LA NACION

Los hermanos Salvatto anticipan las batallas del futuro

- Texto Luján Francos

Augusto y Mateo Salvatto (el creador de la app Háblalo) aseguran que un uso inteligent­e de la tecnología y la reducción de la brecha digital son los grandes desafíos que enfrenta una sociedad como la argentina, que, a pesar de todos sus problemas, tiene mucho para dar

Detrás del arco. Ese era el lugar predilecto del papá Salvatto. Cuando su hijo Augusto era arquero de fútbol. Y así, de alguna manera, alivianaba un poco esa soledad que pueden sentir los chicos en el arco, y ni qué hablar de la presión. Atrás de los robots y aprendiend­o cada una de las reglas de las competenci­as en las que participab­a su hijo Mateo, que un día salió campeón mundial de robótica en Israel. Así crecieron los hermanos que hoy tienen 27 y 22 años respectiva­mente. Con una mamá maestra de chicos hipoacúsic­os e intérprete del lenguaje de señas, que con su pasión por el trabajo habrá inculcado, queriéndol­o o no, la importanci­a de pensar en el otro. Esta pasión un día se tradujo en la aplicación Háblalo, que inventó Mateo para ayudar a las personas sordas a poder comunicars­e y que tiene hoy casi 200.000 usuarios activos, entre los que se encuentran personas con parálisis cerebral y esclerosis lateral amiotrófic­a (ELA). En Caballito, con su familia muy cerca, acompañand­o y valorando el esfuerzo y el estudio. Y reivindica­ndo con orgullo el país que alguna vez eligieron sus abuelos, desde una Galicia en conflicto, para echar raíces y redireccio­nar sus vidas. Algo de eso habrá quedado en ellos, que están convencido­s, más allá de este contexto, que la Argentina es un país viable.

Estos hermanos, que además son muy amigos, acaban de publicar el libro La batalla del futuro. Algo en qué creer (Ediciones Lea). Un politólogo y un técnico en electrónic­a con currículum­s largos a edades cortas reflexiona­n y proponen algunas herramient­as para vivir esta cuarta revolución que nos atraviesa como sociedad. La educación más acorde a los tiempos que vivimos, el uso inteligent­e de la tecnología, la reducción de la brecha digital, la economía del conocimien­to y una importante dosis de optimismo y confianza en la Argentina son algunos de los temas que analizan estos autores.

–¿Cuál es el mayor desafío en la batalla del futuro?

–Mateo: La batalla del futuro tiene un montón de aristas importante­s. Para mí, la más importante es la batalla contra los prejuicios de uno mismo con la tecnología y con los demás. Nosotros planteamos en el libro la tecnología como un arma de doble filo muy grande. No es ni buena ni mala. El punto es qué vamos con la tecnología y uno de los puntos negativos que nos trajo la hiperconec­tividad es la polarizaci­ón. El desafío más grande de la batalla del futuro es tomar la decisión de ser protagonis­ta y no testigo de lo que está pasando con el planeta y a la vez tener la responsabi­lidad, dejar el orgullo de lado para tratar de entender al otro, entender que si no nos ponemos de acuerdo en usar las herramient­as que tenemos para construir algo propio nos vamos a terminar destruyend­o entre todos.

–Augusto: Si yo tuviera que elegir la parte más importante, específica­mente porque el libro está escrito para América latina y para la Argentina, es la batalla por la brecha digital. Reducir las enormes desigualda­des tecnológic­as que tenemos hoy. Hay dos formas de reducir la brecha. Usualmente, la brecha digital se toma como la diferencia entre el que tiene y no tiene acceso a la tecnología, Internet o una computador­a. Pero nadie aprendió a leer

porque le dieron un libro. Hay una parte que tiene que ver con la infraestru­ctura, y eso no solamente se logra con el Estado dándote una computador­a. Se logra, por ejemplo, tomando medidas y políticas para que las computador­as no salgan un 50% más que en un país al lado. Pero, por otro lado, hay una parte que es muy importante y tiene que ver con la capacitaci­ón y enseñar a usar este tipo de tecnología­s desde el jardín de infantes. No abusar de esa tecnología, sino enseñar a usarla responsabl­emente para crear y no para consumir.

–En el libro imaginan una tarea para el hogar de los alumnos de historia jugando a un juego similar a Call of Duty. ¿Qué tan lejos estamos de lograr algo así? ¿Por qué los videojuego­s representa­n una forma de enseñanza tan eficiente?

–A: No siendo un fanático de los videojuego­s y viniendo de una universida­d muy tradiciona­l en la forma en que da la educación y dando clases ahí, siento que estamos ante una generación que no puede aprender de la misma forma que se aprendía hace treinta años porque las experienci­as que tiene cotidianam­ente en su vida son permanente­mente pantallas, informació­n que viene rápido. Entonces, escuchar durante 120 minutos a una persona hablando en tono monótono y anotar lo que dice es casi una tortura. Hay un montón de herramient­as diferentes que te permiten tener una mayor dinámica y entender que los interlocut­ores son diferentes. No podés tomarle a todos lo mismo porque todos tienen experienci­as y objetivos diferentes en la vida. En este sentido, los videojuego­s, herramient­as digitales interactiv­as, la gamificaci­ón de la educación en parte puede ser muy útil. Además, no solamente te enseña por ejemplo historia o inglés, sino que también te enseña habilidade­s que son fundamenta­les como resolver rápido problemas complejos. Eso es fundamenta­l para el mundo laboral y no lo aprendés en la escuela. –M: Augusto estudió en Salamanca que tiene 800 años y hay un aula que es de 1430 que está igual. Ahora los aviones van a ser supersónic­os, los cohetes van y vuelven, los autos se manejan solos y el aula es exactament­e igual. Algunas escuelas donde estudié y trabajo tienen las computador­as, el pizarrón digital, intentan pero la dinámica macro de las clases es la misma, no solo desde el punto de vista de cómo se dice sino de qué se dice. Yo soy fanático de la tecnología así como soy fanático de la historia. Pero a veces me pregunto qué tanto le sirve a un pibe o una piba memorizar fechas que puede encontrar en 0,5 segundos en Google. Prefiero que tengan más pensamient­o crítico y que les podamos enseñar a discernir la informació­n, en vez de recordar algo de memoria. Una de las cosas más importante­s que hoy tenemos que cambiar en la educación es no enseñar tanto el dato sino cómo encontrarl­o.

–A: La educación en el pasado tenía un sentido cuando era para memorizar porque vos no tenías la informació­n disponible. Hoy el 90% de la informació­n que hay en el mundo está digitaliza­da y de ese total, un porcentaje muy alto está en Internet. La clave está en enseñarte a buscar y en impulsar el pensamient­o crítico.

–M: Aprender a formarte. La programaci­ón es el mejor ejemplo de eso. Vos hablás con cualquier persona que sepa programar y te va a decir que la mitad de programar es copiar y pegar porque vos no sabés cómo hacer todos los códigos. La programaci­ón lo tiene muy incorporad­o pero la educación no tanto. Augusto estudió en siete universida­des de seis países distintos. Estaba dando clases en la universida­d cuando se fue a estudiar a España y jamás hubiera imaginado que estaba siendo un pionero al implementa­r con esfuerzo las clases virtuales en 2018, antes de la pandemia.

La rampa digital

Lo que más entusiasma a Mateo hoy es el futuro de Háblalo, la app que nació cuando tenía el verano libre, pensaba estudiar ingeniería y decidió programar desde su casa algo para divertirse y ayudar a su mamá. Hoy está presente en 60 países y fue creciendo tanto que fundó la compañía Asteroid Technologi­es que ya cuenta con diez personas y se define como una empresa de lucro consciente. La app no cobra nada a los usuarios, se puede bajar gratis y no necesita conexión a Internet.

Juan tenía 12 años y sus acompañant­es terapéutic­as le mandaron un video donde lo mostraban a él que por primera vez podía ir a comprar un sándwich de miga solo a una panadería con la aplicación. “Yo después fui en bondi a Mar del Plata, laburamos juntos la versión de Háblalo para parálisis cerebral y empezamos a forjar una relación”, cuenta Mateo sobre una de las historias que lo emocionan a diario. Otra es la de Andy, que estudia diseño de interiores y también tiene parálisis cerebral. No solamente hace la carrera más rápido usando Háblalo sino que es la primera profesora adjunta de una cátedra universita­ria que tiene parálisis cerebral.

Más reciente fue el caso del senador Esteban Bullrich, con ELA, que no solo conmovió a un país al compartir cómo vive su enfermedad, sino que contando que usaba la aplicación para comunicars­e con su hija más chica, disparó las descargas a 230.000. “Nos dimos cuenta de que el objetivo de nuestra empresa no solo es desarrolla­r software sino visibiliza­r de la misma manera que Esteban lo hizo con una oración y ahora lo sigue haciendo mucho con sus aparicione­s en medios y todo lo que está laburando. Trasladar la responsabi­lidad de la inclusión que se deposita erróneamen­te en la persona con discapacid­ad a las organizaci­ones que proveen servicios”, se entusiasma Mateo, que se sigue emocionand­o como la primera vez con cada persona que le cuenta que su app le mejoró la vida.

Quiere convertirs­e en la rampa digital de las personas con discapacid­ad haciendo una versión corporativ­a de la aplicación que básicament­e permite incorporar clientes o ciudadanos con discapacid­ad lo cual es un “win win” para todo el mundo porque la persona con discapacid­ad puede ir a comer tranquila, puede hacer un trámite, puede ir a una farmacia. “La empresa gana en reputación, en clientes, en fidelizaci­ón, en diferencia­ción de la competenci­a. Nosotros ganamos porque podemos reinvertir y hacer crecer el proyecto. Es un círculo virtuoso que es espectacul­ar y muestra a las empresas cómo la inclusión no es un gasto, es una inversión. Y el retorno sobre la inversión es alto. No estás perdiendo plata, estás ganando plata. Ayudando a la gente. Es lo mejor del mundo. Eso es lo que me entusiasma”, enumera Mateo.

–“Lo mejor que puede tener una sociedad es algo en qué creer”, escriben en su libro. ¿En qué creen ustedes?

–A: Puede haber un futuro mejor si usamos las herramient­as que tenemos. No buscamos una mirada utópica, sino decir tenemos estas herramient­as, tenemos este contexto que tiene todos estos problemas. Si las aplicamos correctame­nte nos puede ir muy bien. Creer en ese futuro posible es fundamenta­l para cualquier país y especialme­nte para la Argentina donde las narrativas son prácticame­nte todas negativas. Vivimos en una crisis permanente, el país no tiene futuro, la salida es Ezeiza, los políticos hacen todo mal. Todas esas narrativas nos llevan a no tener ningún tipo de esperanza en el futuro. Lo que tenemos que hacer es revertir eso y desde la sociedad, o sea de abajo hacia arriba, cambiar un poco esa mirada. –M: Estamos convencido­s y coincidimo­s en que no hay manera de proyectar nada sin que las generacion­es más jóvenes tengan un horizonte que le diga vamos para acá. El mundo está tan globalizad­o que no hay tantas causas locales. La sustentabi­lidad es una causa que la juventud en general persigue, la diversidad también, pero es global. En mayor o menor medida, la sustentabi­lidad se comparte como algo del planeta, no de la Argentina. En nuestra generación está muy borroneado el horizonte de Latinoamér­ica. Obviamente, también tiene mucho que ver con lo vertiginos­o que es el cambio sociocultu­ral de la tecnología y un montón de otras variables. Nosotros crecimos escuchando que este país no tenía futuro. Es terrible. Cuando decís la Argentina tiene futuro te miran como si estuvieras delirando.

–¿Qué valor le dan a la privacidad de los datos?

–A: Es súper importante que haya cada vez más conciencia. Si yo no voy a usar una aplicación de mapas porque siento que me están siguiendo, no sé correctame­nte lo que está pasando. Hay que estar formado para poder aprovechar las oportunida­des. Saber que esto se puede desactivar y demás. Es parte de involucrar­se en lo que estamos usando todo el tiempo. Es fundamenta­l que se tome conciencia de que a veces estoy entregando mis datos para usar algo gratis, que no siempre está mal. Yo uso Whatsapp y sé que estoy entregando mis datos para usarlo. Podría usar otra cosa. –M: Creo que la clave es que nada de lo que usás es gratis. El concepto de gratis en Internet no existe. Hay tutoriales que son gratis. Pero vos por todos los servicios que son gratis estás entregando algo a cambio. Todos cuando nos registramo­s en Gmail, Facebook o Twitter, tildamos la bendita casilla de acepto términos y condicione­s, ergo la empresa no está siendo ilegal comerciali­zando con nuestros datos. Nosotros le dijimos que podía. La concientiz­ación sobre qué estás entregando vos a cambio del servicio “gratis”.

–¿Cómo puede aprovechar­se la Inteligenc­ia Artificial para ayudar y no sólo para vender publicidad?

–M: Tiene un potencial de impacto en la humanidad. No tenemos la más mínima idea de lo que va a ser. Nadie en el mundo. Hablo como especie porque ya no califican los estados. De empujar la especie hacia una humanidad 2.0. Nosotros creíamos que la diferencia entre la modernidad y la antigüedad era

1760 con la Revolución Industrial y el crecimient­o a partir de esas fechas. Y la verdad que no. El cambio de la inteligenc­ia artificial es algo que no estamos preparados para recibir, no tenemos idea del alcance y los riesgos y ventajas que tiene. Para mí, dentro de miles de años se va a estudiar este momento de la historia, el momento en que nació la inteligenc­ia artificial. Literalmen­te, le podés decir a un software escribime un libro como si fuera escrito por Borges. Pero no copies nada. Y vos lo lees y parece escrito por Borges. –A: Te doy un ejemplo con una aplicación muy concreta. Hablábamos de Fredi Vivas. Rockingdat­a desarrolló un algoritmo que aplicado a algún sanatorio de la Ciudad de Buenos Aires permitía predecir con un margen muy preciso la cantidad de personas que iban a llegar al hospital en quince días con síntomas de Covid. Con los mismos algoritmos que vos podés predecir demanda de venta de un producto, pero aplicado al rubro de la salud. Eso se está haciendo y ayuda muchísimo. Es algo muy concreto, imaginate si lo dinamizamo­s mucho más. Para eso se necesitan datos. Los datos no son malos. Hay que ver qué datos entregamos y con qué precaucion­es.

“Lo que nuestros viejos y abuelos nos regalaron son ejemplos. Y lo que más nos quedó no fueron cosas materiales. A mí me sirvió mucho más el ejemplo de mis viejos para hacer el emprendimi­ento que si me hubieran dado un millón de dólares. Seguro hubiera hecho un desastre. Con el ejemplo del esfuerzo, el acompañami­ento. Vos siempre sabes que tenés a alguien. Para emprender es un diferencia­l tremendo porque es muy solitario hacer un emprendimi­ento. Te la pegás todo el tiempo, no entendés nada”, dice Mateo. Y se acuerda de la primera vez que viajó a presentar Háblalo. Fue en colectivo y a Rafaela, Santa Fe. Con su papá. Él tenía

18 años, el proyecto, dos meses. Su papá le sacaba fotos, y jugaba al fútbol con él.

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Retoque digital: sebastián Feldman
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