Vamos viendo... Milonga para guitarra criolla
La única forma de salvar a la república del fracaso final es brindar certidumbre a través de un programa de reformas que restablezca la seguridad jurídica y dinamice las inversiones
La Argentina está succionada por un remolino, cada vez más potente, que la hunde a las profundidades abisales. Todos giramos con el mareo de la inflación, la pobreza, el desempleo, la pandemia, la inseguridad y los contagios.
Cada cual busca sobrevivir como puede y salvar lo que tiene. Piquetes, cortes, tomas, intrusiones, comedores, carpas, ollas, trueques, rejas, éxodos, cierres y despidos.
Su marcha irreversible hacia lo más estrecho del vórtex se pretende demorar con paliativos, que no cambian el sentido del giro, sino que aumentan su aceleración: subsidios, planes, bonos, controles y prohibiciones. De todos ellos, siempre se necesita más y no menos. Y al aumentar los beneficiarios, también aumentan, en forma simétrica, los rehenes del pobrismo.
El equipo económico se encuentra inerme ante la magnitud del problema, al carecer de control sobre el rumbo de la política. Jamás podrá detener ese remolino arrollador mientras la Argentina reniegue del capitalismo, desconozca los derechos de propiedad, descrea de la división de poderes, melle la independencia de la Justicia y se identifique con China, Rusia, Irán, Cuba, Venezuela y Nicaragua.
El ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, en una reciente visita a la provincia de Córdoba, reafirmó la estrategia del “vamos viendo” que caracteriza la presidencia de Alberto Fernández. Cabe aclarar, con la mayor simpatía, que a ambos los une su afición por improvisar con la guitarra, incluyendo esa partitura.
Sobre la reducción del gasto público, Kulfas señaló que no debería hablarse con liviandad, dado que la mitad del gasto son jubilaciones y pensiones. “Un ajuste semejante implicaría reducirlas a la mitad, con consecuencias impredecibles”. Omitió Kulfas que esa reducción ya ha tenido lugar, por efecto de la inflación. En la pequeña República Oriental del Uruguay, la mínima es de 320 dólares y en la Argentina de pie es la mitad.
La utilización de la inflación como herramienta de ajuste es perversa, pues implica “consecuencias predecibles” y no “impredecibles” al decir del propio ministro. Cuando se licúan salarios y jubilaciones con emisión monetaria, se privilegia a unos frente a otros. Es una cuestión ética y no técnica.
El ministro Kulfas cree que “pedir un recorte sanguinario del gasto o una reforma laboral no son salidas”, pues la solución –en su opinión– es el diálogo social y trabajar “sector por sector” para la “recuperación del crecimiento y la reactivación de la economía”. Cecilia Todesca, vicejefa de Gabinete, también sostuvo que “la idea de que primero se bajan los impuestos y después llegan las inversiones no funciona porque desfinancia al Estado”.
Ambos funcionarios tienen razón en el contexto actual. Ante la potencia del tirabuzón, nada pueden hacer ellos y nada podrán hacer otros, si esas medidas se toman en forma aislada. Sin poder sujetar ni sus propias sillas (en sentido metafórico), “vamos viendo” es la milonga para guitarra criolla que deben entonar para agradar al Instituto Patria.
Pero no basta con “vamos viendo”. La fuerza del remolino es de tal magnitud que succiona como a un barquito de papel al gran transatlántico que es la República Argentina, con sus 20 millones de pobres y 25 millones de empobrecidos. El diálogo social y la negociación caso por caso equivalen a pretender evitar esa vorágine con un bichero y una bomba de achique.
Por ideología o por falta de experiencia, ignoran que, en ausencia de credibilidad, ningún sector renunciará a nada y todos pedirán algún beneficio del Estado, con costo fiscal o privilegio especial. Quienes negocien en esas mesas sectoriales deberán contarse los dedos y revisar sus bolsillos después de cada reunión.
La única forma de salvar a la república del fracaso final es cambiar abruptamente el sentido de rotación del torbellino. Convirtiendo la caída hacia las fauces de Caribdis, tan temidas por Ulises, en un círculo virtuoso de signo inverso que la traccione hacia la superficie, restableciendo la paz social, creando empleos, impulsando inversiones y suprimiendo la pobreza.
Se equivocan Kulfas y Todesca si creen que ese cambio implica la adopción de medidas de ajuste inmediatas, que aumenten el hambre y el desamparo.
Lo que transformará el vicio en virtud es la certidumbre de que un programa de reformas, ahora consideradas inviables, será escrupulosamente respetado por los partidos mayoritarios durante el tiempo que requiera su implementación.
Aunque esas transformaciones estructurales lleven dos, cinco o diez años, si el acuerdo político es sólido y creíble, el shock de confianza tendrá efectos inmediatos, sin necesidad de esperar a sus resultados.
No hay otra fórmula y esto vale para todas las alianzas y coaliciones que pretenden acceder al poder. No alcanza con conocer las necesidades de la gente, ni haber recorrido el país o calar el conurbano. Ni las buenas intenciones, ni la sensibilidad social, ni la capacidad de gestión. Ni un posgrado en economía, ni una licenciatura en alquimia, ni un doctorado en neurociencias.
Quien crea que existen atajos para sacar a flote al país, saliendo del remolino por algún costado novedoso, sin modificar el sentido de su giro, mejor que también prepare su guitarra y componga su propia milonga. Pues quizás, en el naufragio, todavía encuentre alguno dispuesto a escuchar su nueva versión del “vamos viendo”.