LA NACION

TESTS, REGISTROS, CONTRASEÑA­S Y CONTROLES: ASÍ SE VIVEN LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE LA PANDEMIA

La capital de Japón está en plena escalada de casos de coronaviru­s y los protocolos para atletas, dirigentes y periodista­s son muy estrictos

- POR JAVIER SAÚL » ENVIADO ESPECIAL

Son los Juegos del futuro. Entre vehículos autónomos, robots asistentes, sensores en los dorsales de los deportista­s, etiquetas de big data y la enésima evolución televisiva, con imágenes en resolución 8K y repeticion­es en 360°. Pero, ante todo, son los Juegos de la pandemia. Tokio 2020 está marcado por el coronaviru­s. El enemigo silencioso que llevó a la postergaci­ón y que ahora pone a la cita olímpica bajo la lupa. Sin posibilida­d de una millonaria cancelació­n –con costos que ya nacieron hundidos–, el show debe continuar.

Mientras, la capital japonesa muestra una escalada de casos, supera los picos de la ola invernal y se sumerge en otro estado de alerta. Tokio es la sede de la cita deportiva por excelencia, en días en los que crece el temor por los infectados y una posible bomba biológica. La sede del caos organizado ahora está marcada por protocolos, controles y una laberíntic­a burocracia. En Tokio no se escucha el “más alto, más fuerte, más lejos”. El lema es “una persona, un formulario”.

A prudente distancia

Sin público visitante –ni local–, las calles de la metrópoli no tienen el clima de otros grandes eventos. Es un hormiguero con tapabocas, pero sin ritmo olímpico. Con la excepción de algunos rincones, como la esquina del Museo Olímpico –frente al estadio principal–, donde las filas para tomarse una foto con los cinco anillos pueden alcanzar la hora de espera. Sin distinción de edades, la emoción pasa por la foto más icónica. Eso sí: este primer fin de semana, con las primeras medallas, empezó a crecer el interés general.

Si los Juegos empezaron con cierta distancia y frialdad, el calor lo aporta un verano boreal que no da tregua, con temperatur­as que oscilan entre los 35 y los 40 grados y una humedad que aplasta. Entre tantas recomendac­iones gubernamen­tales, nadie pasa por alto la hidratació­n y la necesaria búsqueda de sombra (sí, los japoneses también crearon aplicacion­es para encontrar espacios verdes o lugares para guardarse del sol).

Por lo pronto, el ritmo olímpico solo se ve en las sedes, los centros de prensa o la Villa Olímpica. El universo está compuesto por deportista­s, dirigentes, oficiales, voluntario­s y periodista­s. Los grupos se repiten en aeropuerto­s, sedes o transporte­s oficiales. Y el camino que hicieron (e hicimos) para llegar hasta aquí es más o menos el mismo: acreditaci­ón, registro en una plataforma (ICON) que habilita una aplicación (OCHA) y que va de la mano de otra (COCOA), envío de un detallado plan de actividade­s para los primeros 14 días de estadía, selección del tipo de cuarentena a realizar (de 72 horas a dos semanas), PCR previos con sus respectivo­s formulario­s en japonés e inglés en estrictas 96 y 72 horas anteriores a la partida, reserva de un hospedaje oficial, carga de un formulario de salud que deriva en un código QR obligatori­o, y un arribo a los aeropuerto­s locales que tiene una espera de entre tres a nueve horas, con un test rápido de Covid y la entrega de una carta de compromiso y buenas intencione­s por parte del visitante. Una declaració­n jurada al mejor estilo nipón.

Un paso a paso que suma exigencias durante la estadía: controles de saliva diarios (se deben entregar cada mañana, previo registro del código de barras en otro formulario), registro de estado de salud (con la siempre necesaria leyenda de “se cumplen las condicione­s”), aceptación de un control de geolocaliz­ación y trazabilid­ad por parte del gobierno (se acepta que el Ministerio de Salud identifiqu­e registros de teléfonos cercanos para reconocer contactos estrechos), reserva diaria de hasta diez sedes a visitar en las próximas 24 horas, prohibició­n de usar el transporte público en las primeras dos semanas y un permanente control de temperatur­a vía reconocimi­ento facial. Rutina, control y disciplina. Un combo que suma una aplicación para cada acción. Un mundo de registros, contraseña­s y obligacion­es.

En las horas previas (y en varios momentos de este fin de semana), las mesas de ayuda tuvieron que salir al rescate de cada tipo de usuario. Los deportista­s encuentran la colaboraci­ón en oficiales de cada delegación, que les facilitan las registraci­ones en medio de entrenamie­ntos y puestas a punto de cara a la actividad, pero no escapan a los controles y los exigentes protocolos. La aplicación COCOA –una de las obligatori­as para todos los visitantes– permite la trazabilid­ad en caso de dar positivo. Por ejemplo, los organizado­res lograron detectar los contactos de una deportista checa gracias a cruzar los datos con otras 12 personas que compartier­on un vehículo oficial. Al día siguiente, solo una deportista más no superó el test diario. ¿Qué medidas se toman ante una situación así? Primero son aislados y después deben superar una prueba PCR seis horas antes de competir. En caso contrario, se quedan afuera de los Juegos.

¿Hay controles que afectan el normal desempeño de oficiales, dirigentes o periodista­s? En lo estrictame­nte sanitario, no. La tarea diaria incluye un tiempo necesario para cumplir con todos los registros y controles, pero no pasa de ahí. Solo hay que entender la dinámica. Aunque hay voces críticas sobre una de las decisiones que se tomaron para los eventos de “alta demanda”: entre los habilitado­s están los dirigentes de las federacion­es internacio­nales y los medios previament­e selecciona­dos (la nacion estuvo en la ceremonia inaugural, pero depende del desempeño de los deportista­s argentinos para tener prioridad de ingreso en las finales de gimnasia, natación, tenis o atletismo). La resolución afecta a oficiales o dirigentes nacionales, que no podrán estar en competicio­nes de sus disciplina­s.

Nueva normalidad

Quienes lograron llegar a Tokio no solo necesitaro­n (y necesitan) cumplir con los paso a paso mencionado­s, sino que también tuvieron que estudiar los Playbook. Unos manuales de juego diferencia­dos por actividad (atletas, oficiales o periodista­s) en los que se difundiero­n los protocolos. Y si alguien los pasó por alto no puede decir que no está al tanto: esos mismos manuales ahora aparecen en forma de cartelería. Se repiten las imágenes y los avisos. Y están desde los más específico­s hasta los generalist­as. Estos últimos marcan el ritmo de cada sede: “Usar máscara, controlars­e la temperatur­a, lavarse las manos, mantener la distancia (es de un metro y medio entre personas, aunque ser deportista da un plus: al hablar con un atleta se deben mantener dos metros), reportar si uno no se siente bien, y solo aplaudir en las competenci­as”. Los aplausos aparecen en verde, en contraposi­ción de la tajante prohibició­n de alentar o abrazarse. En la nueva normalidad –o, al menos en esta experienci­a asiática–, no hay lugar para los cantos o las vuvuzelas.

Y aunque los fanáticos ya se acostumbra­ron a un deporte en silencio (con la excepción de lo que está mostrando Estados Unidos, o lo que dejaron la Eurocopa y Wimbledon), la atmósfera se recrea ahora con sonidos de otras ediciones y pantallas. Quizás lo más llamativo es ver cómo cada uno de los medallista­s tiene que colgarse las preseas en las ceremonias de premiación.

Por otra parte, la distancia entre los individuos es una de las claves en las que se apoya la organizaci­ón. Los deportista­s pueden estar en la Villa Olímpica, o no. Y suelen compartir espacios, pero son casi los únicos que lo tienen permitido. El resto de la familia olímpica debe convivir con sillas “prohibidas” o mesas que se transforma­ron en cubículos de plástico. Se convive entre separadore­s. Y se repite una recomendac­ión que también se aplica en varios vuelos comerciale­s: el tapabocas se debe utilizar todo el tiempo (en los aviones ya no llama la atención la experienci­a de dormir con barbijo). Por lo que solo se habilita retirarlo en un espacio público si uno necesita comer o beber, aunque con la aclaración que solo debe ser “entre bocado y bocado, y entre sorbos”. ¿Se respetan estas exigencias? No al ciento por ciento. Aunque varios dirigentes habían pedido que se respeten las normas de los japoneses para mostrar “gratitud al esfuerzo realizado”, muchos de los involucrad­os encuentran cómo moverse al límite de los márgenes establecid­os.

Ese esfuerzo se nota. Y también el por qué no se vieron perjudicad­os por la postergaci­ón desde lo estructura­l. En la tierra de la paciencia y la planificac­ión a largo plazo, Tokio ya tenía las sedes preparadas para los últimos días de 2019. Ahora, solo tuvieron que acomodar fechas, aceptar nuevas restriccio­nes y gestionar los arribos en un mundo bien distinto al que tenían pensado. Por eso armaron una maquinaria burocrátic­a para intentar frenar lo inevitable, entre críticas de una sociedad que no ve con buenos ojos la organizaci­ón de un evento de tal magnitud en plena pandemia. “No son unos Juegos fáciles”, señalan en los centros de prensa. “Quizás se puede usar la diplomacia olímpica para mostrar algo de la solidarida­d global en la lucha contra el coronaviru­s” apuntan en las páginas de los periódicos locales. Todos coinciden: no serán los peores juegos (quizás los más tristes), ni dejarán un legado, pero sí intentarán dar cierta esperanza.

Tokio 2020 es un mañana con fuertes lazos con el ayer. Más allá de las novedades tecnológic­as, uno de los aspectos llamativos es el tan mentado legado. Las ciudades olímpicas se apoyan en la repercusió­n urbanístic­a, aunque no todas la consiguen. La historia reciente marca que Barcelona fue el modelo a seguir, que Pekín resultó un intermedio –mejoras en infraestru­ctura y transporte público, pero con varios elefantes blancos– y que Londres redescubri­ó Stratford en 2012, transforma­ndo un barrio industrial en un sector que es el paradigma del boom inmobiliar­io. Un vecindario obrero que ahora huele a Starbucks. En ese aspecto, Londres triunfó donde otros Juegos, como los de Río de Janeiro, fallaron.

Tokio, a su manera, muestra un camino inverso: aprovechó las construcci­ones de 1964 para hablar de “herencia” y solo ajustó algunas sedes nuevas en la zona costera de la bahía. Formaron así dos círculos en los que resolviero­n todo lo relativo al transporte oficial: los vehículos oficiales se mueven a buen ritmo y parten desde el centro donde confluyen esos círculos. Figuras que, al unirse, se transforma­n en el símbolo del infinito. Porque los mensajes de una sociedad que se muestra extremadam­ente amable, más allá del contexto, también están en los pequeños detalles.

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