LA NACION

Cristina Kirchner, la dueña del VAR

El cierre de listas le dejó a Alberto Fernández un triunfo simbólico, pero ratificó el poder de la vicepresid­enta; la interna entre Máximo y Kicillof, y el liderazgo bautismal de Larreta

- Jorge Liotti

Ocurrió a mitad de la semana. Algunos dicen que hubo una cena el martes. Otros, que el miércoles fue el día clave. “A mí me dijo que se iban a encontrar en Olivos ayer”, abona la mitología un funcionari­o. El diálogo entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner terminó de sellar un acuerdo después de varias semanas de operacione­s cruzadas y extrema tensión interna. El Presidente resistió una embestida frontal para cambiar a su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y se quedó con el nombre de Victoria Tolosa Paz a la cabeza de la lista bonaerense. Sin embargo, hasta el viernes, nadie se atrevía a anunciarlo oficialmen­te, a la espera de la certificac­ión de la vicepodero­sa. “Nadie quiso decir nada, ni Alberto, hasta que Cristina no diera una señal clara de que no habría sorpresas”, ilustró un funcionari­o kirchneris­ta. Ella es la dueña del VAR, la que valida las jugadas o las rectifica, la que obliga a esperar antes de festejar, la que marca los tiempos y dictamina. Ejerce un liderazgo con la prepotenci­a de los votos y por eso sus fallos no se discuten.

Máximo Kirchner y Sergio Massa fueron los promotores principale­s de la operación “Cafiero conducción”. Las motivacion­es eran varias, pero esencialme­nte establecer una cabecera de playa en el gabinete para una reformulac­ión profunda. Cristina dejó hacer, convencida de que la segunda mitad del mandato de Fernández debe tener otra impronta. El Presidente, hastiado de las presiones mandó a un emisario a instalar el nombre de Tolosa Paz como su candidata indeclinab­le y se aferró a ella como una demostraci­ón de autoridad. Se expuso como nunca antes para poder sostener una narrativa protagónic­a. Al final de cuentas, como dice un ministro, “es la primera elección de Alberto, porque la de 2019 fue de Cristina”. La vicepresid­enta le concedió el éxito simbólico, que al mismo tiempo puede ser un ancla si el resultado no es bueno. Ella se encargó de verificar la pureza de los candidatos que irán al Congreso. Uno buscó refrescar su liderazgo desgastado; la otra, aumentar su poder fáctico. Un valor intangible contra otro práctico.

Alberto y Cristina pactaron sin sangre, pero después de días de mucha tensión. La crítica de Máximo al DNU de las vacunas generó un cimbronazo subterráne­o notable. Cuando Alberto le dijo en Tucumán que antes de doblegarse ante los laboratori­os se iba a la casa, le estaba mandando una señal artera a Cristina. Tiempo atrás, en una de las discusione­s más duras que tuvieron en Olivos él la había desafiado con una frase filosa: “¿Vos qué buscás, querés que me vaya?”. Ella le respondió con un calificati­vo que parecía reservado solo a Oscar Parrilli. Paradojas de la historia: en 2008 había sido Fernández quien, según él mismo suele relatar, evitó que Cristina pegará el portazo tras la resolución 125.

Pero la radiografí­a del cierre de listas dejó otras marcas. En la ciudad el nombre que Alberto impulsaba era el de Cecilia Nicolini (algunos argumentan que la difusión de su carta a Rusia fue una vendetta interna para obturar esa movida; para otros, fue un pase de factura de la industria). Fernández quería, como en la provincia, que una mujer encabezara. El kirchneris­mo impuso a Leandro Santoro, quien tiene un vínculo amigable con el Presidente pero que en realidad representa a La Cámpora. También en el interior el Presidente cedió para evitar colisiones. El caso más resonante es el de Santa Fe. Omar Perotti le había pedido hace más de un mes en Olivos evitar la candidatur­a de Agustín Rossi, pero Fernández lo mandó a hablar con Cristina. Algo similar ocurrió en Chubut, donde su asesor Julián Leunda buscaba enfrentar a la lista del gobernador Mariano Arcioni. También le sugirió conversar con Cristina, un prólogo de la derrota. Al final el kirchneris­mo impuso a Carlos Linares, quien cuenta con un articulado­r de lujo: Cristóbal López. El empresario trabajó como un operador territoria­l, con llamados a intendente­s y legislador­es locales. En La Pampa, donde el camporista Luciano Di Nápoli gobierna la capital, el kirchneris­mo fue decisivo. En otras provincias, los gobernador­es resolviero­n por las suyas sin casi levantar el teléfono.

La batalla territoria­l

En la provincia de Buenos Aires hubo una dinámica múltiple. El mensaje hacia adentro fue: donde hay un intendente propio, es el que decide; donde no lo hay, se puede habilitar internas. Pero no todo fue tan orgánico. Juanchi Zabaleta, cansado de las presiones, decidió postularse como concejal en Hurlingham para enfrentar a La Cámpora. “La unidad no es amontonami­ento. Quiero dar el debate”, se plantó.

Por encima de este armado, funcionó “la mesa del poroteo”, otro aporte a la mueblería política. Ahí gobernaron Máximo Kirchner, Sergio Massa y Wado de Pedro. “Ahí no estuvo Axel”, subrayó un guía turístico del peronismo bonaerense. Y este es el dato más llamativo: Kicillof, como Alberto, tampoco estuvo cómodo con la danza de nombres. Solo había reclamado tener un representa­nte propio que pudiera defender lo que para él es el activo principal de su gobierno: la gestión de la pandemia. Había pensado en Nicolás Kreplak, pero en el medio del movimiento le cambiaron los papeles y apareció Daniel Gollán. El camporismo fue decisivo en ese trueque, que le permitirá posicionar al viceminist­ro al frente del Ministerio de Salud. Traducido: Máximo influyó en el equipo bonaerense. Antes ya había ordenado a su tropa no abandonar ninguno de los nacionales con manejo de cajas (lo que frenó el desembarco de Fernanda Raverta y Luana Volnovich), y había sugerido forzar la candidatur­a de Carlos Bianco, el funcionari­o con el que más tensionan porque alambra la gobernació­n para Kicillof. La lógica máxima es: “¿Querés lugares? Poné tus mejores hombres”. Territorio­s por paz, el principio detrás de la lenta conquista del poder real.

Y este es el dato más relevante de la tortuosa confección de las listas: como nunca antes de produjo una tensión anticipato­ria por el 2023, con Máximo y Sergio Massa de un lado (más Wado de Pedro), y Kicillof por el otro. Kirchner hijo ha asumido en reserva que no se ve en condicione­s de ser presidente, al menos por ahora. Un dirigente que lo conoce bien asegura que “ni su madre lo apoya en su proyecto”. Esta sinfonía de lamentos es un gospel que alimenta el espíritu de Massa, aunque los más suspicaces sugieren atender los gestos sutiles de Máximo para instalar a Wado como la alternativ­a moderada de La Cámpora. Tanto Massa como Wado son instrument­ales para que Máximo no le libere el camino a Kicillof, a quien reconoce como “el preferido” de la dueña del VAR. Como dice un agudo encuestado­r, “Máximo la quiere jubilar a Cristina, y Axel la quiere heredar”. Por eso hay una delgada línea entre madre e hijo. Ella es fulminante en su accionar y más ideológica (aunque eso no la priva, por ejemplo, de haberse reunido hace unos días con Claudio Belocopitt para tranquiliz­arlo sobre su proyecto de reforma de la salud). Él, más pragmático y rosquero, un Salieri de Néstor.

Un funcionari­o que estuvo muy cerca de los movimiento­s identificó en el oficialism­o dos niveles de operación: “Por un lado están los funcionari­os, los que se encargan de la gestión, Alberto y Axel. Ellos pusieron a los dos primeros candidatos como expresión de que lo que está en juego es el balance de sus gestiones. Por el otro lado, está la política, que representa­n Máximo y Sergio. Ellos se encargan de las listas”. El retrato corporiza la distribuci­ón de poder en la coalición gobernante. Los administra­dores, sin estructura propia pero con mejor imagen pública, encabezan los poderes ejecutivos. Los líderes políticos con sustento de votos leales, resuelven la construcci­ón de base y manejan los poderes legislativ­os. Los primeros sin los segundos no podrían gobernar. Los segundos sin los primeros no podrían triunfar en las elecciones.

La politóloga María Matilde Ollier plantea que “el Frente de Todos es más un partido fragmentad­o que una coalición de gobierno, donde solamente el liderazgo y los votos de Cristina los mantiene unidos”. Su colega Mario Riorda transita un razonamien­to similar cuando dice que en la Argentina hay una suerte de coalicione­s por agregación, “donde los espacios más que unir, agregan. Y eso implica que se acumulen partes sin tener necesariam­ente una cohesión identitari­a”. El único valor compartido es la unidad para poder ganar. La foto de ayer en Escobar es una lección del pasado.

Juntos en el barro

Así como en el oficialism­o el cierre de listas fue una actualizac­ión de 2019, en Juntos por el Cambio se produjo un evidente relevo en el liderazgo. Tras el corrimient­o de Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta asumió por primera vez en la historia de la fuerza la responsabi­lidad central del armado en la provincia y la ciudad. Es el actor político de todo el sistema que más arriesga en esta elección. Otra paradoja: era el único que hasta hace unos meses decía que este año no era tan gravitante para el mapa político. En las últimas semanas se transformó en un operador político full time y demostró cómo entiende el liderazgo.

Forzó la instalació­n de sus dos figuras principale­s, María Eugenia Vidal y Diego Santilli, y después negoció todo. Generó un enorme ruido interno que intentó aplacar con lugares en las listas, pero en realidad solo superará los temblores de la doble mudanza si tiene un buen resultado electoral. “El primer test de Horacio como referente del espacio fue demasiado turbulento. Quizás no había otra forma porque él debía demostrar que asumía un nuevo rol. Pero deberá trabajar mucho para componer”, reconoce alguien que estuvo cerca de las definicion­es en Uspallata. Por momentos el nombre “Juntos” sonó a eufemismo.

En la ciudad el riesgo es de menor intensidad, aunque la oficializa­ción sobre el filo de la lista radical de Adolfo Rubinstein fue considerad­a un traspié evitable, porque esperan de este sector un discurso más confrontat­ivo que el de Ricardo López Murphy. Solo hay dudas ahí sobre la contundenc­ia del triunfo de Vidal, ahora forzada a refrescar su mensaje ante un electorado que puede recibirpue­stos la con escepticis­mo.

Pero el dilema mayor para Larreta se llama Facundo Manes. “No lo vio venir, pensó todas las jugadas mirando a Macri y a Patricia Bullrich, y cuando se dio vuelta le había crecido un cactus en el jardín”. La metáfora vegetal que aporta un asesor en realidad se tradujo en un gran nerviosism­o interno y muchas dudas. Larreta mandó a medir varias veces las chances de Santilli y el potencial de Manes, y hasta hace 15 días no tenía totalmente resuelto plantar bandera. Manes es un emergente de sus decisiones. El neurólogo admite en la intimidad que se decidió a lanzarse cuando Vidal confirmó que ahora se sentía orgullosam­ente porteña.

Santilli se tomó muy en serio la campaña, con el apoyo de todo el aparato de la ciudad. Camina fuerte el conurbano y su equipo ya decidió focalizar en 45 municipios que visitará hasta las elecciones. Pero el desafío de Manes es atípico. Un médico que en campaña habla de “curar una sociedad enferma por la pandemia” y que su principal encanto es mostrarse como un “no político”. En su estrategia pesan dos conviccion­es centrales: que la gente no querrá votar por quienes fueron las caras visibles del dolor que provocó el Covid, y que los efectos de la peste se extenderán por una década. No impulsa una candidatur­a, sino una misión sanadora. Una encuestado­ra importante que acerca números a Uspallata plantea de arranque una diferencia de unos

4 puntos para Santilli, especialme­nte por la gran diferencia que le saca en el conurbano, donde Manes está muy mal en la tercera sección y apenas mejor en la primera. Pero el radical lo supera ampliament­e en el interior de la provincia. Pasarán a ser clave, entonces, las ciudades como Mar del Plata, La Plata y Bahía Blanca, cuyos intendente­s estuvieron presentes en el lanzamient­o de Santilli el jueves.

La interna Santilli-manes se transformó en la nueva disputa de poder en JXC, con la mira en 2023. Es una puja entre el nuevo líder de Pro y una UCR que busca reinventar­se. Entraña la posibilida­d de un replanteo de la distribuci­ón de roles internos, por primera vez desde que Macri ganó las PASO de 2015. “Si Horacio gana, se queda con el liderazgo de todo el espacio. Si pierde la interna en la provincia, su proyecto quedará severament­e dañado”, reconocen en la Ciudad.

Hay una sola coincidenc­ia entre lo que observan oficialist­as y opositores: la mayoría de la sociedad mira con apatía todos estos realineami­entos. No hay expectativ­as de una mejora en la situación a partir de las elecciones, un desánimo que se ha arraigado peligrosam­ente. Y las dos coalicione­s principale­s son interpelad­as en forma directa. Una encuestado­ra privada, la única que hizo un relevamien­to presencial en villas del conurbano, detectó que la imagen negativa de Macri es

13 puntos más alta que la de Cristina. Allí el expresiden­te sigue siendo el responsabl­e principal de la debacle económica. JXC todavía no ha logrado articular un mensaje que explique cuál es su mirada de la economía que reemplaza la del gobierno anterior. Al mismo tiempo, el peronismo se encuentra ante la incómoda situación de tener que ponerle la cara a una inflación desmarcada, una recesión eterna y una caída sin fin del consumo. Todas las banderas históricas del movimiento pisoteadas por la pandemia y la imposibili­dad de estructura­r un plan reactivado­r de salida.

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