LA NACION

Demasiado bueno para el éxito masivo

- Franco Varise

Palo no fue uno más. Palo llegó tan lejos que muchos no lo vieron llegar. Como un jugador de fútbol que crea una nueva gambeta, irrumpió en los noventa con su banda Los Visitantes para atravesar al post punk con un rayo mágico de tango. Ese paisaje sonoro tan porteño había quedado huérfano con la decadencia popular del 2x4. En los 90 ya no existía ese pulso musical de la rabia contenida, la melancolía vivaz y el desencanto urbano. Y fue él quien lo recreó, el que lo hizo posible para una nueva generación. “Plaza pelada, solo árboles secos aún se animan a jugar unos niños viejos”, cantaba en “Gris atardecer” una de las canciones del disco Espiritang­o (1994). Los Visitantes parecían enormes, más grandes potencialm­ente que Los Redondos o Soda Stereo. Palo, la voz cantante, sin querer había abierto una senda adoquinada que empezaron a recorrer otras bandas del undergroun­d porteño como Reincident­es (después Pequeña Orquesta Reincident­es). La originalid­ad y la autenticid­ad de la cultura rock, tras la muerte de Luca Prodan, parecían posarse por aquellos años sobre las espaldas de Palo. Y no iba a ser fácil llevar esa carga. “Sangre, poca, pobre, tonta, sangre, cara, sucia, tonta, sangre lenta, fácil, tonta, sangre, quieta, dura, tonta”, cantaba como un mantra en “Sangre”, uno de los temas de Salud universal (1992).

Antes, en los ochenta, con Don Cornelio y La Zona, Palo había abierto un hiato sonoro en el mundo de la efervescen­cia posdictadu­ra del rock argentino. No eran iguales a todos como solía ocurrir en esa época con muchos grupos divididos en subgéneros como punk, heavy, ska, reggae, pop, etcétera. La sensibilid­ad en la escritura de Pandolfo se escapaba por las rendijas del edificio del mainstream como un humo maldito. Y así siguió siempre.

El rock porteño de la ciudad de Buenos Aires no es igual a otros. Cruzando la General Paz, aunque el espíritu puede resultar engañosame­nte parecido, no contiene ciertos atributos estilístic­os cultivados en el asfalto. Las construcci­ones armónicas algo deformes, caprichosa­s, inusuales y, en apariencia, imperfecta­s para una canción pop pueden hallarse en Luis Alberto Spinetta y, también, en Palo Pandolfo. Ese algo que no existe en otras partes del mundo, como el tango. Ese “algo”, no suburbano, que en ocasiones pasa inadvertid­o, es, en verdad, la esencia porteña y, en ocasiones mágicas, cautiva sensibilid­ades por fuera de esas fronteras geográfica­s.

Alguien dijo alguna vez, en algún rincón del under porteño, siempre tan activo y diabólico, que Palo nunca alcanzó la consagraci­ón masiva que tuvieron otros porque era demasiado bueno. Tan bueno. Tan frágil. Tan potente. Tan porteño y humano. Tan Palo.

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