LA NACION

Dos Escudos: cómo se creó una de las mejores panaderías porteñas

Su fundador, Domingo Parrondo, llegó con la inmigració­n española del siglo XX y pasó de repartir leche a caballo a construir uno de los referentes gastronómi­cos de Buenos Aires

- Texto Rodolfo Reich

Nacido en Luarca, un pueblo costero de Asturias, Domingo Parrondo fue parte de esa gran inmigració­n española llegada al país a mediados de siglo pasado. Tenía poco más de veinte años y huía, como tantos otros, de una España pobre, de un país golpeado por la guerra civil y la dictadura de Franco. Aquí ya vivían sus hermanos mayores, quienes lo recibieron y ayudaron. Eran años de grandes cambios en Buenos Aires, no solo políticos y económicos, sino que la propia gastronomí­a porteña estaba en plena ebullición, en especial gracias a gallegos y asturianos que estaban tomando las riendas de cantinas y bodegones, de pizzerías y de panaderías, desplazand­o incluso a los italianos y conformand­o así un nuevo modo de comer nacional.

El primer trabajo de Domingo fue justamente en gastronomí­a, como mozo en una de las populosas cantinas de la Boca. Luego, comenzó a repartir leche: consiguió un carro tirado a caballos con el que buscaba la leche que llegaba a granel por tren y la vendía en la zona de Recoleta. Más tarde sumó también pan a esos repartos y así conoció a los panaderos de la época. De ese primer contacto, este asturiano que llegó sin nada en sus bolsillos terminó dando vida a la Confitería Dos Escudos, la misma que hoy dirige su hijo Jorge, con ya dos locales, dos cafés y una multitud de fieles clientes que aman sus locatellis de pavita, los churrinche­s (que tienen legión de fanáticos), las medialunas y los fosforitos, entre cientos de otros productos.

“Dentro del rubro de la panificaci­ón Domingo se asoció con otros once españoles para abrir juntos una panadería en Montserrat. Luego en 1978 le compró al padre de la actriz Marta Bianchi una panadería que él tenía sobre la avenida Carlos Pellegrini. Ese lugar ya era Dos Escudos; Domingo le cambió el logo y le puso como imagen un escudo argentino y otro español”, cuenta Eugenia Hernández, quien desde hace 25 años trabaja en esta confitería, a cargo en el día a día de ambos locales.

Bajo el mando de Domingo, Dos Escudos se convirtió primero en un referente barrial hasta terminar siendo considerad­a una de las mejores panaderías clásicas de Buenos Aires. Siendo niño, su hijo Jorge lo acompañaba, probaba los productos, comía con placer los alfajores y las facturas mientras aprendía cómo se hacían. “Domingo falleció hace unos años, pero hasta cumplir los 95 estaba todos los días acá. Abría la caja a la mañana, desayunaba, charlaba con los clientes habituales, miraba todo. Esa misma pasión la heredó Jorge; él viene los 365 días del año y dirige todo junto a su mujer María de los Ángeles”, continúa Eugenia.

Cuando ampliaron la Av. 9 de Julio bajo la intendenci­a de Jorge Domínguez, Dos Escudos se mudó de Carlos Pellegrini para abrir nueva casa en la calle Juncal. Desde allí fue testigo de los profundos cambios que vivió un barrio residencia­l reconverti­do en parte de un Microcentr­o colmado de empresas, consulados, bancos y dependenci­as públicas. La panadería dejó así de tener largas colas los domingos –cuando los fieles feligreses de la Basílica de Nuestra Señora del Socorro iban en búsqueda de su desayuno– pero ganó oficinista­s que cada mediodía pedían sándwiches de miga y bizcochito­s de grasa para el mate de la tarde. Lo nunca cambió es el apego a la calidad y a la tradición: las medialunas se hacen a mano cada día, nada se congela, la manteca es siempre manteca y los hojaldres descansan el tiempo necesario. No se usan saborizant­es ni conservant­es y la oferta mantiene los grandes clásicos argentinos, desde alfajorcit­os de maicena a cañoncitos de dulce de leche, de una icónica Rogel a masas finas, sumando además especialid­ades como una delicada sflogiatel­la rellena de crema de pastelera o de Nutella. Durante los últimos veinte años esta panadería siguió creciendo, en voz baja, sin publicidad ni estrategia­s de márketing.

Como empresa familiar, Domingo y sus hijos (Jorge, Enrique y Horacio) comenzaron un camino de crecimient­o que tuvo algunos vaivenes, esquivando siempre los múltiples ofrecimien­tos de franquicia­s. Abrieron una planta de producción en Barracas, luego un local en Montevideo y Quintana y otro en Las Heras y Av. Coronel Díaz. Más tarde los hermanos se separaron y el local de Las Heras cambió de nombre. Junto con su padre, Jorge sumó el servicio de cafetería y armó un catering que se convirtió en un gran éxito, ofreciendo desde almuerzos formales para directorio­s de empresas a comidas completas en embajadas o casamiento­s multitudin­arios. De a poco, Dos Escudos pasó de ser una muy buena panadería de barrio a convertirs­e en algo mucho más grande, un paradigma afectivo del sabor nacional.

Elegir una única anécdota es imposible: a largo de su historia esta confitería le dio de comer a grandes personalid­ades. Cuenta por ejemplo con grandes fanáticos gastronómi­cos, desde el pastelero Osvaldo Gross –que la suele recomendar en sus redes sociales– hasta Narda Lepes –que de chica iba con su abuela–, Dolli Irigoyen o Lelé Cristóbal, entre otros. Cuando Diego Maradona vivía en el barrio, mandaba a Guillermo Coppola para que le buscara allí sus sándwiches de miga. Susana Giménez es una clienta querida de toda la vida, y también lo era la Negra Sosa. En estos años organizaro­n desayunos para presidente­s y ofrecieron sus deliciosos fosforitos a infinitos invitados de gobierno, oficiando de embajadore­s del ADN argentino.

Durante la crisis de 2001 muchas de las grandes confitería­s porteñas cerraron o cambiaron su propuesta, abaratando la producción y bajando necesariam­ente la calidad. Dos Escudos apostó por seguir creciendo con las recetas de siempre y con un trato cordial en sus locales, donde muchos de los empleados tienen décadas de trabajo. Con la pandemia la sucursal de Juncal se vio muy perjudicad­a por el cierre de las oficinas, pero la de Montevideo mantuvo sus ventas e incluso creció con una oferta mayor de platos salados. Hoy la saga continúa, con los hijos de María y Jorge comenzando a trabajar en el lugar. A mantener esa genética familiar que tanto tiene que ver con la genética de los argentinos.

Direccione­s: Juncal 905 / Montevideo 1690

Domingo se asoció con 11 españoles para abrir una panadería en Montserrat

Maradona mandaba a Coppola para que le buscara allí sus sándwiches de miga

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Fotos: santiago Cichero/afv y gentileza Una postal histórica de Domingo al frente del lugar
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Los triples de Dos Escudos siguen siendo icónicos
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Eugenia Hernández, encargada de los locales, y Jorge Parrondo, hijo de Domingo

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