Entre el virus y el vacío, el deporte
MADRID.– Nunca unos Juegos Olímpicos se vieron abocados a la sensación fantasmagórica que destilan los que se inauguran en Tokio con un año de retraso, sin público en los estadios ni turistas en la ciudad. Ni la pandemia ha podido del todo con la cita por excelencia del deporte. No han faltado las voces contrarias al evento –un 70% de la población japonesa en contra, según los sondeos, en un país de 126 millones de habitantes en el que solo el 21% ha recibido la vacunación completa–. Tampoco han faltado patrocinadores en retirada, caso de Toyota. Pese a las mareas en contra, el gobierno nipón y el COI han seguido adelante con un proyecto presupuestado en 13.430 millones de euros. El organismo olímpico se garantiza un cobro aproximado de 3000 millones, mientras que Japón estima pérdidas de 800 millones.
Los desvelos fueron a más cuando Tokio primero prohibió la entrada de visitantes extranjeros y más tarde vetó incluso a los espectadores locales, una decisión durísima, pero prudente en términos sanitarios.
Empiezan, pues, los Juegos. Serán unos “telejuegos”, y enfatizarán cada día la célebre alegoría de Mario Benedetti: “Un estadio vacío es el esqueleto de una multitud”. Será triste, pero dentro del esqueleto estarán ellos: los atletas. Aun en esas condiciones, podrán inspirar y emocionar a grandes masas con sus gestas y sus valores de abnegación, compañerismo y juego leal. Ojalá la habilidad de los deportistas y la luz de la llama olímpica logren compensar un poco a un mundo apesadumbrado y oscuro.