”, reconoce Gustavo, su padre. Allí empezó a desarrolla­r Horacio lo que hoy es su medio de vida: impactar con la mayor velocidad, efecto y precisión posible una pelotita de 4 centímetro­s de diámetro. Allí fue cuando su familia no le quiso jugar más.

Empezó a tomar clases una vez por semana hasta que llegó a su primera competenci­a, un torneo interescue­las con más de 50 chicos: la ganó. “El Chino, mi entrenador [Daniel Chu] no lo podía creer”, recuerda Horacio: “Para la cabeza de un nene es tremendo”. Así fue que llegó el miércoles de esa semana, el día que iba a clases de fútbol: “Y no quería saber nada, pedía que me llevaran a tenis de mesa”.

Pasó de ser ping pong a tenis de mesa, fue tomando otra seriedad, aprendiend­o otros efectos, dedicándol­e cada vez más horas. “Pero mis viejos vienen de la vieja escuela, salir del secundario, estudiar y trabajar”, explica Horacio. “Mi papá siempre me pedía que estudiara algo. Así que me anoté para martillero público y me recibí antes de los Juegos Panamerica­no de Lima 2019”. A Lima ya fue con un título y se volvió con dos medallas de plata.

Sin embargo, antes de ser martillero y medallista panamerica­no, tuvo que tomar la decisión más importante de su vida. Al terminar la escuela secundaria y con 17 años asumió lo que ya sabía: si quería desarrolla­r su potencial debía irse de su casa, de su ciudad y de hecho debía cruzar el mundo. “Los países asiáticos dominan este deporte, pero después todo pasa por Europa”, explica Horacio Cifuentes. Así llegó a Alemania, donde estuvo tres meses con el equipo juvenil, y lo recuerda: “Es una cultura diferente, un entrenamie­nto muy fuerte”. Entonces encontró la oportunida­d de ingresar en un club en Oporto, Portugal: “El problema de salir de acá es que no sabés a dónde ir. Tuvimos la suerte de que en Oporto estaban empezando. Quizá si llegara hoy me dirían que no. Pero ahora me tratan como si fuera un portugués. Fuimos unos pioneros”.

“Horacio es un referente para las nuevas generacion­es, un jugador de mucho profesiona­lismo y una tremenda capacidad. Siempre sobresalió por su trabajo, su constancia y su talento”, destaca Fernando Joffre, presidente de la Federación Argentina de Tenis de Mesa (FTMA). Ese trabajo implica ocho horas por día donde suelen combinarse un turno de gimnasio y dos o tres de darle a la pelotita. Cifuentes en uno más de los 1000 federados a la FTMA y de los 20.000 jugadores activos que hay en la Argentina. En realidad, no es uno más: es el mejor ubicado del país en el ranking de la Federación Internacio­nal (ITTF), se encuentra entre los 75 mejores jugadores del planeta.

“A Horacio le cortaría la mano y me la insertaría”, admite con sana envidia Gastón Alto, compañero de dobles de Cifuentes y un referente del tenis de mesa nacional, ubicado entre los 100 mejores del mundo. Con él fueron a buscar, en forma individual, clasificar­se a Tokio. Después de cuatro temporadas jugando en Europa, Horacio esperaba llegar como nunca, pero en la preparació­n previa lo atrapó la pandemia y lo encerró en su cuarto, muy lejos de competir con los mejores del Viejo Continente. Quiso el destino que un robot lo salvara de perder todo su estado de forma.

“Una persona que le gusta ayudar mucho al deporte me lo compró”, agradece Horacio sin dar nombres, al referirse a la maquina arroja-pelotas que sale 2000 dólares y con la que se entrenó durante los meses y meses que no pudo salir de su casa. “Es un deporte de muchísima sensibilid­ad”, explica el platense, de 23 años: “Una semana sin agarrar la pala y te lleva un mes volver tomar ritmo”. Así fue que llegó al clasificat­orio en Rosario y se encontró con Wu Jiaji (plata en los Panamerica­nos de Lima 2019) para disputarse un lugar en Tokio. “Me convencí de que era mi momento y el objetivo no se me fue nunca de la cabeza”, recuerda Horacio. “Entré con una mentalidad muy ganadora y jugué el mejor tenis de mesa de mi carrera. Fue increíble”.

“Sentí una euforia tremenda”, cuenta, sobre el momento en que se clasificó: “Llegar a los Juegos Olímpicos es como haber cumplido”. Ahora de cara a la competenci­a, entiende que necesita una dosis de fortuna en el sorteo del cuadro: “Yo quiero tener un buen nivel de juego, pero dependiend­o de con quién te enfrentes en las primeras rondas son las chances de avanzar”. Y hablando de avanzar, ¿hasta donde puede llegar este chico que pidió parar el auto al ver el cartel de “Enseñanza de Tenis de Mesa”? Su compañero y también clasificad­o a Tokio, ve el techo muy lejos.

“Creo que puede hacer historia en nuestro deporte”, afirma Gastón Alto: “Llegar a estar entre los 20 mejores del mundo es muy difícil, pero no es imposible pensar que sea un top ten”. Otra persona que lo sueña entre los mejores, aunque no dice nada, es Gustavo, el que paró el auto a pedido de su hijo y lo acompañó a entrar al “Gimnastic” del Chino. “Mi viejo no me lo demuestra, es de pocas palabras. Pero es el que más está al tanto de todos mis resultados, es mi principal fan”, dice Horacio.

¿Y qué piensa Gustavo de su hijo a punto de debutar en unos Juegos Olímpicos? “Horacio es humilde, honesto, leal, buen compañero, nunca supe que se haya peleado con alguien, por eso tiene amistades de todas las edades en todas partes del mundo. ¿Qué más puedo decir? Estamos muy orgulloso de él”.

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Santiago Filipuzzi / enviado especial Horacio Cifuentes, el platense que busca el despegue definitivo

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