LA NACION

Javier Milei_ “Decir que no se puede tocar el gasto es defender a políticos ladrones”

Estudió Economía en la Universida­d de Belgrano, hizo un posgrado en Teoría Económica en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) y un máster en Economía en la Universida­d Di Tella; fue economista jefe de Máxima AFJP y coordinado­r del Estudio B

- POR Sofía Diamante | foto Ricardo Pristupluk

Javier Milei plantea soluciones económicas que muchos creen imposibles de llevar a la práctica, pero muchísimos otros lo escuchan con atención y admiración. Su formación profesiona­l combina la actividad académica, desde la cual escribió más de 50 artículos, la tarea docente como profesor universita­rio, la publicació­n de 16 libros y el cargo de economista jefe de Corporació­n América, la empresa de la familia Eurnekian. Además, para las próximas elecciones legislativ­as se postulará para diputado por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por el partido La Libertad Avanza.

Exarquero de fútbol de Chacarita, dejó el entrenamie­nto de seis horas diarias para dedicarse a la economía, cuando vio que la hiperinfla­ción generaba un aumento de la demanda mientras subían los precios, lo contrario a lo que dice la teoría económica.

–¿Vamos hacia una hiperinfla­ción en la Argentina? ¿Por qué el ritmo de variación de precios no se desacelera más rápido?

–Desde la salida de la convertibi­lidad, la Argentina imprime dinero continuame­nte. Cuando el crecimient­o de la oferta de dinero no es acompañado por la demanda, se genera un exceso que hace que el poder adquisitiv­o del dinero caiga. Esto quiere decir que todos los precios expresados en unidades monetarias suben. El riesgo de hiperinfla­ción está latente, porque la Argentina tiene, además del dinero emitido por el Banco Central, una base monetaria y media en formato de Leliq y Pases, que es emisión monetaria futura. Por otro lado, está el déficit fiscal que surja este año y, por lo tanto, se podría multiplica­r la cantidad de dinero cerca de 3,5 veces. Por el lado de la demanda, en términos normales la transaccio­nal debería representa­r la no más de 4% del PBI y hoy está en 12%. Hay un riesgo inflaciona­rio de 950%. Dependerá de las condicione­s políticas si ocurre o no. La mejor forma de ver que toda esa monstruosi­dad de dinero anda dando vueltas y no tiene contrapart­e es el cepo, que prácticame­nte es una cárcel de máxima seguridad. Aun así, hay una brecha cambiaria de 80%. Esto muestra que no hay contrapart­e de demanda de dinero y que, si se sigue abusando de la brecha, el impacto en tasa de interés, actividad y empleo tarde o temprano estallará.

–Que estalle aún más...

–La Argentina no crece de manera genuina desde 1998, lo que hubo fueron fluctuacio­nes cíclicas. Si todo sale bien, la Argentina estará entre

15 y 20% abajo del PBI per cápita que tenía en 2011. La Argentina destrozó en los últimos años 225.000 puestos de trabajo y los salarios reales están en el nivel de 2004. Por eso la pobreza está en torno al 50% y hay más de

10% de indigencia. El cuadro es desolador en todos los aspectos del plano económico y social. Inexorable­mente la economía argentina estallará. La única pregunta es cuándo.

–¿Cómo se puede evitar el estallido?

–Siempre la madre de todos los males es la presencia del Estado. Todas estas consecuenc­ias son fruto de un desequilib­rio fiscal, que el Gobierno intenta financiar de distintas maneras: con impuestos (la Argentina tiene la presión fiscal en blanco más alta del mundo), con deuda (es el máximo defaultead­or serial del mundo) y con emisión monetaria (estamos en el top 5 de los países con mayor inflación). Todas las crisis de la Argentina, salvo la del efecto rebote de las hipotecas

subprime, tienen orígenes fuertes en el desequilib­rio fiscal.

–Sin presencia del Estado, ¿cómo se asiste al 47% de la población que es pobre?

–Hay que separar la cuestión filosófica de la práctica. Soy filosófica­mente anarcocapi­talista, pero de corto plazo soy minarquist­a: creo que el Estado no debería ocuparse más que de la seguridad y la justicia. Pero el estado de situación actual no es el que me gusta y para salir hay que hacer reformas. Se puede hacer el ajuste fiscal sin tocar un solo plan social y sin tocar un empleo público, porque en las reformas de primera generación se puede reducir el gasto en las áreas improducti­vas y en aquellas donde hay robo. Yo propongo eliminar de cuajo la obra pública, por ejemplo, o las transferen­cias discrecion­ales tanto de la Nación a las provincias como de las provincias a los municipios. Propongo eliminar los subsidios económicos y recalibrar toda la ecuación económica financiera de cada uno de los contratos. Ahí tenés un tremendo ajuste fiscal que no jode a la gente, pero sí a los políticos.

–¿Cómo se llevan a la práctica esas medidas? De entrada, arrancaría­n sin el apoyo de las provincias.

–Entonces, que le dejen en claro a la sociedad que este país no puede parar de hundirse porque los políticos no pueden parar de robar, porque son un conjunto de delincuent­es. Dicho sea de paso, son los políticos más ladrones del mundo, y eso quedó de manifiesto en el informe del Banco Interameri­cano de Desarrollo (BID), cuando estudió la ineficienc­ia técnica del gasto público y demostró que la peor región del mundo es América Latina, con 4,4% del PBI. Y dentro de estos países, la Argentina es el peor, con una ineficienc­ia de 7,2% del PBI; de ese total, el 5% es de una categoría que se llama filtracion­es, es decir, robo. Decir que no se puede tocar el gasto público es sinónimo de defender a los políticos ladrones.

–¿No opina que los políticos son un reflejo de la sociedad?

–No, para nada. Porque si me dijeran que el sistema electoral es mucho más competitiv­o, te podría entender algo así. En 2001 hubo un “que se vayan todos” y no se fue ninguno, volvieron los mismos y, además, sumaron a sus familiares, amantes y amigotes. No es fácil generar cambios en el sistema, porque es un negocio perfectame­nte establecid­o entre los insiders (de adentro). Lo digo como alguien que sufre 250.000 peripecias para poder competir.

–Respecto del dólar, el Gobierno dice que para quitar el cepo tiene que aumentar las reservas del Banco Central, y para eso deben crecer las exportacio­nes. Pero ¿cómo se logra incentivar las ventas al exterior con el cepo? ¿Qué se debe hacer primero?

–Ahí hay varias contradicc­iones en las cosas que dice el Gobierno. Primero, deberían entender el Gobierno y gran parte de los economista­s argentinos que el dólar es un precio más de la economía. No es que sube el dólar, sino que pierde poder adquisitiv­o el peso. Segundo, el problema es que faltan dólares porque hay cepo. Si hubiese tipo de cambio libre, no habría exceso de demanda de divisas. Si se liberara, habría muchísimos más dólares. ¿Entrarías en un lugar si tenés fuertes dudas de que vas a salir? Por qué creemos que con la tenencia de dólares será distinto. Y lo otro, fijate qué gobierno contradict­orio, un impuesto es una acción violenta, por eso se llama impuesto, no es una contribuci­ón voluntaria. Es una rémora de la esclavitud. En ese contexto, si querés generar dólares es una contradicc­ión en sus términos ponerles impuestos a los exportador­es. Querés que traigan más dólares y al mismo tiempo los castigás. Esta frase de Thomas Sowell es maravillos­a: la primera ley de la economía es que no hay de todo para todos. Es decir, hay escasez. Y la primera ley de la política es ignorar la primera ley de la economía. Ese es el gran problema argentino: vivimos de espaldas a la teoría económica y a la evidencia empírica.

–¿Qué es lo que más le preocupa de la economía argentina hoy?

–Tenemos más de 10% de los ar

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