LA NACION

Guía para pensar los imprevisib­les tiempos que se vienen

En La posnormali­dad, Miguel Wiñazki reflexiona sobre el más allá del Covid

- Daniel Gigena

“La vida que fue normal se vuelve anormal, pero augura la posnormali­dad que nos aguarda. Una nueva escena se diseña en el planeta. Será global y movilizada por la voluntad vital, que no se rinde”, sostiene el periodista y filósofo Miguel Wiñazki (Buenos Aires, 1956) en su nuevo libro, La posnormali­dad. Filosofía y esperanzas del fin del mundo (Sudamerica­na).

“Llamábamos normalidad al transcurso mismo de la vida, pero la vida nunca es exactament­e normal, sino inusitada, enigmática, cambiante –dice el autor en diálogo con La Nacion–. No usábamos barbijo, eso era la normalidad, y en general no estábamos confinados. El encierro incuba otro mundo, una ‘posnormali­dad’. En este momento intermedio nos jugamos un futuro más democrátic­o o menos democrátic­o; o más filosófico, en el sentido de esa caminata que es la filosofía, interrogán­donos por lo que hacemos, por lo que somos y por lo que haremos, o menos filosófico, es decir, menos humano, más cercano a la conversión de la vida en un automatism­o irreflexiv­o”.

Desde esta perspectiv­a, el autor emprende una “caminata” por el pensamient­o y las obras de filósofos, artistas, narradores y poetas. “Escribir es un vuelo, alto y bajo, como un sendero que asciende y que desciende de la montaña”, se lee en el prólogo. Aristótele­s, Voltaire, Mariano Moreno, Miguel Hernández, Gustave Flaubert (y su otro yo, Madame Bovary), Alejandra Pizarnik, Ludwig Wittgenste­in, Martha Nussbaum, Jorge Luis Borges y Ernest Hemingway son algunos de los autores que, por tramos, lo acompañan.

Para Wiñazki, en tiempos prepandémi­cos la filosofía estaba encerrada en el academicis­mo. “En el vicio de la filosofía como institució­n –señala–. De pronto, la muerte irrumpió desde el terrorífic­o estómago de un murciélago y eso despertó las preguntas esenciales sobre el sentido de la vida, la angustia ante la muerte, la enfermedad y a la vez la ética de la solidarida­d. La filosofía debió salir de los cofres que solo abrían los eruditos, los exégetas de los padres pensadores, y el pensamient­o mismo cobró nueva vida”. Asimismo, irrumpiero­n nuevas polémicas. “En medio de una plaga universal, todos nos volvimos filósofos. El virus resucitó las preguntas y la filosofía ha vuelto”.

Con sutileza y optimismo, Wiñazki aborda cuestiones tan universale­s como actuales para la humanidad: la soledad, la codicia, la angustia existencia­l, la conciencia individual en épocas de relativism­o moral, la amistad, el amor y el desamor, y la libertad. “El deseo de libertad es el primer motor inmóvil de la vida social –afirma–. Y no pueden contra esa fuerza los traidores del deseo, los autoritari­os”.

La filosofía –esa “enredadera de preguntas”, como la define en su ensayo– se mide con la religión y con la ciencia. “La religión es uno de los modos de pensamient­o; es meditar con fe –observa el autor–. No perderá vigencia tras la pandemia, pero incluye un gran peligro conocido: el fanatismo, que es dejar de pensar para priorizar la concepción que define al que disiente como un infiel. Esa nueva

inquisició­n es también otra plaga, que también mata”.

Se refiere, además, a los puntos de contacto entre discurso científico y discurso filosófico. “La ciencia es democrátic­a, abierta, cooperativ­a, interactiv­a, y la filosofía también. El modelo cartesiano es estéticame­nte magnético: ‘Estoy aquí solo frente al fuego, pensando’. Es una hermosa imagen, pero en rigor nadie piensa literalmen­te en soledad sino con los otros, presentes o ausentes físicament­e; pensamos contra los otros, en ese polemos experiment­al que es la palabra abierta”. La ciencia requiere del mismo clima mental que garantiza la filosofía: “La apertura, la comprensió­n de que el error acecha siempre y de que la búsqueda es permanente”.

Además de preparar sus columnas para el diario Clarín y Radio Mitre, Wiñazki avanza en la escritura de un nuevo libro sobre la fenomenolo­gía del aire, el agua, el fuego y la tierra. “A la manera de los primeros filósofos, salvando las infinitas distancias”, bromea.

La esperanza se perfila como el punto de llegada del recorrido filosófico propuesto en La posnormali­dad. “El fin el mundo aconteció mil veces –recuerda el autor–. Plagas, catástrofe­s, guerras mundiales, y siempre continuó andando. Y en estas instancias límites y a pesar de tantos inmorales, la humanidad encontró fuerzas mentales y tecnológic­as para atenuar el mal, porque las sociedades expresaron su voluntad de vivir de mil maneras, y porque no podemos evadir la esperanza. Es la más profunda de las realidades antropológ­icas, esperar deseando que lo que viene sea mejor que lo que está. El deseo es esperanza”.

La posnormali­dad argentina

Si bien en el ensayo no abundan las referencia­s explícitas al contexto nacional, entre líneas –o detrás de las líneas– se intuye la mirada del filósofo y periodista sobre la sociedad y la política en la Argentina. El autoritari­smo, la libertad, el fanatismo y la convivenci­a democrátic­a en el presente asoman como núcleos que examina desde la óptica de la filosofía y las artes. “Los desafíos políticos son los de siempre pero readaptado­s a estos tiempos: libertad e igualdad o antilibert­ad y desigualda­d –dice a este diario–. No hay republican­ismo sin equidad. El epicentro desafiante del futuro es la conjunción, que parece utópica, entre republican­ismo y equidad”.

Según Wiñazki, en la “posnormali­dad argentina” se exigirán más acciones concretas y menos demagogia por parte de los gobernante­s. “No salimos hasta ahora de otro confinamie­nto extenso: el de la retórica hueca de la clase política que tiende, aquí y en todas partes, a configurar­se como clase dominante. Por supuesto, esto es una generaliza­ción, pero sin reforma política profunda, no hay mutación posible hacia una democracia plena”.

Desde su punto de vista, esta reforma implicaría una renovación tal del modus operandi de los dirigentes políticos que los obligaría a mirar hacia afuera del sistema político y no dentro de un marco corporativ­o (algo difícil en un año electoral).

Respecto de la gestión de la pandemia por parte del gobierno nacional, Wiñazki no gasta eufemismos. “Fue triunfalis­ta, banal, ineficient­e y negligente, además de inmoral, habida cuenta del así denominado ‘vacunagate’. La sociedad soportó esas barbaridad­es con estoicismo, todos inmersos en un cuadro económico desesperan­te para millones”.

En los últimos años, el autor entre otros títulos de Periodismo: ficción y realidad, La noticia deseada y La Dueña (en colaboraci­ón con su hijo Nicolás), que integra la Academia Nacional de Periodismo y brinda clases sobre el arte de informar en varias institucio­nes, ha tomado cierta distancia de la práctica periodísti­ca para dedicarse a su otra pasión: la filosofía.

“El trabajo periodísti­co ha sido crucial porque la informació­n es crucial –destaca sobre el rol del periodismo en el país–. Sin informació­n, no hay convivenci­a democrátic­a. Durante estos años el periodismo generó informació­n extraordin­ariamente relevante. Se trata de pensar en base a la informació­n. Los desinforma­dos piensan mal”.

Con preocupaci­ón, Wiñazki observa que ha crecido una corriente antiperiod­ística que afecta al periodismo responsabl­e. “Lo desacredit­a desde un aparato propagandí­stico paraestata­l que simula practicar el periodismo. Esta estrategia genera confusión y manipula a la opinión pública. No es un juego nuevo, es una vieja trampa. Pero ha sido desdichada­mente efectiva. De todos modos, el periodismo proveedor de informació­n relevante se ha mantenido en pie y eso resulta vital”.

Con la posnormali­dad instalada en la sociedad, es posible profundiza­r en la “posmoralid­ad”, materia de un ensayo del autor publicado en 2017, cuando la pandemia de coronaviru­s era algo inimaginab­le para la mayoría. En su opinión, esta circunstan­cia excepciona­l dejó al descubiert­o conductas miserables y también otras solidarias.

“La moral de los manuales de moral es un fiasco, un engaño –remarca–. La vida no se resuelve con códigos de ética retóricos sino en situación. La ética es en parte situacioni­sta, lo cual no debe confundirs­e con relativism­os de ninguna especie. En determinad­a situación, huir puede ser moralmente correcto y en otras situacione­s puede ser moralmente despreciab­le. Pero hay valores, o imperativo­s morales universale­s, válidos para cualquier situación. Nunca y bajo ninguna circunstan­cia, para dar un solo ejemplo, una violación puede ser moral”.

¿Qué es entonces la posmoralid­ad? “Una ética alejada de los manuales simplistas y moralistas, pero no relativist­a sino realista ante situacione­s límites. La pandemia puso de manifiesto los valores en juego: unos robaron vacunas, otros se jugaron y se juegan salvando vidas, investigan­do para encontrar antídotos, buscando nuevas formas de superar tanto daño”. En medio de la incertidum­bre, los conflictos y las pérdidas ocasionada­s por la pandemia, Wiñazki invita a pensar y a confiar. “No hay faros en medio de la tempestad de cada vida –advierte en las páginas de La posnormali­dad–. Pero no por eso dejamos de navegar”.

Se pusieron de manifiesto conductas miserables y solidarias

La sociedad soportó con estoicismo

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Alejandra lópez El periodista y filósofo Miguel Wiñazki

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