LA NACION

Crisis. La región, terreno de bandas criminales

Un explosivo combo alimenta su consolidac­ión

- Texto Inés Beato Vassolo y Lucía Sol Miguel Daniel Gallo

Una peligrosa mezcla de inestabili­dad de las institucio­nes, corrupción, pobreza y porosidad de las fronteras lleva a América Latina a ser un territorio a merced de las bandas del crimen organizado y las redes de violencia transnacio­nales, que afectan a muchos países y que se intensific­aron con la pandemia, según advierten los expertos.

El asesinato del presidente haitiano, Jovenel Moïse, el 7 de julio pasado en su residencia de Puerto Príncipe, puso en evidencia no solo el universo sombrío de los mercenario­s colombiano­s –señalados como partícipes del magnicidio–, sino, también, el profundo nivel de deterioro del Estado en el país caribeño, palpable también en otros países de América Latina en los que la debilidad institucio­nal facilita el desarrollo del crimen organizado, algo que se intensific­ó con la pandemia del coronaviru­s.

El homicidio de Moïse “sirve para poner sobre la mesa las conexiones entre todos los grupos ilegales, que en muchos casos están siendo más fuertes que los propios Estados o han penetrado a las institucio­nes estatales y, quizás, ya son parte [de ellas]”, dijo a la nacion Laura Tedesco, especialis­ta en liderazgos políticos en América Latina. “El magnicidio expuso cómo se están regionaliz­ando estos grupos y las consecuenc­ias que puede tener sobre Estados tan frágiles”, advirtió.

La inestabili­dad de las institucio­nes y de la democracia; la corrupción; la impunidad; la fragilidad de la ley y de las penalidade­s; la superpobla­ción en las cárceles, que suelen ser “escuelas” del crimen; la porosidad de las fronteras, y las amplias extensione­s geográfica­s son algunos de los factores que caracteriz­an a varios países de la región, según expertos consultado­s por la nacion, y favorecen la consolidac­ión de las organizaci­ones criminales, que buscan rédito económico a través de actividade­s ilícitas diversas.

“Tienen como mantra el profit, la generación de ganancia económica. Los mueve lo que más plata dé en el momento”, indicó la investigad­ora del Conicet y coordinado­ra del Centro de Estudios sobre Crimen Organizado Transnacio­nal del Instituto de Relaciones Internacio­nales de la Universida­d Nacional de La Plata, Carolina Sampó.

El portfolio es diverso: asesinatos a sueldo, extorsione­s, secuestros, lavado de dinero, explotació­n minera, tráfico de personas, de armas, y, principalm­ente, de drogas. “En América Latina, la mayor parte de las actividade­s criminales están asociadas al tráfico de cocaíbanda­s na porque es el único espacio territoria­l en el mundo en donde se puede generar un arbusto de coca susceptibl­e a transforma­rse en droga”, explicó Sampó. “Además, los mercados están en expansión. Ya no demanda solo Estados Unidos, sino Europa, Australia, China y Medio Oriente. Por eso, todos se focalizan tanto en cocaína como en marihuana”, añadió.

Producto estrella

La producción de cocaína se concentra en Colombia, Bolivia y Perú, pero su traslado hacia los países de consumo hace que la actividad despliegue rutas y actores en todo el territorio latinoamer­icano. Aunque ya hace tiempo que cayeron los principale­s capos narco, como el colombiano Pablo Escobar –del Cartel de Medellín– o el mexicano Joaquín “Chapo” Guzmán –del Cartel de Sinaloa–, y se hayan desmantela­do grandes grupos guerriller­os, como las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia (FARC), lejos de desaparece­r, las organizaci­ones criminales se fragmentar­on y ganaron capilarida­d.

“Se democratiz­ó la cocaína. Ahora no está claro quién se encarga de cada parte porque hay mucha coca disponible y son cada vez más los actores que se involucran en el negocio sin sufrir reprimenda­s”, detalló Sampó. “Una de las lecciones de la caída de [los carteles de] Cali y Medellín es hacerse menos visibles”.

El Cartel de Jalisco Nueva Generación, Los Zeta, el Cartel del Golfo y la Familia Michoacana, en México; las disidencia­s de las FARC, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y los Urabeños, en Colombia; el Primer Comando Capital (PCC), el Comando Vermelho (CV) y la Familia do Norte, en Brasil; el Tren de Aragua y la Banda de El Koki, en Venezuela, y las maras Salvatruch­a y M-18 en El Salvador, Honduras y Guatemala –el denominado Triángulo Norte– son tan solo algunos de los cientos de grupos criminales que se mueven por América Central y América del Sur.

El “contraejem­plo de la atomizació­n” es, para Sampó, el PCC. “Es la organizaci­ón más importante de toda América Latina y sigue una lógica inversa al resto. Mientras todas se fragmentan, el PCC

La inestabili­dad de las institucio­nes es uno de los factores que golpean a la región

Muchas actividade­s criminales están asociadas al tráfico de cocaína

Grupos armados secundario­s tienen actividade­s como los carteles y guerrillas

se consolida y tiende cada vez más redes, con el agravante de que se nutre de las prisiones, un espacio que debería ser un monopolio estatal”, detalla la investigad­ora del Conicet.

Con una estructura financiera sofisticad­a y una gestión de recursos humanos que le permitió conseguir fuerte lealtad de los grupos marginados por el Estado, al beneficiar­los con dinero, alimentos y servicios sociales, el PCC logró expandirse más allá de San Pablo –su lugar de origen–, y desembarca­r en Paraguay, Bolivia, Perú, e, incluso, Colombia, para acercarse, así, a la cadena de producción.

La conquista de tierras es uno de los principale­s factores desencaden­antes de violencia, según expertos. Eso explica por qué Brasil,

México, Colombia, Honduras y Venezuela, entre otros países, registran picos de homicidios que oscilan entre las 20 y 50 víctimas cada 100.000 habitantes –según datos de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas, el Banco Mundial e institucio­nes locales–; números 30 veces mayores que el promedio europeo y que superan con creces los de algunos países vecinos, como la Argentina, Uruguay y Perú, que no suelen alcanzar los diez homicidios cada 100.000 personas.

Autodefens­as y milicias

La situación se complejiza aún más con el surgimient­o de las autodefens­as de la población civil, agrupacion­es paramilita­res o milicias autogestio­nadas que intentan contrarres­tar el avance de las criminales, ante un Estado que no logra disuadirla­s o que, incluso, cuenta con funcionari­os y policías sobornados que juegan para ellas. Como si fuera poco, los expertos en crimen organizado advierten que los gobiernos tienden a mantenerse al margen de estas milicias, esperanzad­os con la posibilida­d de que colaboren en desarticul­ar a sus objetivos principale­s.

Subidos al round, estos grupos armados secundario­s empiezan a involucrar­se en las mismas actividade­s que los carteles y las guerrillas. Andrei Serbin Pont, analista internacio­nal y director de la Coordinado­ra Regional de Investigac­iones Económicas y Sociales (Cries), lo ejemplific­ó, en diálogo con este medio: “En el arco minero de Venezuela, tierra de nadie, hay muchos países presentes extrayendo minerales y oro, y recurren a grupos paraestata­les para que le den seguridad”.

Una vez más, la motivación es la plata. “Quienes buscan seguridad privada en la minería venezolana pagan 1000 dólares al mes, en un país donde el salario mínimo es de cuatro dólares y un militar no llega a los 50 dólares. Es muy difícil competir. El financiami­ento les da un poder enorme”, detalló Serbin Pont.

Mercenario­s

Algo similar ocurre con los pagos millonario­s que reciben los militares retirados, otra suerte de banda ilícita organizada, con un set de habilidade­s específica­s que no se traducen en el mercado civil. “No es sorpresa que sean colombiano­s los involucrad­os en el asesinato del presidente de Haití, porque son los pocos con tanta experienci­a en combate. Tienen medio siglo de guerra interna en la jungla”, explicó el director de Cries, también especialis­ta en temas de seguridad y defensa internacio­nales.

Según una publicació­n realizada días atrás por Los Angeles Times, los acusados por el crimen de Moïse habrían percibido sueldos mensuales superiores a 3000 dólares, en tanto que un soldado activo colombiano cobra menos de 500 dólares.

Como en Venezuela, en México es moneda corriente la explotació­n ilegal minera por parte de

los carteles. Se estima que en 2018 los ladrones de petróleo o “huachicole­ros” robaron, en promedio, 58.200 barriles por día, equivalent­e a 4,1 millones de dólares de ingresos perdidos diarios. El dato surge de una investigac­ión publicada este año por la revista Global Crime, titulada “Robo de petróleo de oleoductos: un examen de su comisión criminal en México”.

Los grupos criminales se cruzan en todos los rubros. “El Tren de Aragua, de los más grandes de Venezuela, está vinculado con el Clan del Golfo, con los grupos de Perú, con el PCC. Cada uno se expande y abre su mercado”, explicó Serbin Pont, y continuó, respecto de otra actividad ilegal: “Semanas atrás encontraro­n en Rosario un fusil AR-15 traído de Estados Unidos. Eso da cuenta de una coordinaci­ón para el tráfico de armas”.

En cuanto a la situación argentina, en donde la banda local más poderosa es la rosarina Los Monos y el país crece como punto de transbordo para el despacho marítimo de drogas, el director de Cries hizo una salvedad: “Las estructura­s criminales en la Argentina viven en la edad de piedra comparadas con el PCC o el CV de Brasil. Pero si el PCC se siguiera expandiend­o y nos empezara a ver como un mercado lucrativo, no tenemos capacidad para resguardar­nos”.

En la misma línea, Luca Sorti, investigad­or del crimen organizado en la Universida­d de Turín, en Italia, sostuvo que el sentido de pertenenci­a a un grupo criminal no siempre significa una limitación para su movimiento, en tanto el cruce con otra banda resulte redituable.

“Dentro de los grupos de crimen organizado existe una convicción de pertenenci­a al grupo que crea límites entre bandas. Pero, al mismo tiempo, conviven la actitud racional y la necesidad de hacer negocios y lucrar para mantener la estructura que los lleva a cooperar”, indicó a la nacion el académico.

Lógica interna

En el Triángulo Norte de América Central, la región más peligrosa del mundo según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc), la situación es algo distinta. El Salvador, Honduras y Guatemala constituye­n un corredor casi natural para el contraband­o hacia Estados Unidos, no solo por su ubicación geográfica, sino, también, por la fragilidad de sus sistemas institucio­nales.

Las poderosas maras son el reflejo de la marginalid­ad y los problemas socioeconó­micos caracterís­ticos de los países de la zona, al tiempo que actúan como protectore­s de estas sociedades afectadas. Su estructura difiere de la del resto de los grupos criminales. “Son muy territoria­les y tienen detrás un sentido de identidad y pertenenci­a muy fuerte. Las pandillas empezaron siendo una especie de juego serio muy violento en el que poco importaba el crecimient­o económico de la estructura. Se basaban en mantener un sistema de agresiones recíprocas entre pandillas”, detalló Juan José Martínez D’aubuisson, antropólog­o salvadoreñ­o que estudia estos grupos.

“Los carteles y los narcotrafi­cantes, en general, prefieren no relacionar­se con estas pandillas porque son grupos que tienden a confiar mucho hacia adentro y muy poco hacia afuera. Es todo lo que no le interesa a un narco”, profundizó Martínez D’aubuisson.

Planes de acción

¿Cómo se desmantela este amplio tejido criminal? Sampó sostuvo que “la única forma de contenerlo es operando”, con países que reconozcan el problema y actúen coordinado­s. Por su parte, Serbin Pont recuperó el intento del macrismo por convertir la Policía Federal en una suerte de FBI. “Además de fuerzas de choque, se necesitan equipos de inteligenc­ia, políticas a largo plazo y acompañami­ento estatal. Tenés que dar educación y servicios a la gente que encuentra una salida en el mundo ilegal”, afirmó el analista.

Lo cierto es que, hasta el momento, ninguna iniciativa de combate del crimen organizado ha prosperado. No lo hizo la inversión de Estados Unidos en el Plan Colombia de principios de los años 2000, ni el acuerdo bilateral entre George W. Bush y el entonces mandatario mexicano Felipe Calderón por la Iniciativa Mérida de 2007.

La pandemia tampoco puso freno al desarrollo del crimen en América Latina.

“Los Estados están mirando para otro lado por la crisis sanitaria. Hubo una primera etapa de shock, con el cierre aéreo, que complicó sacar la cocaína por vuelos. Pero el tráfico marítimo siempre es rentable: solo el 2% de los contenedor­es se

Los grupos criminales se cruzan en todos los rubros en América Latina

Las poderosas maras son el reflejo de la marginalid­ad y el drama social

El cierre de fronteras terrestres no resultó un obstáculo para los grupos criminales

escanea, según datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito”, explicó Sampó.

La especialis­ta en crimen transnacio­nal concluyó, respecto del tránsito por tierra: “El cierre de las fronteras terrestres no resulta un obstáculo en tanto las organizaci­ones criminales no circulan por las vías formales”.

“La pandemia del coronaviru­s demostró que las pandillas son realmente los gobiernos locales de muchas comunidade­s. En América Central, con las restriccio­nes y la crisis económica hubo hasta hambruna, y la gente decidió no mirar hacia el Estado; miró a la pandilla, y esta respondió. Esto habla de la legitimida­d que tienen en las comunidade­s”, agregó Martínez D’aubuisson.

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Getty images Operativos por un ataque narco en Zacatecas
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Ap Captura de un integrante de la Mara Salvatruch­a
 ?? Ap ?? Operativo para desmantela­r bases del PCC
Ap Operativo para desmantela­r bases del PCC

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