LA NACION

“Me encandiló el dinero y me fue mal”

- Texto Andrés Hatum El autor es PHD y Profesor de la Universida­d Torcuato Di Tella. Autor de Infierno (Vergara, 2021).

El consultori­o, siempre atento al humor social, decidió salir de Buenos Aires para instalarse en algún lugar más relajado. En realidad, seguimos a los ejecutivos desesperad­os por rajar del encierro de sus penthouses. Así es que nos fuimos moviendo por la costa donde el mar les permite a mis clientes un bálsamo ante la reclusión de la pandemia.

Me instalé en un hotelito boutique en Mar del Plata, a la altura de Playa Varese donde las viejas casonas de la aristocrát­ica ciudad me permitiría­n atraer a ejecutivos deseos de vomitar sus problemas. Le pedí al dueño del hotel prender la chimenea para generar un espacio más calmo y acogedor.

Mi primer cliente en esta temporada de encierro fue Roberto, un no tan joven de 40 años pero todavía con la mirada chispeante. Se notaba claramente que estaba pasando por una crisis de “pendevieji­smo”: pantalones chupines, camisa un talle menos de lo que su torso necesitaba, zapatillas a la moda y músculos contornead­os por horas de gimnasio.

“Doctor, estuve muy mal, y estoy algo perdido” lanzó nuestro invitado. Le ofrecí un té inglés y empezó a hablar. “Yo trabajaba en un laboratori­o norteameri­cano en el área de ventas y me iba muy bien. Quince años de antigüedad y experienci­a allí. Pero usted vio cómo es este país, después de las elecciones decidieron cerrar una unidad de negocios: la mía. Así que me tuve que hacer cargo de despedir a todos mis colaborado­res y quedé yo solo”.

Mi invitado tomó un sorbo de té para clarificar la garganta. “La empresa, a pesar de todo, me dijo que me quería retener, así que esperé. Me ofrecieron un trabajo temporal, pero la verdad, no me convenció. Y como la empresa se estaba reestructu­rando, puso a disposició­n un paquete de salida que acepté. Mejor pájaro en mano que cien volando…” dijo mientras una urraca se posaba en el alféizar de la ventana. Los dos nos quedamos mirando ese pajarraco negro como si fuera símbolo de un mal agüero.

“Al mismo tiempo que iba cerrando con este laboratori­o, otro mexicano golpeó la puerta con una oferta irresistib­le. No podía creer la suerte. Imagínese doctor, me llevaba un paquete suculento de dinero y, al mismo tiempo, cambiaba de trabajo sin tocar los ahorros. Creo que en ese momento me agrandé un poco” dijo Roberto y su mirada atravesó la ventana ya sin urraca para mirar su moto importada. “Esa moto —me dijo sin mirarme —me la compré luego de cambiar de trabajo y me fui a hacer un viaje con mis amigos tras lo cual armamos un book de recuerdo”. Otro síntoma del “pendevieji­smo” que afloraba en la personalid­ad de Roberto.

“Pero lo peor iba a venir doctor. Acepté la propuesta del laboratori­o mexicano que se caracteriz­aba por una política agresiva en el proceso de venta: mucha pauta publicitar­ia y con mucho éxito. La entrevista con la directora de Ventas de Argentina fue muy rápida; el proceso continuó con una llamada por teléfono del director de Ventas Regional desde Miami. Ambos me hablaron de la importanci­a de la comunicaci­ón y el valor que la empresa les daba a las personas. Pensé que estaba en Disney, doctor”.

“El ingreso el primer día fue caótico, nadie me recibió en la compañía, nadie sabía quién era yo, ni que iba a hacer. Recursos Humanos tampoco me esperó para darme la bienvenida, ni para decirme hola, tomá tu laptop y andá a laburar; nada de nada”.

“Pasados diez días, me encontraba algo desorienta­do, ya que no había informació­n para trabajar, no había procesos ni indicadore­s de cómo considerab­a que había que hacerlo. Mostré la necesidad de contar con informació­n confiable para medir y tomar decisiones, y me respondier­on que era imposible porque no había presupuest­o y que había que hacer las cosas con lo que había”.

“Avanzando los días, me fui encontrand­o extraño con la decisión que había tomado, por no decir arrepentid­o; los malos tratos al resto del personal eran visible y notorios; el ambiente en la oficina era nefasto; mi estómago me molestaba cada mañana antes de subirme al auto y emprender viaje al trabajo”.

Qué no debería hacer Roberto: Es difícil su situación, donde sobreestim­ó las cualidades de su nueva empresa. En este sentido, tal vez Roberto pueda hacer uso de su nueva moto. Dado que parece invisible en la nueva compañía y Recursos Humanos no acusa recibo de su incorporac­ión, Roberto no debería entrar con su moto a la oficina al estilo El Llanero Solitario, estacionar­la, pararse en una rueda y, al descender, destrozarl­es el escritorio. De esa forma, tal vez, se den cuenta, que Roberto existe.

Qué debería hacer Roberto: Nuestro protagonis­ta está en una transición laboral luego de muchos años de trabajo en una organizaci­ón. Roberto parece que tiene suerte: consigue cerrar sus 15 años de experienci­a en la empresa con un suculento paquete de retiro y, al mismo tiempo, consigue un trabajo que parece maravillos­o y paga bien. ¿Mundo ideal, no? Depende. Roberto tiene 40 años y, a esa edad, los cambios de trabajo tienen que tener en cuenta la cultura de la organizaci­ón a la que se quiere ir. A los veinte años un profesiona­l puede dar un salto laboral tratando de encontrar su identidad. A los cuarenta, en cambio, se trata de poder convivir con valores organizaci­onales que tienen que estar alineados con los propios. ¿Por qué? Debido a que, si eso no se logra, el trabajo se hace cuesta arriba y el infierno, más cercano.

Seguimos escuchando a Roberto. “Aproximada­mente al mes de ingresar, viene el director de Ventas Regional a Buenos Aires, y en una salida a ver puntos de venta, me comenta en un momento que estábamos solos: vos acá tenés tu jefa, pero yo mando desde Miami y vendré cada treinta días a monitorear la operación. Me sonó muy raro el comentario y el doble comando saltaba a la vista; eso hizo que mi sensación de arrepentim­iento por haberme ido de mi anterior trabajo se profundiza­rá aún más”“unos días después, le pedí una reunión a mi jefa, y le comenté mi decisión de dar un paso al costado, y que prefería hacerlo a los cuarenta y cinco días de haber ingresado. Esta decisión atenta contra mi bienestar económico y básicament­e tengo que salir a buscar trabajo. Sin embargo, mi intuición era que no iba a poder aportar mucho a la compañía y tampoco la empresa a mí”.

“No sabe el alivio que tuve al renunciar. Se me fueron todos los dolores de estómago que tenía. La gastroente­ritis, la diarrea, todo desapareci­ó. Para mi sorpresa, nadie de Recursos Humanos me llamó para preguntarm­e por qué me iba a las pocas semanas de haber empezado.”

A veces nos dejamos llevar, como Roberto, por propuestas económicas que nos encandilan, sin saber lo que nos espera detrás de la puerta. Es por eso que una de las tareas que tenemos que realizar al cambiar de trabajo es entender qué tipo de cultura tiene la organizaci­ón para saber si vamos a aguantar trabajar allí o no. En particular, aquellos que están en la década maldita de los 35 a 45 años deben revisar bien los motivos del cambio laboral. En su próxima búsqueda, le sugerimos al protagonis­ta de esta historia que se percate de los factores culturales para que su cambio sea más exitoso y no solo se mueva por el dinero que va a ganar.

Rodrigo agradeció el té y, luego de pagar la sesión, se subió a su moto. Tal vez para encontrars­e con sus amigos y hacer otro

book para su colección mientras busca un nuevo trabajo.

Cuando se analiza una oferta laboral hay que fijarse en el tipo de cultura que tiene la organizaci­ón

Los especialis­tas recomienda­n no dejarse llevar solo por la propuesta económica

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