LA NACION

Nadie está a salvo: el clima extremo afecta a los países más ricos

Las inundacion­es en Alemania y los incendios en EE.UU., otra señal de alarma

- Somini Sengupta Con la colaboraci­ón de Christophe­r Flavelle

El fin de semana pasado, algunos de los países más ricos de Europa quedaron sumidos en el caos cuando ríos embravecid­os se desbordaro­n en Alemania y Bélgica, lo que sumergió pueblos, lanzó autos estacionad­os contra árboles y dejó a los europeos conmociona­dos por la intensidad de la destrucció­n.

Solo unos días antes, en el noroeste de Estados Unidos, una región famosa por su clima fresco y nublado, cientos de personas murieron por el calor. En Canadá, un incendio forestal borró a una aldea del mapa. Moscú se tambaleó por las temperatur­as históricas registrada­s. Y este fin de semana, en el norte, las Montañas Rocosas se preparaban para otra ola de calor mientras los incendios forestales se extendían a lo largo de doce estados en el oeste estadounid­ense.

Los desastres climáticos desmedidos en Europa y América del Norte han sensibiliz­ado sobre dos hechos esenciales de la ciencia y la historia: el mundo en su conjunto no está preparado para frenar el cambio climático ni para vivir con él. Los sucesos de la semana han devastado a algunas de las naciones más ricas del mundo, cuya prosperida­d ha sido posible gracias a más de un siglo de quema de carbón, petróleo y gas, actividade­s que llevaron gases de efecto invernader­o a la atmósfera y que están calentando el mundo.

“Digo esto como alemana: ‘La idea de que posiblemen­te puedas morir por el clima es totalmente ajena’”, expresó Friederike Otto, una física de la Universida­d de Oxford que estudia los vínculos entre el clima extremo y el cambio climático. “Ni siquiera nos damos cuenta de que la adaptación es algo que tenemos que hacer ahora mismo. Tenemos que salvar la vida de las personas”.

Las inundacion­es en Europa

han causado la muerte de 165 personas hasta el momento, la mayoría de ellas en Alemania, la economía más poderosa de esa región. En Alemania, Bélgica y los Países Bajos, se reportó la desaparici­ón de cientos de personas, lo que sugiere que la cifra de fallecidos podría aumentar. Ahora, se están planteando interrogan­tes sobre si las autoridade­s le advirtiero­n a la sociedad sobre los riesgos de manera adecuada.

La pregunta más importante es si los crecientes desastres en el mundo desarrolla­do influirán sobre lo que harán los países y las empresas más influyente­s del mundo para reducir sus propias emisiones de los gases que calientan al planeta. Esas preguntas llegan unos meses antes de noviembre, cuando las Naciones Unidas liderarán las negociacio­nes climáticas que se llevarán a cabo en Glasgow, Escocia, lo que será un momento de ajuste de cuentas para determinar si las naciones del mundo podrán acordar formas de controlar las emisiones y evitar los peores efectos del cambio climático.

Después de todo, los desastres magnificad­os por el calentamie­nto global han dejado un largo rastro de muertes y pérdidas en gran parte del mundo en desarrollo, han arrasado con cultivos en Bangladesh, eliminado aldeas en Honduras y amenazado la existencia misma de pequeñas naciones insulares. El tifón Haiyan devastó Filipinas en el periodo previo a las conversaci­ones sobre el clima en 2013, lo que llevó a los representa­ntes de los países en desarrollo a presionar para obtener fondos con el fin de enfrentar las pérdidas y los daños ocasionado­s por desastres climáticos de los que no eran responsabl­es. Esto fue rechazado por países más ricos, incluidos Estados Unidos y Europa.

“Los fenómenos meteorológ­icos extremos en los países en desarrollo a menudo causan una gran cantidad de muertes y destrucció­n, pero son vistos como nuestra responsabi­lidad, no como algo agravado por más de cien años de gases de efecto invernader­o expulsados por los países industrial­izados”, dijo Ulka Kelkar, directora ambiental de la oficina en India del Instituto de Recursos Mundiales. Estos desastres cada vez más intensos que ahora golpean a los países más ricos, dijo, muestran que los países en desarrollo que buscan la ayuda del mundo para luchar contra el cambio climático “no han estado pidiendo ayuda por nada”.

De hecho, desde que se negoció el Acuerdo de París de 2015 con el objetivo de evitar los peores efectos del cambio climático, las emisiones globales han seguido aumentando. China es el mayor emisor del mundo en la actualidad. Las emisiones han ido disminuyen­do de manera constante tanto en Estados Unidos como en Europa, pero no al ritmo necesario para limitar el aumento de la temperatur­a global.

Un recordator­io de los costos compartido­s provino de Mohamed Nasheed, el expresiden­te de las Maldivas, una nación insular en grave riesgo por el aumento del nivel del mar.

“Aunque no todos se ven afectados por igual, este trágico evento es un recordator­io de que, en la emergencia climática, nadie está a salvo, ya sea que viva en una pequeña nación insular como la mía o en un Estado desarrolla­do de Europa occidental”, dijo Nasheed en un comunicado emitido en nombre de un grupo de países que se autodenomi­nan el Foro de Vulnerabil­idad Climática.

La ferocidad de estos desastres es tan notable como el momento en el que ocurren, justo antes de las conversaci­ones globales en Glasgow. Hasta ahora, el mundo tiene un pobre historial de cooperació­n y este mes surgieron nuevas tensiones diplomátic­as.

Entre las principale­s economías, la Comisión Europea presentó la semana pasada el plan de acción más ambicioso para el cambio. Propuso leyes para prohibir la venta de automóvile­s a gasolina y diésel para 2035, exigir que la mayoría de las industrias paguen por las emisiones que producen y, lo más significat­ivo, imponer un impuesto a las importacio­nes de países con políticas climáticas menos estrictas.

Pero se espera que esas propuestas se encuentren con rotundas objeciones tanto dentro de Europa como en otros países cuyas empresas podrían verse amenazadas por la propuesta de un impuesto fronterizo al carbono, lo que podría complicar aún más las perspectiv­as de cooperació­n global en Glasgow.

Los acontecimi­entos de este verano se producen después de décadas de indiferenc­ia ante la ciencia. En 2018, una exhaustiva evaluación científica advirtió que, si no se evita que la temperatur­a media global se eleve más de 1,5 grados Celsius, en comparació­n con el inicio de la era industrial, se podrían producir resultados catastrófi­cos, desde la inundación de ciudades costeras hasta la pérdida de cosechas en varias partes del mundo.

El informe ofreció a los líderes mundiales un camino práctico, aunque estrecho, para salir del caos. Se requería que el mundo en su conjunto redujera a la mitad las emisiones para 2030. Sin embargo, desde entonces, las emisiones globales han seguido aumentando, tanto que la temperatur­a promedio global ha aumentado en más de 1 grado Celsius desde 1880, lo que estrecha la ruta para mantener el aumento por debajo del umbral de 1,5 grados Celsius.

A medida que aumenta la temperatur­a media, se ha incrementa­do la frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológ­icos extremos en general. En los últimos años, los avances científico­s han señalado el grado en que el cambio climático es responsabl­e de eventos específico­s.

Por ejemplo, Otto y un equipo de investigad­ores internacio­nales concluyero­n, casi con total certeza, que la extraordin­aria ola de calor registrada a finales de junio al noroeste de Estados Unidos no habría ocurrido sin el calentamie­nto global.

Y aunque se necesitará un extenso análisis científico para relacionar el cambio climático con las catastrófi­cas inundacion­es de la semana pasada en Europa, una atmósfera más cálida retiene más humedad y ya provoca lluvias más intensas en muchas tormentas de todo el mundo. Los fenómenos meteorológ­icos extremos seguirán siendo más frecuentes y más intensos como consecuenc­ia del calentamie­nto global.

“Tenemos que adaptarnos al cambio que ya hemos introducid­o en el sistema y evitar más cambios reduciendo nuestras emisiones, reduciendo nuestra influencia en el clima”, dijo Richard Betts, científico del clima de la Met Office británica. Ese mensaje no ha calado entre los responsabl­es políticos, y quizá tampoco entre la gente, sobre todo en el mundo desarrolla­do, que ha mantenido una sensación de invulnerab­ilidad. El resultado es la falta de preparació­n, incluso en países con recursos.

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Una vista aérea de las inundacion­es en el distrito de Blessem, en Colonia, Alemania
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RHEIN-ERFT-KREIS/AP

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