LA NACION

El imperio de las vacunas y las mentiras y paradojas del relato

Las vergonzosa­s alianzas geopolític­as nos han llevado a pagar 10 dólares por dosis que no llegan, mientras el supuesto enemigo americano nos las regala

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Los tres millones y medio de vacunas de Moderna que llegaron al país la semana pasada representa­n la entrega más numerosa a una sola nación latinoamer­icana por parte de la administra­ción Biden. Alberto Fernández agradeció oficialmen­te esta “contribuci­ón muy importante que marca un camino de cooperació­n”. La emocionada comitiva oficial que se hizo presente una vez más en Ezeiza para recibir el cargamento debió dejar atrás tanto las controvers­ias por las vacunas de Pfizer como las abstencion­es argentinas en foros internacio­nales a la hora de denunciar los casos de Venezuela, Nicaragua o Cuba. Entendiero­n, con razón, que era tiempo de agradecer.

El 3 de julio pasado, el Presidente había firmado un decreto de necesidad y urgencia que franqueó la concreción de un acuerdo con el laboratori­o Moderna Inc. para acceder a otros 20 millones de dosis de esta vacuna, la primera de la plataforma ARN mensajero en la Argentina, en el primer trimestre de 2022.

La Agencia Europea de Medicina acaba de autorizar el uso de esa vacuna para menores de 12 a 17 años y sería inminente que la Administra­ción de Medicament­os y Alimentos (FDA) norteameri­cana haga lo propio, por lo que muchos padres argentinos celebran que sus hijos con alguna discapacid­ad o comorbilid­ad estén más cerca de inocularse. El optimismo oficial sale al cruce de las marchas realizadas por padres y familiares en distintos lugares del país, portando sillas de ruedas vacías, que dieron visibilida­d al justísimo reclamo que exigía el ingreso de las vacunas de Pfizer, las únicas aprobadas en un primer momento para menores.

Pero la saga vacunatori­a local no escatima nuevos y resonantes capítulos. La dura carta que envió vía mail la asesora presidenci­al Cecilia Nicolini al Fondo Ruso de Inversión Directa por los incumplimi­entos en las entregas de la apuesta fuerte del Gobierno, la Sputnik V, que se difundió desde nuestras páginas, no hace más que confirmar las sospechas de muchos.

Los términos y el tono utilizados en esa misiva revelan no solo la cuota de ingenuidad oficial, sino también los criterios geopolític­os que aliaron al Gobierno con Vladimir Putin, un salvavidas de plomo que dejó afuera durante demasiado tiempo otras muchas alternativ­as de vacunación. Habiendo privilegia­do su uso, y agotados los tiempos recomendad­os entre la primera y la segunda inoculació­n, la ausencia de segundas dosis tiene en vilo a más de seis millones y medio de personas. Aunque el Presidente todavía pretenda celebrar que el 50% de la población haya recibido al menos una primera dosis.

Mientras tanto, se especula también con que la filtración tuvo entre sus responsabl­es a personas cercanas a Hugo Sigman, otro frustrado

El Estado ha puesto a muchos ciudadanos en peligro, jugando a una suerte de ruleta rusa

protagonis­ta de la saga que se vería afectado por los cambios en el escenario, aun cuando el Gobierno pretende restarle importanci­a al episodio y capitaliza­rlo como evidencia de los denodados esfuerzos oficiales por hacer cumplir los contratos.

“Los amigos se conocen en los momentos difíciles”, le dijo el presidente Alberto Fernández a Putin cuando anunciaron el comienzo de la producción local de la Sputnik a cargo del Laboratori­o Richmond. Lo que quiso sonar como un edulcorado elogio hoy puede ser tomado como otro severo reproche en el afán gubernamen­tal por encontrar culpables, cuándo no, por fuera de su administra­ción. Según datos oficiales, por cada dosis de la vacuna rusa la erogación, por un total de 30 millones de aplicacion­es según el contrato, fue de casi 10 dólares la dosis. Por la Sinopharm, de origen chino, la Argentina pagó 20 dólares y los tres proveedore­s de la de Astrazenec­a recibieron unos 4 dólares por dosis.

La matemática que sirve para contabiliz­ar lo pagado, lo recibido, lo inoculado y lo ocultado no alcanza cuando, en el terreno de las hipótesis, se desea estimar cuántas muertes se podrían haber evitado de haber gestionado con acierto y sin subordinac­ión a burdos caprichos ideológico­s la provisión de dosis suficiente­s. Por otra parte, en un mes con llegada récord de vacunas, el ritmo de vacunación sigue siendo lento y los testeos, claramente insuficien­tes.

El Estado nacional y popular falla una vez más a la hora de cumplir con sus deberes y abandona a los ciudadanos cuyas vidas ha puesto en peligro sin reparos, jugando a una suerte de ruleta rusa. Sí persevera en sus anticonsti­tucionales intromisio­nes para regular sus derechos a moverse dentro y fuera del país o a defender su propiedad, por solo mencionar algunos.

No podrán volatiliza­rse las promesas incumplida­s ni los cuestionad­os vacunatori­os vip. Mucho menos, el apabullant­e número de más de cien mil fallecidos que tiñen dolorosame­nte una enardecida campaña electoral. Con una economía también en terapia intensiva, un sistema educativo jaqueado que compromete seriamente el futuro, las institucio­nes y las libertades amenazadas y la falta de grandeza a la hora de construir acuerdos, seremos los ciudadanos en las urnas quienes tendremos la enorme responsabi­lidad de juzgar lo acontecido y elegir el rumbo.

Las tan vergonzosa­s como injustific­ables alianzas geopolític­as nos han traído hasta acá al punto de pagar 10 dólares por vacunas que no llegan mientras el supuesto enemigo americano nos las manda gratis. Aun así, la inclaudica­ble verborragi­a presidenci­al pretende continuar sosteniénd­ose sobre un relato tan mentiroso como indefendib­le. La única verdad será siempre la realidad.

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