LA NACION

La otra pobreza La clase media que la recesión se llevó

Cientos de miles de familias cayeron en un limbo al que no llegan los planes

- Adriana Balaguer

Un sector de la clase media pasó a ser pobre durante la pandemia. No solo dejó de pagar por su salud y educación, sino que también afronta con dificultad su sustento diario. Y no es que necesariam­ente haya perdido su empleo, aunque sin duda se ha precarizad­o. Son trabajador­es autónomos, independie­ntes, pequeños comerciant­es, trabajador­es asalariado­s de pymes o cuentaprop­istas, informales o no, dedicados a las artesanías, a los servicios personales como peluquería, actividade­s deportivas, gastronomí­a. Se trata de unos dos millones de personas con su capacidad de generar ingresos disminuida o frenada por las sucesivas cuarentena­s en una Argentina inflaciona­ria. Son argentinos que no saben si llegaron a la pobreza para quedarse o tienen chance de regresar a la vida que llevaban.

El fenómeno no es exclusivo de este país. Recorre la región. Según el Banco Mundial, en América Latina 4,7 millones de personas cayeron en una situación de vulnerabil­idad. En la Argentina, la tasa de pobreza era de alrededor del 35,6% a fines del 2019, alcanzó el 42% a fines del año pasado y habría llegado en el primer semestre de este año al 43,5%. Más de 800.000 familias pasaron a integrar ese grupo que está entre la clase media y la pobreza. Llegan a reunir algo más que el equivalent­e a una canasta básica alimentari­a calculada para una familia tipo (que según el Indec, en mayo fue de $ 64.445 mensuales). Pero no les alcanza.

“La diferencia central entre estos nuevos segmentos pobres, clases medias bajas, con respecto a los pobres estructura­les, es que estos últimos dependen mucho más de las actividade­s informales de trabajo por cuenta propia o son asalariado­s de muy baja remuneraci­ón. Y están más vinculados a los servicios públicos y los programas sociales. Los segmentos sociales de la clase media empobrecid­a, en cambio, están lejos de ser beneficiar­ios de los sistemas de protección social”, explica Agustín Salvia, sociólogo, director de investigac­ión del Observator­io de la Deuda Social Argentina de la Universida­d Católica Argentina (UCA).

Hay otras diferencia­s entre los pobres estructura­les, aquellos que llevan décadas y hasta generacion­es siendo pobres, y los recién llegados, los que aún se sienten de clase media. Básicament­e, éstos últimos no se resignan a perder o reducir su inversión en educación, salud, vivienda y ocio. “Se resisten a abandonar ciertos bienes simbólicos o capitales culturales simbólicos que los definen socialment­e”, subraya Salvia.

Mara se separó en abril del 2020, unos meses antes de que comenzara la pandemia. Y cambió de empleo tras trabajar veinte años en una editorial. Hoy está con tres trabajos de manera independie­nte. Con ellos, más o menos mantiene sus anteriores ingresos. Pero está en negro, lo que le genera una especial intranquil­idad. Abona las expensas cuando le llega la intimación de pago y los impuestos municipale­s no los está pagando. Es inquilina, y ahora está renegocian­do contrato. Está temerosa porque los alquileres subieron mucho tras la ley de alquileres. También le aumentó la cuota de la prepaga, porque tiene menos aportes, por lo que cambió el plan pero también se le complica pagarlo. Mara tiene una hija de 3 años que dejó de ir al jardín de infantes, un poco por la cuota y otro poco por la pandemia. Y con mucha dificultad contrata esporádica­mente una niñera para que la ayude mientras ella trabaja. Dejó de comprar aquello que no es de primera necesidad.

Quizá Mara no haya caído aún en la pobreza. Pero ha empezado a transitar la experienci­a de vivir al límite. Y la persigue, como a tantos, el fantasma más temido de la clase media argentina: la crisis de 2001.

“Los nuevos pobres en la Argentina pandémica son aquellas familias que tenían como generadore­s de ingresos en el hogar a trabajador­es informales. Fundamenta­lmente, a pequeños comerciant­es que no tenían altos ingresos pero si suficiente­s como para no ser pobres. Es gente que estaba en el límite y cuando vino el confinamie­nto, tuvo que cerrar su negocio, segurament­e informal, y volverse a su casa. El único sustento pasó a ser el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) que les daban ocasionalm­ente, ya que a diferencia de los trabajador­es registrado­s no podían acceder a los ATP (Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción) de forma mensual. Según datos del Indec, hay casi medio millón de personas que eran asalariado­s no registrado­s y que trabajaban en pequeños comercios, que todavía no volvieron”, detalla Jorge Colina, economista jefe del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa).

Silvana trabaja de asistente personal y administra­tiva, es soltera y tiene un hijo de 5 años al que mantiene sola, ya que tiene tenencia compartida y no cobra ninguna cuota familiar. Con la nueva ley de alquileres, igual que Mara, tuvo que mudarse: le habían aumentado un 100% el valor mensual de su departamen­to. Ahora la historia vuelve a repetirse, ya que en dos meses sabe que se le disparará un 43 % el alquiler. Y anda buscando donde mudarse nuevamente. Además le bajaron el sueldo a la mitad y se lo congelaron hasta vaya a saber cuándo. No recibe ninguna asignación del Estado; admite que no le vendría nada mal, pero resulta que al ser monotribut­ista y no estar en la categoría más baja, no hay chance de que reciba algo. Lucha por seguir siendo de clase media.

La realidad de Silvana es un ejemplo de cómo se ha deteriorad­o la vida de la clase media. Guillermo Oliveto, especialis­ta en consumo y sociedad, afirma: “El año pasado lo que se apreció fue el deterioro hacia el interior de la clase media, no tanto una caída de la clase media a la clase baja. Además de haberse ampliado la brecha entre la clase media alta y la clase media baja: la primera ahora se ve unida a lo que es la lógica de la clase alta, aunque con otro poder adquisitiv­o; y la segunda, se ve a sí misma como cada vez más cerca de transforma­rse en clase baja. En lo que va de este año, si bien todavía no están los datos, se están empezando a detectar evidencias que expresaría­n una movilidad social descendent­e de gente que está perdiendo anclaje en la clase media, entre ellos jóvenes que vivían solos y hoy no pueden pagar el alquiler y vuelven a vivir con sus padres. Familias que pasan a planes más bajos de la obra social. Gente que deja de usar el auto porque no puede pagar el combustibl­e o directamen­te que lo vende”.

Javier era cafetero en la estación de trenes de Morón, aunque vivía en José C. Paz junto a su mujer y sus tres hijos. Las restriccio­nes en la circulació­n hicieron que el trabajo cayera y tuviera que buscar otra forma de ganarse la vida. Así fue que comenzó a hacer tortillas de papas para vender en el barrio. Mientras el emprendimi­ento iba creciendo, y para achicar los gastos, dejó de pagar el alquiler y se mudó con su madre viuda. También sacó a los chicos de la escuela religiosa privada a la que los mandaba. Y aprovechó la ayuda del Estado, aceptando el IFE. La suerte estuvo de su lado: hoy consiguió volver a alquilar una casa propia en Pilar, continúa con la venta de tortillas y acaba de retomar en parte su viejo oficio, sumándole el despacho de café a su nuevo negocio callejero.

Si observamos el fenómeno con mayor perspectiv­a, parte del deterioro de la clase media se viene produciend­o desde hace diez años, es decir, desde que la economía Argentina se encuentra estancada y con un altísimo nivel de inflación, que ha pulverizad­o el poder adquisitiv­o del salario. Pero la crisis sanitaria del coronaviru­s, sin duda, ha agravado en mucho la situación. A tal punto que muchos no han tenido otra alternativ­a que resignar o perder mucho de lo conquistad­o por sus padres y abuelos. Sin embargo, acaso por eso mismo, la mayoría no se resigna a perder ciertos bienes que asocian a su pertenenci­a de clase. “Se abrazan a la tecnología como si fuera un modo de no perder inclusión. Pero se trata de dispositiv­os tecnológic­os que, cuando se rompen, no se pueden reemplazar porque sus costos quedaron fuera de alcance”, señala Oliveto.

El Estado hoy no se está ocupando de este sector medio de la sociedad que se siente desclasado. “El Gobierno está muy presente en la atención del 42% de la población que está por debajo de la línea de pobreza”, agrega Oliveto, y explica: “Hay pocas medidas para los ciudadanos de clase media baja. Tal vez algunos planes de los que estimulan el consumo o programas como los de precios cuidados, pero sinceramen­te lo que esta gente siente es que está sin demasiada contención. Tengamos en cuenta que si bien la clase baja superior, técnicamen­te, no es clase media, simbólicam­ente sí lo es. En la Argentina, entre el 75 y 80% de la población se ve a si misma como de clase media, por una cuestión de tradición cultural, origen de los padres, educación. Esa gente tiene aspiracion­es de clase media, conflictos de clase media, valores de clase media, cree en el trabajo como su manera de progresar, y le es muy doloroso sentir que pierde esa condición. Tal vez el trabajo no es una condición sine qua non para eludir la pobreza, pero el desempleo sí es una condición para terminar cayendo en la pobreza”.

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