LA NACION

La medalla que no fue, pero con el orgullo intacto

Lucas Guzmán estuvo cerca del podio; un luchador de la vida

- Javier Saúl

TOKIO.– Los gestos de Lucas Lautaro Guzmán son una extraña mezcla de agotamient­o (físico y mental) y felicidad. Es una sonrisa tímida en medio de la frustració­n. Confiesa, un puñado de minutos después de caer ante el ruso Mikhail Artamonov, que se vació. Que la tarde del sábado en el Hall A del complejo Makuhari Messe lo consumió tras horas de estricta concentrac­ión. La tarde japonesa fue la madrugada argentina y su camino hacia la posibilida­d de una medalla despertó el interés popular por el taekwondis­ta de Merlo. A sus 27 años, y tras quedarse sin el bronce olímpico, su balance igual se corre del podio: “No valoro las medallas, sino los momentos”.

“Fue muy duro mantener la mente y el físico al 100%. Estar alerta todo el día, pensando y elaborando estrategia­s. Fue una jornada bastante intensa y creo que me vacié, que di todo lo que podía y no tengo nada que reprocharm­e”, apunta, en diálogo con la nacion. El quiebre, reconoce, se dio entre el segundo y el tercer combate, por el poco tiempo que tuvo para recuperars­e. Acumuló triunfos ante el irlandés Jack Woolley (22-19) y el iraní Armin Hadipour Seighalani (266) para llegar a la semifinal frente al joven italiano Vito Dell’aquila (derrota 29-10). Se ilusionó con apuntar al título olímpico, pero la oportunida­d se le escapó ante un Dell’aquila que fue superior. Guzmán siempre corrió de atrás y sobre el final fue a buscar a ciegas el triunfo, pero le costó demasiado caro. Ya con la opción del bronce, se quedó en la puerta con la caída 15-10 frente a Artamonov.

“Cometí errores básicos por el cansancio, pero creo que más que nada sentí la presión por haber sido la primera vez que me subo a un piso olímpico. Al pararme ahí pensé: ‘ Ya gané, ya estoy contento’.

Y me pregunté por qué quería salir campeón. Si lo necesitaba por ego o identidad. Frené, y me propuse disfrutarl­o al máximo”, comenta.

¿Esperaba más? “Uno se entrena para salir campeón”, dice. Para después frenar y, en frío, plantear que “hay que entender que los rivales pueden ser mejores en un momento específico” y que “todo se define en un día y muchas veces uno es el mejor ese día, y hay que saber esperar ese instante”.

Eso sí, en todo momento no se olvida de los suyos. Cuando era chico, su familia creó la Academia Sung-do, un gimnasio de 10 metros por 10. Sus padres, Eduardo (integró la selección de taekwondo) y Elizabeth (profesora de educación física), invirtiero­n dinero para construir ese espacio dedicado al taekwondo, y así evitar que tenga que caminar solo hasta la academia en la que se entrenaba todos los días a primera hora. Una idea que ayudó a Lucas, pero que también a otros chicos y chicas de la zona. Para viajar, y así competir contra los mejores, su familia supo organizar rifas, comidas o bailes. Hubo momentos en los que faltaba comida en la casa de los Guzmán, pero hacían lo imposible para sostener su carrera. “Dejé el alma y el espíritu y estoy muy contento. Pero no tomo dimensión del apoyo que tuve desde la Argentina, desde mi familia y de la familia del taekwondo. Me deja una caricia al alma porque siento el amor y la atención de las personas. Estoy bendecido por eso”, reconoce.

En 2019, su celebració­n en el Panamerica­no de Lima quedó marcada por la emoción. Su madre Elizabethh­abía fallecido en febrero. pero aprovechó ese dolor como combustibl­e y se llevó lamedal ladeo ro en la

cat ego ría-58kg tras un duro combate

con el mexicano Brandon Plaza. Por entonces, también había mostrado parte su costado creyente: se apareció con una camiseta con la leyenda“perdamos o ganemos, la gloria es para Dios siempre ”.“Algunos usamos los huracanes más fuertes para impulsarno­s hacia adelante, y sé que Dios está conmigo”, sentenció esa noche.

Campeón panamerica­no, tercero en el Mundial de Manchester 2019, ganador del Preolímpic­o

2020 y representa­nte argentino en los Juegos de la Juventud 2010, Guzmán cerró su debut olímpico con buenas sensacione­s y el diploma olímpico asegurado. Mientras cerraba su participac­ión en Tokio

2020, el silencio del Makuhari Messe potenció el aliento de su equipo. El pedido de una definición, de que tenía que seguir dejando todo. Pero esa cabeza y esas piernas ya no respondían igual que en el inicio de la clasificac­ión. Eso sí, jamás se traicionó: con el esfuerzo como camino al éxito, dejó hasta su última cuota de energía aun cuando la diferencia ya parecía irremontab­le. Y se llevó buenas señales para el futuro cercano. En un adiós de sonrisa tímida. Esa que explica mucho del deber cumplido.

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Afp Guzmán (azul) dejó todo ante el ruso Artamonov y se despidió con buenas sensacione­s

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