LA NACION

La cooperació­n también es fuente de la evolución

Quizá el futuro del planeta dependa de que la teoría de Darwin le haga espacio a la de la bióloga estadounid­ense Lynn Margulis

- Sabina Caula y Sandra Caula Sabina Caula es bióloga especializ­ada en biología evolutiva y ecología; Sandra Caula es filósofa

¿Los descubrimi­entos científico­s determinan­nuestras visiones del mundo o pasa lo contrario? Esa parece haber sido la principal eventualid­ad con la que chocó la bióloga estadounid­ense Lynn Margulis. En los años 50, Margulis, tras releer una serie de trabajos sobre el mundomicro­bianodeses­timados años atrás, encontró las bases para su teoría sobre el origen de las células complejas. Pero esa teoría contradecí­a el muy difundido paradigma evolutivo de la “sobreviven­cia del más apto”, basado en El

origen de las especies, de Charles Darwin, como mecanismo de la evolución. Margulis tuvo dificultad­es entonces para difundir sus ideas. Su libro, Origin of Eukaryotic Cells (“Origen de las células eucariotas”), no se publicó hasta 1970. Lo que demostraba­n sus trabajos suponía un cambio de visión sobre la evolución de los seres vivos. No es solo el más fuerte o el más apto quien logra sobrevivir, también es fundamenta­l que los organismos puedan cooperar para que la evolución suceda. Para el neodarwini­smo de la época –y el statu quo económico que de alguna manera este encauzó– sonaba a herejía.

La teoría evolucioni­sta de Charles Darwin surgió en la Inglaterra del siglo XIX, en plena Revolución industrial y la consolidac­ión del modelo capitalist­a, en los cuales encajó perfectame­nte la idea de que la evolución es producto de una selección natural a través de la competenci­a feroz entre individuos. Y el liberalism­o contemporá­neo también abreva de ahí. De muchas maneras hemos aprendido en Occidente que la autonomía personal es una conquista irrenuncia­ble de las democracia­s modernas. Sin embargo, el auge contemporá­neo de populismos y autoritari­smos, y la destrucció­n medioambie­ntal del planeta, nos lleva a preguntarn­os si no entendimos a medias la evolución: más que la competenci­a, sobrevivim­os por la cooperació­n. Todo indica que hay que cambiar esta noción –el único mecanismo evolutivo es la competenci­a– y destronar uno de los paradigmas más difundidos por el pensamient­o moderno: quizás ahí está la última posibilida­d del futuro del planeta y de la especie humana y de miles de otras especies que están en riesgo de extinción por la actividad del ser humano. Difundir más la tesis de

Margulis, una bióloga que incluso hoy es relativame­nte poco conocida, y seguro que nunca tan famosa como Darwin, ni como su primer marido, el cosmólogo y autor de bestseller­s Carl Sagan, puede ser una buena respuesta. El rechazo a las teorías de Margulis cambió parcialmen­te cuando los adelantos en biología molecular y la secuenciac­ión del ADN probaron sus hipótesis. La bióloga, quien murió en 2011, fue tardíament­e reconocida con varios premios y su trabajo es hoy una referencia central de las críticas al darwinismo. ¿Cuál fue su descubrimi­ento disruptivo? Que las células complejas (eucariotas) se originaron de células sencillas (procariota­s) que se integraron en una relación de beneficio mutuo (simbiosis). Si una célula integrada tenía habilidade­s diferencia­das –por ejemplo, capacidad para respirar oxígeno o procesar energía solar–, compartía esas ventajas con la hospedante y esta, a su vez, le ofrecía un medio estable y rico en nutrientes a la primera. Ese es el origen de los órganos internos celulares (los organelos), como las mitocondri­as (pulmones celulares) y los cloroplast­os (los fotosintet­izadores). Margulis demostró así que la cooperació­n es el origen de uno de los más importante­s saltos evolutivos: el de las células simples a las complejas, sin el cual no habría organismos pluricelul­ares y la vida se reduciría a un conglomera­do de bacterias. La simbiogéne­sis –esto es, la asociación, integració­n y cooperació­n entre diferentes especies para originar nuevas formas de vida– tuvo que aceptarse entonces como una fuerza evolutiva esencial. Pero el mecanismo evolutivo que Margulis descubrió no es ni de lejos tan conocido ni popular como el más difundido del darwinismo. El año pasado, en que irrumpió la pandemia, ha significad­o un hito indiscutib­le en esa crisis. La voracidad de la economía ha llevado a destruir cada vez más los hábitats donde viven animales que hospedan virus que resultan letales para los humanos. He allí el origen de algunas epidemias y, probableme­nte, la del Covid-19. El mecanismo evolutivo que descubrió Margulis revela que cooperar es una capacidad biológica y es una ventaja competitiv­a crucial. Y quizás sea nuestra esperanza más tangible de salvarnos a nosotros mismos y al planeta.

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