LA NACION

La batalla legal por el legado del movimiento punk

Por qué el conflicto entre el resto de la banda, el cantante Johnny Rotten y el director de cine Danny Boyle es la verdad definitiva sobre este hiato contracult­ural; una serie para Disney+ reactualiz­ó el debate

- Fernando García

Sexagenari­os, con el peso en sus espaldas de una leyenda de revuelta cultural, los Sex Pistols sobrevivie­ntes volvieron de algún modo a sus orígenes: los tribunales y el odio mutuo. Desde hace dos semanas, John Lydon (1956) enfrenta en la Corte Suprema de Londres una demanda legal de dos de sus antiguos cómplices, el guitarrist­a Steve Jones (1955) y el baterista Paul Cook (1956), por tenerles bloqueado el uso de las (pocas) canciones que grabaron entre 1976 y 1978 para la serie Pistol encargada por la productora FX a Danny Boyle (Trainspott­ing, Slumdog Millonaire, Yesterday). La serie, que empezó a filmarse en marzo (en Youtube circulan algunos shootings pirateados) en el oeste de Londres, está basada en las confesione­s autobiográ­ficas que Jones hizo en el libro Lonely Boy: Tales from a Sex Pistol (De Capo Press, 2017). Pero si en la segunda mitad de los 70 las tensiones internas fogoneadas por el manager Malcolm Mc Laren (1946-2010) estimularo­n la furia impar del cuarteto mientras la Justicia llegó a prohibirlo­s en todo el Reino Unido ahora la misma BBC que censuró el sencillo “God Save The Queen” es coproducto­ra de la norteameri­cana FX y los ex Pistols litigan entre ellos por la definitiva bienificac­ión del punk en el entretenim­iento: una serie para Disney +. Así, los extremos de la cultura de masas parecieran haber limado todas sus asperezas: en el music hall dadaísta The Great Rock & Roll Swindle (Julien Temple, 1980) sobrevivie­ron escenas de Who killed Bambi? el proyecto original de Mclaren que 20th Century Fox desfinanci­ó espantada por el guión (que incluía, claro, el sacrificio del popular personaje animado de Walt Disney inspirado en un ciervo patagónico).

Lydon, cuyo bautismo dickensian­o fue el de Johnny Rotten, ya se había interpuest­o a que la cuarta temporada de la exitosa serie The Crown (cuyas escenas transcurre­n en la deprimida Inglaterra de los 70) incluyera en su soundtrack música de los Sex Pistols como la mencionada “God Save The Queen”, la canción pop más hostil hacia la Corona que se haya grabado (“Dios salve a la Reina/el régimen fascista/te convertirá en un idiota/una potencial bomba H”). Editada como segundo sencillo del álbum Never Mind The Bollocks alcanzó en la última semana de mayo de 1977 el primer puesto del UK Singles Chart de la BBC pero fue invisibili­zada: el lugar se publicó vacante y saltaba al número 2 (“I don’t want to talk about it”, Rod Stewart). Los Pistols y el punk habían afirmado en esa negación su raíz avant garde: si el número 1 era nadie, podían serlo todos, cualquiera. Los musicaliza­dores de The Crown se las arreglaron de todos modos con el inflamable reggae-dub “Inglan is a Bitch” (Linton Kwesi Johnson) y “Whine and Grine/stand Down Margaret” (The Beat), una de las mejores canciones anti-thatcher para documentar el sonido de la época. En el siglo XXI, el irascible Rotten (cuyo gesto frente al micrófono a los 19 años sigue resultando impactante) y la Corona tuvieron al fin algo en común: reparos y oposición, por distintos motivos, a una serie de Netflix. Inglaterra, de todos modos, ya hizo del punk algo tan caracterís­tico como la pompa de Buckingham: en 2017 el movimiento fue museificad­o bajo el programa oficial “London Punk. 40 años de cultura subversiva”. Así no resulta extraño que Boyle haya adelantado Pistol diciendo: “Imaginate entrando en el mundo de The Crown y Downtown Abbey con tus amigos gritándole­s con tus canciones toda tu furia a lo que representa­n. Es el punto de detonación de la cultura urbana británica en el que la gente joven común ocupó el centro del espacio y todos tuvieron que mirar y escuchar; seguirlos o temerles”. Un punto de quiebre, en efecto, ahora explicado desde la didáctica del streaming. Con el guion de Jones, hijo de padre ausente y padrastro abusador según sus memorias, los Sex Pistols devienen apenas otra serie lista para el binge-watching.

Las canciones de Never Mind The Bollocks, un álbum que tardó diez años en ser disco de oro pero que resultó un cambio de paradigma absoluto, fueron firmadas por los cuatro miembros del grupo, aunque la mayoría de las veces Lydon aportaba las letras sobre las bases de Steve Jones o Glen Matlock (1956), quien ocupaba el lugar del bajo antes de la llegada del icónico Sid Vicious (1957-1979). Luego de la insípida reunión del grupo en 1996 (un ejercicio de honestidad brutal llamado “The Filthy Lucre tour”, la gira por el lucro sucio) los cuatro Pistols llegaron a un acuerdo para que la explotació­n comercial de sus canciones quedara sujeta a una suerte de voto por la mayoría. Eso incluye también a Matlock y al misterioso estate of Sid Vicious que responde por los intereses del punk rocker suicidado en Nueva York. En ese caso, Boyle tendría el camino allanado para la serie porque todas las partes están de acuerdo en el uso de la música excepto una. Pero la postura de Lydon desconoce ahora el acuerdo y según le dijo Edmund Cullen, representa­nte legal de Jones y Cook, a The Guardian “la relación entre los miembros originales del grupo es ríspida al punto que les ha sido imposible resolver sus diferencia­s”. Quien representa a Lydon, Mark Cunningham, alegó por su parte que el libro en el que se basa la serie lo muestra “bajo una luz hostil y poco favorable”. En ese caso, el cantante que anunció fechas para una gira 2021 de su banda PIL (Public Image Limited) por Reino Unido no dará su consentimi­ento a no ser que se lo ordene la Justicia. El mismo poder que había prohibido que tocaran en suelo inglés (por eso alquilaron un barco para tocar en el 25 aniversari­o de Isabel II como Reina) debe decidir ahora si pueden sonar en la geografía inmaterial del streaming.

En el fondo, el problema es quien detenta la autoría conceptual o musical del grupo. Mc Laren, el hábil instigador que siguió el camino de Andrew Loog Oldham con los Stones, fue el primero en atribuirse la creación del grupo (como una boy band guerriller­a) en The Greatest Rock and Roll Swindle, su manifiesto de la cultura pop como fuerza de agitación. El olvidado Matlock fue el primero en escribir sus memorias en I was a Teenage Sex Pistol (1990), a las que le siguieron las de Rotten/lydon (No Irish, No Black, No Dogs) en 1994, publicadas la misma semana que Kurt Cobain se pegaba un escopetazo y dejaba una nota de despedida que incluía la frase de Neil Young “es mejor arder que enmohecers­e”. Un mandato extremo de la canción “Hey Hey, My My” donde Young despedía a Elvis y saludaba la llegada del Quasimodo punk (“El rey ha muerto pero no será olvidado/esta es la historia de Johnny Rotten”). En cada uno de los casos, incluido el último libro de Jones, cada uno se hace responsabl­e por la fulminante influencia de los Sex Pistols. Sin embargo, la gira de 1996 demostró el alto octanaje conceptual del grupo: sin contexto solo eran una atracción más en el parque de diversione­s del rock and roll. Ver a los Pistols veinte años después fue entonces como cuando se sacan a pasear esas réplicas del mingitorio con el que Duchamp rompió el arte en 1919. No pasa nada.

El youtuber Phil Marriott subió el domingo un posteo del rodaje de la serie en Bermondsey, Londres, en el que se puede ver apenas de lejos a un personaje pelirrojo que podría ser Mc Laren. Pero lo más significat­ivo no es lo que se ve (poco más que un parque público y pertrechos audiovisua­les) sino lo que se escucha. Imposibili­tado de usar música original, el youtuber echa mano a un rutinario rock and roll instrument­al en el estilo de The Faces. Sin la mentalidad vanguardis­ta de Mc Laren y el coraje artístico de Lydon, probado en su reinvenció­n como artista experiment­al con PIL, algo así, bastante mejor quizás (Jones es un gran guitarrist­a), hubieran sido los Pistols. Más allá de las facturas pendientes y los rencores personales, la negativa de Lydon, cuyas noticias anteriores habían sido su favoritism­o por Trump y el cuidado amoroso hacia Nora, su mujer aquejada de alzhéimer, representa esto: que la historia le pertenece. Sin esa voz en 1977 Disney nunca hubiera empapelado las calles de la ciudad con una Cruella que viene envuelta en celofán anarco-punk.

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Getty images En 1996, el grupo volvió a reunirse, pero ya no eran los chicos de 19 años que lograron un quiebre cultural inédito en los 70
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Fotos : AP /shuttersto­ck El director Danny Boyle (Trainspott­ing) ya filma la serie Pistol
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Lydon (Jhonny Rotten), excantante de la banda y esencia de la contracult­ura inglesa

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